«El hombre es el único animal que come sin tener hambre, bebe sin tener sed y habla sin tener nada que decir» (Mark Twain)
(Foto: cárcel chilena).
Parafraseando a otra cita de Twain, diré que a mí no me importa si un ser humano es blanco, negro o amarillo: es humano y no puede haber nada peor. Y agrego: tampoco puede haber nada mejor; los animales no ejercen la maldad simplemente porque su intelecto se los impide: son tan incapaces de idear y aplicar la bomba atómica como de intentar conseguir la cura del cáncer o contribuir a eliminar la miseria.
Sabemos que las verdades a medias son más peligrosas que las mentiras evidentes, porque tienen mayor poder de prender en el sentido común de las mayorías. (Lateralidad: como dijo una vez el finado Casullo: “la derecha se apropió del sentido común”).
Todo lo que pongo aquí está fundado en opiniones de especialistas y en estudios empíricos (que son muy pocos pero existen, en parte gracias a la dedicación y al esfuerzo de estudiosos cuyas ideas no tienen la suficiente difusión en los medios hegemónicos).
Lo redacto de forma desordenada por un tema de tiempo y espacio. Estoy podrido de juicios imbéciles tipo “la solución es mano dura” o “la culpa del delito la tienen los negros de mierda que no quieren laburar”… Mi intención es que nos demos cuenta de que se trata de un problema complejo, sin soluciones simplistas del tipo todo o nada. Si luego nabos como Majul invitan al diputado Olmedo o a Fernando Burlando para discutir el tema, transformando cuestiones densas en shows mediáticos para consumo de la gilada, allá ellos.
Es cierto que “la inseguridad nos afecta, en mayor o menor medida, a todos»; sin embargo, eso no implica que cualquiera pueda dar una opinión fundada al respecto, prescindiendo de estudios serios. En cierta forma, como los medios te consultan sobre cualquier gansada, nunca falta quien lanza invectivas en estado de emoción violenta. Tenemos tendencia a creer que la «democracia» y la «libertad de expresión» semejan el “cualunquismo”. Pero no me quiero desviar más de lo esencial; por otra parte, se trata de un gran embrollo -la relación entre democracia y «cualunquismo»- cuyo teórico clásico fue Alexis de Tocqueville, en su grandiosa obra: La democracia en América.
Mi intención es modesta: creo que si elevamos el nivel de debate podemos ayudar un poco a no dejarnos engañar tan fácilmente por odios irracionales, paranoias mediáticas o slogans idiotas. Algunas precisiones para complejizar el panorama:
1) Aunque muchos, llevados por un profundo odio hacia lo que llaman “negros de mierda”, lo nieguen, el riesgo de ser víctima de un delito no es parejo en toda la sociedad: yo tengo menos riesgo de ser víctima de un delito con arma de fuego en ocasión de robo que alguien que vive en la villa, y más que alguien que vive en un barrio privado. A medida que uno va bajando en la escala social hay más gente partidaria de la pena de muerte: más que un problema ideológico, está en relación (y no se trata de la única relación, porque intervienen muchos factores) con la posibilidad de ser víctima;
2) La “policialización” es un problema grave, y consiste en que de los mismos sectores sociales se seleccionan, mayormente, los 3: víctima, delincuente y policía. Ergo, muchos policías no lo son por vocación, sino que eligen serlo porque ven ahí una fuente de trabajo, con obra social, etc. El entrenamiento policial es muy precario, y también la logística. El esquema policial nuestro está militarizado, es piramidal. No tenemos una policía comunitaria, como sí la tienen en otros países, como Estados Unidos. Lamentablemente se suelen copiar los modelos más nefastos que vienen de yanquilandia, en lugar de los buenos. Se copia, por ejemplo, el modelo yanqui de «Estado gendarme», que impera mayormente en toda América latina, y es nefasto: «infla el miedo, alimenta la paranoia, estigmatiza e instala la creencia de que la única salida está en respuestas vengativas como encerrar, castigar, reprimir y ajusticiar» (Zaffaroni dixit). Y además requiere una inversión multimillonaria: recursos que tiene el país del norte y no tenemos nosotros. Hay gente que ha estudiado muy bien el tema, como el sociólogo francés L. Wacquant. Lean ésta entrevista que le hicieron a Eugienio Zaffaroni.
La policía es un servicio civil, y sin embargo funciona como si fuesen milicos. Al estar militarizada, no puede sindicalizarse, no pueden hacer peticiones colectivas y discutir HORIZONTALMENTE las condiciones de trabajo… ¿Cómo formar una conciencia profesional sin discutir condiciones de trabajo? El milico está formado para recibir una orden y cumplirla; lamentablemente, los policías también (NO DEBERÍA SER ASÍ, prepararse para ir a la guerra es propio de militares, no de policías, por más que muchos medios lo planteen en esos términos);
3) Al estar militarizados, los policías se someten a órdenes arbitrarias: reciben instrucciones que son suicidas; tienen que intervenir en todo hecho delictivo que presencien, lo cual es una locura (miren “Policías en acción” o “El bonaerense” y se pueden dar una idea aproximada de su funcionamiento). Un tipo sometido a un régimen vertical donde nadie lo defiende, mal preparado y cagado de miedo no es una persona que esté en condiciones ideales de proveer seguridad en la vía pública;
4) Hay un dilema a nivel mundial, que es la “autonomía de las agencias policiales”. ¿Por qué Obama no cierra Guantánamo? Pues porque le van a largar al verdadero terrorista que va a poner una bomba al día siguiente en la Casa Blanca. ¿Qué pasó con Duhalde y Kosteki y Santillán? ¿Qué pasó con la masacre de Ramallo? No es joda, los policías ejercen presión de modos que pueden ser muy terribles para reivindicar sus intereses. No existe el “pacto moral” a lo Lilita Carrió en el manejo de la policía. No son ningunos nenes de pecho;
5) Durante 2009, según Marcelo Sain (un estudioso del tema con quien lógicamente se puede estar en desacuerdo, pero desde el conocimiento y no desde el “a mí me parece que”), la PFA destinó el 84% de su presupuesto en sueldos a un personal de unos 40.626 integrantes, entre oficiales, administrativos, técnicos contratados, etc. Tan sólo el 11, 99% en otros gastos de consumo y el 2.53% en inversión. ¿Cómo hace para financiar su funcionamiento una institución pública que cuenta con más de 40 mil integrantes, unas 750 dependencias con equipamiento y apoyo logístico y administrativo? CON FONDOS EXTRA-PRESUPUESTARIOS (DINERO DEL NARCOTRÁFICO, PROSTITUCIÓN, JUEGO CLANDESTINO, PROTECCIÓN DE BARRABRAVAS, ETC.). Esto exime a los gobernantes de idear formas de financiar “en blanco” a un organismo que es caro, de proporcionar capacitación y modernizar el equipamiento policial (armas, patrulleros, mejorar los sistemas computarizados, coordinar la información con otras comisarías, etc.).
El pacto entre gobierno y policía, que esencialmente no ha cambiado desde hace cuantimenos 30 años, es más o menos como sigue: el gobierno dice: yo garantizo que la institución policial no tenga que rendirle cuenta todo el tiempo a las instituciones, protejo ciertos jefes y cuadros policiales funcionales al pacto mediante su ascenso o promoción a otros cargos, y me hago el pelotudo ante hechos de corrupción policial o abuso de fuerza (incluido el “gatillo fácil”). Como es evidente aunque algunos no lo quieran ver, los destinatarios del abuso policial son, mayormente, los “negros de mierda”, muchos de los cuales son detenidos por “portación de cara” (¿cuántos de ustedes conocen víctimas de “gatillo fácil” entre personas de clase alta?).
También se sabe de muchos presos que son obligados a robar a cambio de un porcentaje, de operativos “armados” (pocas cosas hay más sencillas que «plantarle» un gramo de cocaína a un linyera para lograr un ascenso), etc. Del lado policial se le asegura al gobierno un grado socialmente aceptable de eficiencia en el control formal o informal del delito. Mi interés no se basa en una cuestión de “amor a mis queridos grasitas”: no, me importa elucidar las causas profundas para aportar soluciones viables. No me mueve, al menos en lo esencial, el resentimiento hacia una clase o el amor hacia otra; mi odio y mi amor se dirigen hacia personas reales de carne y hueso, no hacia “naciones”, “clases sociales”, católicos, judíos, agnósticos, protestantes, negros, amarillos, blancos o lo que fuere. Además, considero que la identidad de los seres humanos no es unidimensional, sino PLURIDIMENSIONAL. El odio y el temor hace que etiquetemos a “los otros” y los cosifiquemos, congelemos, fijemos en una sola dimensión de entre varias: “negros”, “judíos”, “trolos”, “emos”, “ladrones”, lo que fuere. Como dijo Primo Levi, sobreviviente de un campo de concentración en Auschwitz, quien experimentó en carne propia y/o vio muchas de las conductas más abyectas e inhumanas de que ha sido capaz el género humano: “Los monstruos existen, pero son demasiado pocos para ser realmente peligrosos: más peligrosos son los hombres comunes”.
Rubén Carballo, el adolescente de 17 años que murió porque lo recagaron a palazos en los alrededores del estadio de Velez cuando fue a ver al recital de Viejas Locas, fue el resultado de una puja interna de poder. Las internas policiales siempre se dirimen en la calle, “haciendo” (como en el caso del pobre pibe que fue a ver un recital) o “dejando de hacer”, como cuando “liberan la zona” para que los delitos suban y así ejercer presión. ¿A quién está destinada esa presión? Varía: puede ser a la cúpula de la institución, a otros sectores policiales en conflicto, un ministro, un gobierno, un grupo u organización social. ¿El objetivo? Tumbar jefes o funcionarios, renegociar repartos y puestos, abrir ascensos congelados, amenazar o coaccionar a dirigentes políticos o sociales.
¿Y qué ocurre, bajo este sistema, con los policías que son expulsados por corrupción, como para hacer un “lavaje de cara” y que no sea todo tan evidente? ¿De qué labura un tipo que sabe manejar armas y tiene contactos con todo tipo de mafias y estratos de poder? ¿Labura de heladero, de profesor de filosofía, qué imaginan que hará? Con muuuucha suerte se podrá conformar con un sueldo sensiblemente inferior –inferior al que cobraba “por izquierda”, no al que figuraba en el recibo “en blanco”- como vigilante privado.
6) El delito callejero no es un problema nacional, sino barrial, local. Cada barrio y cada sociedad tiene problemas específicos que hay que estudiar localmente. Sólo desde la pelotudez más espantosa podemos pensar que la cuestión se resuelve “metiendo preso a todos los negros de mierda”. El tema es que NO HAY SUFICIENTES CIFRAS Y ESTUDIOS CIENTÍFICOS SERIOS. Si no sabemos bien qué pasa no podemos resolver la cuestión, que va mucho más allá del bombardeo mediático. Debería ser más que evidente: ¿o existe, por caso, alguna multinacional petrolera que invierta millones de dólares en realizar perforaciones en busca de petróleo sin hacer antes un estudio del terreno?
Por otra parte, las cifras generales y frías no dicen nada: como bien afirma Zaffaroni, si me dicen “hay mil homicidios”, uno debe preguntar: ¿homicidios callejeros, intrafamiliares, en qué ámbitos, cómo es el perfil del autor, cómo es el perfil de la víctima, cuál es el riesgo de victimización según la población? Cuando hay delito- y siempre lo hay en las urbes modernas, pues se trata de un problema mundial, pues la INSEGURIDAD CERO no existe- pero no se investiga adecuadamente, puede haber una sensación que no se corresponde con la gravedad de los hechos, o puede haber una no percepción de hechos graves.
Falsos dilemas:
«El problema es la droga”
El prejuicio radica en creer que todo consumidor es un adicto, y que todo adicto es un delincuente, lo cual es falso. ¿O todo el que toma alcohol es un alcohólico? El tóxico por excelencia, en el país, es justamente el alcohol. Cualquiera puede conocer a fumadores de marihuana absolutamente incapaces de hacerle daño a nadie. El tema del paco sí es un problema, porque el paco es un veneno que genera una adicción de carácter físico. Al margen del paco, que sí es un problema gravísimo, no hay vinculación directa y sencilla entre droga y delincuencia. En todo caso el problema es que se suele criminalizar al consumidor, en lugar de focalizar las fuerzas en perseguir el tráfico. Sea como fuere, habrá que hacer estudios científicos profundos antes de vincular livianamente droga y delincuencia, o de lo contrario conformarse con creer en las boludeces que dicen tantos mass media una y otra vez.
“La inseguridad no es una sensación, es una realidad”
Se trata de un lugar común que repiten todos los medios, que hacen su negocio privado publicando una y otra vez robos a mano armada, asesinatos y la sangre nuestra de cada día dánosle hoy.
El sentimiento de inseguridad SIEMPRE es una sensación. Se basa en el miedo a ser víctima de un hecho delictivo o de violencia, y está vinculada a la sensación de aleatoriedad (“a cualquiera le puede pasar”) de ser potencial víctima de un hecho violento. Muy pocos temerán que un ovni se los lleve a Marte, casi nadie temerá a un delincuente tipo Bernard Madoff en Estados Unidos, que siendo gestor realizó una estafa financiera por 50 mil millones de dólares (porque uno no lo ve), pero muchos tendrán un cagazo padre de que “un negro me mate por dos pesos”. Esta “sensación de inseguridad”, como bien dice Gabriel Kessler, no tiene relación directa con el delito (sí tiene relación, obviamente, pero no es una relación sencilla, de causalidad mecánica). Si voy caminando por una calle muy poco iluminada y de frente viene otro tipo desconocido, aunque se trate de la persona más decente del mundo, puedo sentir “sensación de inseguridad” (capaz que cuando se acerca es un amigo de la facu, o un desconocido, o efectivamente es un chorizo y me descansa la billetera). Si Chiquita Legrand se topa en la esquina con un grupo de adolescentes vestidos de negro con remeras estampadas con calaveras tomando cerveza, aunque sean más inofensivos que mi sobrino de 3 años, puede llegar a sentir “sensación de inseguridad” aunque no exista ningún delito. Si además Chiquita Legrand mira el noticiero todo el día, con la noticia de un robo a mano armada a la mañana, a la tarde, al mediodía, a la noche, y entrevistas periodísticas a vecinos que dicen “sunabarbaridá, los delincuentes entran por una puerta y salen por otra, sinosepuedevivír”, seguramente la “sensación de inseguridad” de Chiquita Legrand aumenta. Vale decir: la sensación de inseguridad es RELATIVAMENTE independiente del aumento o la disminución de los índices delictivos, y se relaciona con factores múltiples y variables. La sensación de inseguridad varía, además, cuando uno compara su situación con experiencias pasadas: si antes en el barrio se podía salir a la noche tranquilo y nunca pasaba nada, o pasaba muy poco, o pasaba todo el tiempo, etc.
Como bien dice Kessler, hay sensaciones de temor compartidas y otras que son propias de cada grupo social: “así, por ejemplo, policías y patovicas son temidos por jóvenes de sectores populares; agresores sexuales por mujeres de barrios del conurbano y, en sectores populares de algunas provincias, se teme a figuras ligadas al poder capaces de todo tipo de abuso. También, en los sectores medios y altos de Capital, puede temerse a “gente que antes no existía”, como mendigos o cartoneros, así como se tiene una alta desconfianza a la policía”. Ni falta que me hace que me digan que hay gente “que roba y mata por dos pesos”, lo sé. También hay gente que roba y mata, no a uno sino a muchos, por algunos millones de pesos. Sea como fuere, tanto yo como TODOS los miembros de mi familia hemos sido víctimas de diversas situaciones de inseguridad (con uso de arma de fuego). Por mi parte, más que vengarme, me interesa elucidar las causas para ayudar a prevenir consecuencias no deseadas.
Kessler resume muy bien el problema:
“El sentimiento de inseguridad nunca fue un reflejo de las tasas de delito en ningún país: por lo general aumenta cuando se produce un incremento de la criminalidad, pero una vez instalado como problema social, no necesariamente desciende aunque las tasas de delito disminuyan. Tampoco los niveles de temor entre los sexos, franjas de edad y niveles socioeconómicos son proporcionales a las probabilidades de victimización real de cada grupo. Entre otros factores, la relación entre delito y temor está mediada por la diferente aceptabilidad del delito de una sociedad en un momento dado. La inseguridad implica un aspecto comparativo: es en parte la denuncia de una situación que, en el imaginario social, no era así en el pasado o que, en todo caso, debería ser otra ahora”.
“¡No roban para comer, roban objetos de lujo!”
Bueno, esta frase es más boluda de lo que parece. En principio si tengo hambre no necesariamente voy a robar pan, porque en toda mercancía existe una distinción entre valor de uso y valor de cambio: puedo cambiar un plasma por dinero e ir comprando comida, ¿quién va a ser tan pelotudo de ir a una panadería y robar 100 quilos de pan, con lo que costaría trasladarlo? Más allá de eso, es obvio que muchos no roban “por hambre”. En principio, debemos admitir que vivimos en una sociedad de consumo que constantemente nos envía mensajes que nos dicen que SER y TENER son sinónimos. Las publicidades no te dicen que si tenés la panza llena sos un capo. La panza llena es lo mínimo indispensalbe que satisface tu parte animal. Para existir, como ser humano, tenés que consumir determinados productos: ropa de marca, tener cable, computadora, comer en tal restaurante, vivir en tal barrio, etc. Los pibes que viven en villas no tienen gustos demasiado diferentes a un nene de clase alta: la sociedad actual está estructurada de modo tal que todos deseamos más o menos las mismas cosas, pero está regida bajo un sistema económico que hace que no todos podamos tenerlas. Está claro que los medios se encargarán de mostrar «cómo Carlitos Tevez salió de la miseria por su propio esfuerzo y se hizo a sí mismo y bla bla bla». ¿Pero cuántos Carlitos Tevez hay? Lo mismo ocurre en muchos países, no somos los únicos: En Estados Unidos, la población carcelaria está llena de hispanos y negros. Allá seguramente los medios mostrarán como un basquebolista del Bronx salió adelante con su propio esfuerzo y tal. Más allá de toda esa perorata, combatir la desigualdad es UNA DECISIÓN POLÍTICA. Ejemplo: Suecia, Finlandia, Dinamarca, etc. Estados Unidos es un contraejemplo: es el único país del llamado primer mundo que, con toda la guita que tiene, presenta niveles tan altos de pobreza y violencia. De todas formas, es evidente que no debemos compararnos con Suecia, pues es una comparación absurda y obturadora.
Aclaración: cuando digo que combatir la desigualdad es una decisión política me refiero a Estado (gobierno+oposición), clases dirigentes y sociedad civil. TODOS. Aunque no todos con la misma responsabilidad, pues es obvio que la clase dirigente, gobierno y oposición son quienes tienen la responsabilidad mayor. La designación reciente de Garré al frente del Ministerio de Seguridad me parece un dato muy positivo.
Ahora bien: es muy difícil redistribuir la riqueza, porque quienes más tienen no quieren perder sus privilegios. A grandes rasgos: si ponés un impuesto a los más pudientes te saltan a la yugular y te dicen «se quieren quedar con la guita estos políticos corruptos de mierda», «desalentás la inversión», etc; si dejás todo librado al «libre juego de las fuerzas del mercado» y no regulás se te llena la población de desocupados, indigentes, etc…. claro que luego tu solución será criminalizar la pobreza y perseguir a los que quedaron afuera del sistema tratando por todos los medios de hacer que las víctimas se transformen en verdugos para la opinión pública. Dejando todo al «libre juego del mercado» tendrás a muchos repitiendo como loros: «no hay que darles un paty y una coca, hay que darles trabajo». Es cierto, coincido, pero no es un tema sencillo. ¿En qué mierda de multinacional aceptan a un pibe criado por un padre alcohólico y ausente, que le pegaba a la madre y desde chiquito fue obligado a pedir en la estación de subte? ¿De qué carajo va a laburar ese pibe? ¿La solución es matarlo?
¿Y las nenas de las villas/indocumentadas/inmigrantes de otros países o provenientes de otras provincias que son obligadas a ejercer la prostitución, secuestradas en las redes mafiosas con la connivencia policial y política? ¿Son negras de mierda que no quieren laburar?
Otro tema: ¿Cuándo vieron en La Nación o Clarín tapas de niños coya o indígenas en las publicidades? Un indígena en la tapa de un diario masivo como los citados ilustra, casi seguro, algún titular vinculado con hambre, desnutrición o algo por el estilo. ¿Cuántos niños argentinos son parecidos a los que salen en las fotografías de Cheeky?
Los “negros de mierda” crecen y desde nenes son condicionados a pensar que ser morochos y de tez morena es menos deseable que ser rubio y parecerse a los adolescentes de “Casi ángeles”. ¿O alguno cree que no es así? Vaya y haga una encuesta. Así como existe la “anorexia” como enfermedad básicamente SOCIAL, lo mismo ocurre con el odio y el resentimiento a que son sometidos muchos pibes pobres. No es un odio “natural”, sino que está basado en cuestiones históricas, sociales, mediáticas, etc.
¿Es “natural” que Haití tenga un PBI (Producto Bruto Interno) de unos 11.700 millones de dólares, repartidos desigualmente en una población de poco más de 10 millones de habitantes, mientras Bill Gates tiene (o tuvo, no sé ahora) unos 41 mil millones de dólares? ¿Es “natural” que una sola persona, o algunos más si contamos su familia, tenga casi 4 veces más dinero que un país entero?
Sé que no somos todos iguales: hay personas con más talento que otras, y/o con mayor capacidad de trabajo, y no me parece lícito ni posible que todos gocen del mismo sueldo. No soy comunista (ok, ya sé, el «comunismo» es mucho más complejo, pero esa es otra discusión). Lo que digo es, ¿Bill Gates, solito y con su propio esfuerzo, tiene potencialmente más capacidad de trabajo y talento que 10 millones de personas? ¿Realmente alguno puede creer seriamente en eso? ¿No existe algo enfermo en nuestra sociedad? ¿No es simplista echarle la culpa a “todos los negros de mierda”?
Resulta trivial decirlo, pero obviamente creo que quien comete un crimen debe ser castigado de acuerdo a la ley, ya sea que se trate de un ladrón de estéreos o un tipo que realizó una estafa financiera de alta complejidad. También es evidente que como las estafas de alta complejidad son más difíciles de probar y tienen una estructura menos «mediática» y «cinematográfica» que un robo a mano armada, no suelen aparecer en los medios (se necesita una inversión en investigación periodística mucho más seria y compleja, y menos redituable, que poner en tapa un asalto que incluya tiroteo con la policía). Esa es una de las razones por las cuales la gente no se la suele agarrar con el estafador de millones de dólares, porque ni siquiera lo percibe como problema; e incluso hasta lo puede llegar a admirar en la tapa de Caras o Gente.
Para finalizar, dejo un aporte de alguien que gestionó y tiene conocimiento sobre el tema: una exposición de Marcelo Saín.
BIBLIOGRAFÍA SINTÉTICA:
Los libros e intervenciones de Zaffaroni (un capo). Pero sus libros son carísimos. Ahora publicó uno nuevo y aparentemente excepcional (todavía no lo leí):
«La palabra de los muertos», de Eugenio Zaffaroni.
“¿Qué hacer con la ley y el orden?”, de John Lea y Jock Young.
«El sentimiento de inseguridad», de Gabriel Kessler.
“Los condenados de la ciudad. Gueto, periferias y Estado”; de Loïc Wacquant.
“El Leviatán azul. Policía y política en la Argentina”; de Marcelo Sain.
“Trabajo, consumismo y nuevos pobres”; de Zygmunt Bauman.
Me quedó más largo que esperanza de pobre, pero salió como una catarsis zaffaroniana (?)
Extraordinario análisis! Y muy bien escrito. Merecería ser publicado en alguna antología de cuestiones sociales por la seriedad y profundidad con que trata un tema tan peliagudo. Muchas gracias Desocupado por esta magnífica colaboración.
¡Muchas gracias che!! Abrazo
La verdad, es un articulo propio de un desocupado mental.-
Ok, gracias. ¿Y el argumento?
Roberto: ¿por casualidad sos lector de La Nación y Perfil, tu candidato preferido es Macri y tu filósofo de cabecera Ale Rozitchner?
Seguro que en alguna la pegué jaja.
Abrazo de gol!!