Alejandra Varela
La discusión por la reforma política, vuelve a instalar la importancia de los partidos para la práctica política. Durante los años noventa vivimos la explosión de personalidades mediáticas, la afirmación que para hacer política sólo bastaba construir una buena imagen y dar bien en la televisión. Con la caída de Fernando De La Rúa también se derrumbó esta certeza pero la sociedad tardó bastante en asimilarla. Principalmente por el desencanto de la política, por el hartazgo de ciertos liderazgos. Pocos fueron capaces de reconocer que esta política personalista era la responsable de la desilusión. En la mayor parte de los casos este fenómeno se presenta como una consecuencia. La aparición de numerosos partidos en los años noventa fue un síntoma de la incapacidad para trabajar el conflicto político. Nadie aquí está haciendo apología del bipartidismo pero el surgimiento de espacios como el Frente Grande hablaban de una incapacidad para trabajar hacia el interior del peronismo el sisma ideológico que significó el menemismo. Desarmados de identidad, Chacho Álvarez y su grupo de los ocho, crearon una fuerza nueva. Aclaremos que la Argentina por ese entonces no era bipartidista. Existían numerosos partidos de izquierda que no tenían mucha influencia electoral pero sí una identidad clara. Pertenecer al PC o al Partido Socialista significaba no sólo la adhesión a un sistema político sino a un modo de vida, de pensamiento. Lo mismo ocurría con la desaparecida UCEDÉ. La novedad era que espacios como el Frente Grande carecían de identidad. Se definían por su oposición al menemismo al extremo de desaparecer cuando él dejó de existir. Se proponían hacer lo mismo pero sin corrupción. Lo que expresaban era la imposibilidad de dar batalla hacia el interior del peronismo. La experiencia de Proyecto Sur fue similar. Fernando Solanas se fue del Frente Grande porque allí no podía satisfacer su necesidad de protagonismo. El problema de estas fuerzas es que no construyen sino que ante cada conflicto interno se da la alternativa de la ruptura. De este modo se multiplicaron partidos minúsculos que eran fracciones, expresiones cada vez más concisas de una fuerza política que parecía haberse quedado con su matriz. La política se volvía cada vez más específica y se diluía. Esa combinación entre no poder resolver los conflictos internos y la tentación rupturista ante cada diferencia, minó los componentes más importantes de la política. A su vez debilitó una idea más global. El nivel de confrontación que presentó el kirchnerismo muestra la necesidad de entrar a la contienda política con partidos más sólidos pero, a su vez, la dinámica que tendrán esos partidos si se aprueba la reforma política tendrá que ser, necesariamente, más flexible. No podemos imaginarnos ahora una obediencia partidaria como la de los años ochenta porque vemos que frente a situaciones puntuales, se pueden establecer alianzas muy distintas. Lo positivo sería pensar que con esta reforma se podrán poner al descubierto las bases ideológicas de las acciones de todos los días. Creo que se va a ideologizar la política. Partidos como el PRO tienen un discurso sustentado en generalidades. De hecho su nombre no es ni siquiera una palabra sino un prefijo sin significado, algo incompleto. Cualquiera que tenga una mínima noción de teoría política podrá ponerle nombre a las acciones del PRO, pero nuestra sociedad está profundamente despolitizada , en gran medida por estas prácticas personalistas, entonces es posible que alguien como Gabriela Michetti hable desde la buena onda, la no agresión, es decir, se muestre como una señora que juega a la canasta y se lleva bien con todo el mundo y no como alguien que entra en la correlación de fuerzas de la política ,y mucha gente le crea. Muchos sostienen que la reforma política favorece el bipartidismo. Creo que la pregunta tendría que ser: ¿por qué, después de las profundas crisis casi terminales que sufrió la UCR no surgió ninguna fuerza política que pudiera ocupar su lugar? Podríamos contestar que porque siempre conservó su estructura de partido. Hay una identidad que se mantiene y hubo un combate ideológico entre la socialdemocracia alfonsinista y el alvearismo del resto que siempre se dio hacia el interior del radicalismo. El Acuerdo Cívico y Social es, por ejemplo, un frente absolutamente amorfo. Ellos dicen referenciarse en el Frente Amplio Uruguayo y en la Concertación Chilena pero se parecen proco y nada. Se trata de un frente que diluye la ideología diciendo que no hay divisiones entre izquierda y derecha o que si existe no importan porque se puede acordar igual, lo que no es cierto porque ser de derecha o de izquierda en la Argentina implica divisiones irreconciliables. La estrategia de desideologizar para atrapar a un electorado más extenso ha sido muy contagiosa. La aplica el PRO, el Peronismo Disidente, el Acuerdo Cívico y Social. Ni que hablar del ARI y la Coalición Cívica que cambiaron sustancialmente de pensamiento de un modo tan repentino que hasta sus propios militantes se enteraron tarde. Otra posibilidad sería pensar si con esta reforma no se cumplirá el sueño de Chacho Álvarez de que en la Argentina las diferencias dejen de pensarse en términos de peronismo y anti peronismo y comiencen a ser planteadas, como en muchos otros países, bajo la dicotomía de izquierda y derecha. Tal vez esta reforma le ponga un freno a esa especulación tan difundida de querer peronizarlo todo para ganar una elección. El peronismo tendrá su momento para resolver su interna. De Narváez y Mauricio Macri o se meten en el peronismo y tratan de discutir qué es ser peronista o arman un partido que no será peronista sino una expresión definida de la derecha. La reforma política apunta cierta previsibilidad. A darle otra entidad a una ruptura. Alguien me podrá contestar que la reforma política propiciará más las alianzas. Es verdad pero tendrán que tener la identidad de partidos porque, de otro modo, no podrán sostenerse en el tiempo. Insisto: la despolitización es la gran estrategia de la derecha para imponer el ajuste. Un candidato como Francisco de Narváez que se instala en la política porque tiene plata y medios que lo propagandizan pero que carece de un sustento ideológico ¿qué va a hacer si llega a un cargo ejecutivo? Lo que las corporaciones le digan porque él no tiene un proyecto propio. Y lo peor de todo es que esas clases de discursos se muestran como un absoluto, no como una parcialidad y tienen una gran aceptación en la ciudadanía. Son claros, son tranquilizadores, no hay que esforzarse para entenderlos r
Esta bueno el analisis de Varela,aunque parece inconcluso.Me pregunto si las eleciones internas en los partidos lograran activar la participacion de los ciudadanos.Es posible,por afirmacion de uno mismo,pero el problema es que la participacion no conviene que se agote en el voto y el gran tema sigue siendo como hacer para que sea efectiva y constante.
El problema es que hasta Fukuyama reconoce que se equivocó con eso del Fin de la Historia, pero nuestros políticos de derecha no acusan recibo.
hay un sólo punto del proyecto con el que estoy decididamente en contra: que sólo se pueda votar en la primaria de un solo partido.
Ejemplo: soy progresista. Mi candidato favorito es Sabbatella, al que votaría en la elección general. Al mismo tiempo, sé que entre las alternativas del PJ prefiero a Kirchner antes que a Rodríguez Saá o Duhalde. Y que entre los de la Coalición Cívica prefiero a Binner o Stolbizer antes que Carrió o Cobos.
¿Por qué tengo que acotarme a una sola interna? Tendría que optar sí o sí entre a) votar a Sabbatella, que no tiene oposición en la primaria, para que llegue al mínimo de votos necesario para que le permitan participar en la elección general, arriesgando que los demás candidatos de la general me parezcan totalmente desagradables; o b) tratar de que gane mi candidato preferido de otro partido, arriesgándome a que Sabbatella no llegue a ese piso mínimo.
No me parece correcto, y creo que no le hace un favor a la intención de fomentar la participación ciudadana y reflejar mejor los deseos de los votantes.
Ro es parte de la vida, cuando uno elige a uno pierde corta un cordón umbilical que lo une a cientos de posibilidades.
Ej, cuando elijo los dos gustos del helado: limón y pera, voluntariamente renuncio a chocolate, sambayón, cremadel cielo, higos al whisky o crema americana. Podré la próxima vez elegir otros o seguir con os mismo, pero este helado es de limón y pera.
Asi tambien cuando uno elije aparearse, elije a Gastón o Paula y renuncia a muchas otras posibilidades.
También cuando uno termina el secundario y opta por una carrera, podrá en el futuro elegir otras pero ahora es una y solo una.
Aceptar esas renuncias (que expresan libertad para renunciar voluntariamente a cientos de posibilidades para abrazarse a una sola) y entenderlas como no forzadas es signo de madurez.
No todos pueden acostarse con cien personas a la vez, manotear todos los gustos del helado o elegir en una primavera electoral un tenedor libre de candidatos.
Lo que quiero decir es esto: si un ciudadano cualquiera vota en una sola interna, en sentido práctico eso se traduce en que todas las demás internas le dan lo mismo. Y creo que estamos seguros de que a nadie le da lo mismo.
Tendrá la oportunidad de votar en la elección general a un candidato que le parezca es el más cercano a su pensamiento. La lista «armela Ud mismo» no existe.
Esa lista llevaría a a indecisión in eternum. Y de lo que se trata en una elección es justa¡mente eso: elegir.
Elegir es renunciar voluntariamente a miles de posibilidades.