Tarde o temprano, los estudios de opinión pública que se van dando a conocer de cara a las presidenciales 2015 tendrán que reconocer que si es cierto lo que dicen acerca de un hipotético giro conservador que se estaría verificando en el electorado, ello se debe a lógicos reflejos conservacionistas de lo que acumuló materialmente la sociedad en 10 años de kirchnerismo.
Por mucha vuelta que le vayan a querer buscar, nadie reacciona de ese modo con bolsillos y estómago vacíos.
Obviamente, no es del todo exacta la expresión del viraje a la derecha para explicar una cuestión casi sociológica sobre estados de ánimo que luego requieren de viabilización electoral. Más aún, que organizan, en gran medida, los comportamientos de los actores políticos, quienes diseñan sus movimientos y discursos en base a esas observaciones. Ya hemos dicho acá que no somos amigos de expresiones como éstas, de las que década ganada –aún cuando en ese caso coincidamos con el espíritu de la fórmula– es otro ejemplo. Pero son, a veces, necesarias a efectos de la síntesis. Aunque en el camino se pierda la riqueza de la complejidad. También es probable que alguien vea en estas líneas pretensiones justificatorias de lo que se puede entender como un abandono de los postulados básicos que inaugurara Néstor Kirchner en 2003.
En realidad, hay que asumir que estos asuntos tienen mucho de esto. Y que aquello del péndulo, metáfora a que acudió la presidenta CFK en un discurso que dio en la UIA apenas confirmada su reelección, no es simplemente una rareza argentina.
Lo que hace la diferencia, sí, es la voluntad y la destreza de la intervención política (cuando existen tales atributos) en morigerar los efectos de procesos ineludibles, propios del devenir mismo de la Historia. Para lograr conducirlos. Si Kirchner no hubiese articulado su audacia, que para los parámetros promedio nacionales desde la recuperación democrática constituyeron toda una novedad, con las prudentes dosis de racionalidad que expresaron los superávits gemelos y la obstinación por acumular reservas en el BCRA –por citar sólo dos ejemplos, hubo más–, muy probablemente todo aquello que más enorgullece a la hora del recitado de las conquistas del ciclo kirchnerista en el poder institucional no habrían sido posibles.
Libradas las cosas a los impulsos que estallaban a la salida de la convertibilidad, sin un marco de mínimo tacticismo a la hora de la estrategia programática, la estatización del sistema previsional o la AUH ingresarían a rango de incerteza.
Conviene analizar desde esta perspectiva las reconfiguraciones que ha operado, en la macro tanto como en el equipo que la acompaña, Cristina Fernández desde su reaparición en noviembre del año pasado, cuando dio aire a Jorge Capitanich, Axel Kicillof y Juan Carlos Fábrega. Aldo Ferrer explicó bien estas necesarias matizaciones en un artículo reciente en el que diferencia ortodoxia de ordenamiento. Se trata de poner la oreja en el suelo para ver por dónde vienen las cosas e intentar hacer algo con ellas para tener horizonte. Lo que habla, además, de la responsabilidad de CFK como dirigente, cuando muchos de sus competidores mejor posicionados se conforman con apenas vocear estas cuestiones, sin el mínimo procesamiento que se requiere para una acción de Estado sensata.
Sería una pena resignarse a un futuro de sólo tirar piedras luego de tanta agua corrida bajo el puente.
Pese a todas las pruebas en contrario, que a esta altura de nuestra historia son ya abrumadoras, la fábula de que podemos ser una colonia feliz, sigue cosechando adeptos. Aldo Ferrer lo expresa con su habitual maestría en este párrafo:
En definitiva, el debate sobre la estrategia de administración de la macroeconomía en la coyuntura, replantea el conflicto, aún no resuelto, sobre el proyecto de país. Vale decir: Argentina apéndice del mercado mundial o país soberano en el comando de su propio desino.