Publicada en edición impresa de Revista El Estadista
Hacer virar el debate de la redistribución a la productividad es uno de los desafíos del peronismo no kirchnerista. La historia y la actualidad.
Cada conflicto que se libra hacia dentro del peronismo parecería explicitarse como una confrontación entre visiones que ya tuvo lugar en otro momento de la historia de este particular movimiento sociopolítico argentino. Las diferencias entre el peronismo kirchnerista y el no kirchnerista recogen antiguas antinomias y se organizan también en torno a viejas dimensiones. No sólo las dicotomías izquierda vs. derecha o progresismo vs. conservadurismo se hacen presentes en las contiendas peronistas.
Una distinción a la que debería darse más relevancia es aquella que discrimina entre productivismo y redistribucionismo. El redistribucionismo concibe la realidad a partir de una concepción social igualitarista, que sostiene que el capitalismo funciona bajo una forma de reproducción de condiciones materiales que plantean una oposición entre el capital y el trabajo. El juego es de suma cero, lo que gana el empresario, lo pierde el trabajador y lo importante es distribuir lo que hay, antes de acrecentarlo. Bajo este paradigma, el peronismo buscó generar condiciones de una mejor distribución de las rentas. Y tuvo éxito.
La participación del ingreso de los trabajadores en el ingreso nacional entre 1946 y 1950 creció desde 37% a 47%, casi alcanzando el afamado fiftyfifty que tanto mencionaría Juan Domingo Perón años después. Este peronismo, que comienza en el año 1946 y goza de su momento de gloria hasta 1948, luego empezaría a encontrar los límites a su perpetuación, amenazada por una balanza de pagos deficitaria y una inflación en franco crecimiento. Las trabas a las importaciones, el congelamiento de salarios y la disminución del gasto público serían algunas de las herramientas con las que experimentaría Perón para evitar que la corrección de las variables macroeconómicas tuviera que hacerse mediante una devaluación.
¿Déjà vu? No, tan sólo leyes económicas que hoy también hacen su juego bajo la administración kirchnerista. El kirchnerismo ha bebido de esta fuente y ha argumentado sus políticas públicas reconfigurando los dilemas que enfrentó ese peronismo. Un ejemplo claro fue la disputa con las patronales agropecuarias y con gran parte de los productores rurales en el año 2008. Los fondos de las retenciones móviles habrían de obtenerse para construir escuelas y hospitales públicos para los que menos tienen. Otra argumentación redistribucionista se realiza al defender la estatización de los fondos de pensión. Y así otras tantas.
El peronismo de los primeros años ha quedado en la memoria como el histórico, o el tradicional. Es el justicialismo de las épocas felices en las que los salarios iban por el ascensor y los precios por la escalera. El foco estaba puesto en un mercado interno pujante y una demanda agregada creciente que estimulaba el dinamismo de la actividad económica. Otro déjà vu con gran parte del periplo kirchnerista y su época de vacas gordas. Sin llegar a tener una concepción dialéctica y esencialmente conflictiva de la realidad social, el peronismo redistribucionista ha planteado, por momentos con mucha fuerza, políticas públicas que beneficiaron a los trabajadores a costa de un perjuicio de las ganancias del empresariado. Desde el control del comercio exterior bajo el IAPI hasta la administración centralizada de las expropiaciones, pasando por el reconocimiento de derechos laborales y el fomento a la industria, son huellas de aquel Perón.
Ese peronismo se las vería con problemas al poco tiempo de haber nacido, a causa de un excesivo gasto público, inflación alta, baja productividad de las empresas del Estado, críticas a la falta de libertad de empresa y conflictos con las patronales rurales. Además, el contexto internacional le exigía un recambio. Así aparecería el modelo productivista, sobre todo desde 1952 a 1955. Luego de ganar de manera aplastante las elecciones, Perón presentó su “Plan de Emergencia”. Practicó la sintonía fina y se ocupó en encontrar los mecanismos para que el empresariado pudiese generar una oferta de bienes y servicios competitiva, trató de estimular inversiones extranjeras, atraer capitales, disminuir los costos laborales e invertir en tecnologías.
Su lema era producir, producir y producir. Así logró bajar la inflación del 39% en 1952 al 4% en 1953. No devaluaría, pero tampoco se avanzaría más de lo que ya se había recorrido por el camino de la redistribución progresiva del ingreso. Fue un peronismo para época menos provechosas. La necesidad estaba en producir de manera competitiva para, así, importar menos, aumentar la oferta y mejorar los salarios reales. Intentaría el Presidente acercarse al capital, a los empresarios, nacionales o extranjeros, y debería colocar en segundo plano las demandas de los obreros. El intento de que la empresa Standard Oil (hoy Chevron, otro déjà vu) explotara yacimientos que YPF no podía quedó en la memoria de muchos que consideraron que la frase de la marcha peronista que dice “combatiendo al capital” se había trastrocado por “atrayendo al capital”.
VERSION 2012
Cristina Kirchner parecería por momentos buscar ese peronismo del año ’52 que fue más exitoso en lo económico que en lo político; y el resto de la dirigencia peronista pareciera no querer o no poder presentarle batalla en un terreno en el cual el kirchnerismo podría verse sensiblemente más débil. El Frente para la Victoria sabe luchar con fuerza en el campo de la redistribución, pero tiene menos carretel en la esfera de las argumentaciones productivistas. Eduardo Duhalde intentó, con su Movimiento Productivo Argentino, llevar la discusión a ese ámbito. No tuvo éxito, tal vez porque era demasiado temprano para que ese discurso impregnara en la opinión pública, o quizás también porque pesó más la imagen negativa del enunciador que el contenido de su palabra.
El argumento que usaron los funcionarios sciolistas para defender el revalúo inmobiliario debería analizarse con interés por su diametral diferencia con las justificaciones de la resolución 125 y por un intento de comenzar a trabajar en esa complejidad del discurso productivista. Se puso énfasis en cómo este recambio tributario sería empleado para mejorar rutas, caminos y tecnologías para aumentar la producción y hacerla más competitiva, así como para optimizar la comercialización. Tal vez todo está aún muy tibio, incipiente y casi en estado de timidez. Ese espacio, ese discurso, ese otro peronismo sigue huérfano de enunciadores firmes y con predicamento entre la ciudadanía.
No todo en el campo de lo político tendría que resignarse a caer en la falsa dicotomía de neoliberalismo noventista o redistribucionismo del primer Perón. En política los que ganan no siempre son los que logran que su posición sea la más aceptada en un debate de ideas, sino aquellos que consiguen establecer los términos en base a los cuales se discuten esas ideas. Modificar los ejes del debate es el primer y principal desafío para el peronismo no kirchnerista.