En este espacio de reflexión, Nicolás Tereschuk reprodujo un interesante debate de políticos trasandinos interesados en suceder a Sebastián Piñera, por el lado de la oposición, ejercicio que fuera elogiado por periodistas como José Eliaschev que rápidamente ofreció en forma pública su espacio de radio Mitre para organizar un meeting similar. Silencio.
Esta y otras cuestiones, a propósito del nuevo accidente ferroviario en la Argentina, motivan estas líneas.
Comenzamos por una afirmación: en la Argentina – y en casi todas partes – no hay debate de ideas. Aventuramos algunas respuestas: Esta realidad, que no es exclusiva de la última década, es una consecuencia de la crisis de representación y de la preeminencia de la construcción mediática por sobre la construcción política que emana de los manuales del buen gobierno.
La fórmula actual es: candidato carismático + negociación efectiva con los factores de poder + acomodamiento institucional acorde a esa negociación. El resultado es: gobernabilidad y paz social hasta que la crisis cíclica del capitalismo obligue a un reseteo de las variables.
Los dardos en contra de la presidente – aquí no vamos a calificarlos – en el sentido de su “carácter” y sus “formas”; o la crítica hacia el modo de construir poder y designar candidatos y puestos en la estructura de poder, podrían dirigirse del mismo modo a la pléyade de políticos que desde la oposición no han demostrado otra cosa. ¿Por qué? Porque en la mayoría de los casos, los dirigentes opositores son ególatras que han emigrado o “sobresalido” de sus partidos hasta considerarse “demasiado buenos” para formar parte de una estructura que los acota.
Elisa Carrió; Pino Solanas; Chacho Álvarez; Ricardo López Murphy; Claudio Lozano; Mauricio Macri; Francisco de Narváez; Sergio Massa, y sigue la lista, tienen en común el hecho de que ellos son su propio capital político y no le deben nada a ninguna estructura partidaria – tan sólo a negociantes del poder – la que son capaces de armar o alquilar en el momento que su estrategia lo requiera.
Periodistas consumados como Oberdan Rocamora, en notas como “Políticos de la góndola”, reflejan esta realidad en la que el político se ha transformado en una mercancía. La novedad de cada elección reside en si tal o cuál – pongámosle Sergio Massa – va a estar disponible para el consumo. Para ello, el político genera – con técnicas de marketing – la necesidad, tanto en los consumidores, como en los distribuidores y comerciantes del producto.
Por otra parte, otro tipo de políticos como Daniel Scioli; Ricardito Alfonsín; Ernesto Sanz; José Manuel de La Sota, etc. aplican los mismos principios pero no salen del perímetro fijado por sus partidos. Curiosamente, esos “productos” parecen los menos atractivos para los consumidores siempre ávidos de “lo nuevo”.
El accidente de tren encuentra a todos los políticos en orsay. La presidente, diga lo que diga, será castigada por la opinión pública, porque además el hecho muestra una falencia grave en el cumplimiento de los deberes básicos del Estado. Y los opositores porque harán leña del árbol caído, de la manera más irresponsable posible.
Así crece y se consolida un muro entre representantes y representados. En nuestro país, los políticos pierden la habilidad de construir el velo – salvo el interesante intento oficial de elaborar un “relato” – que cubre las relaciones de capital y cuando esto falla, ellos también quedan desnudos.