Volvió de su licencia, finalmente, la presidenta CFK. Efectuar un racconto de todo lo que –muy bien, por supuesto– dijo, no es el propósito de las siguientes líneas. Interesa, a quien esto escribe, señalar unas pocas cosas.
Cristina ocupa el centro del escenario político. Aún en su ausencia, su figura ejerce un magnetismo ineludible frente a cualquier tema del debate público. Y de la rosca, por supuesto, también. Ello, no obstante, no equivale a coincidir con el chamuyo berreta ese de que sin Cristina el país no camina porque en el país existe un unicato autoritario y hegemónico y toda esa sarasa.
La dimensión institucional y burocrática o de gestión del Estado, es una cosa; la dinámica política, otra. No intento decir –Dios (si existe) no lo permita– que tramitan, una y otra, por cuerdas absolutamente separadas. Reconozco que, las más de las veces, se entrecruzan, se condicionan la una a la otra mutuamente, y están en (casi) permanente tensión.
Pero resulta que lo destacable en Cristina a la hora de la conducción ha sido, es, a mi criterio, la consolidación de una correlación de fuerzas tremendamente favorable. Esto le ha permitido, en el caso puntual al que nos referimos en el presente:
a) Que la gestión haya logrado, digamos, soportar su ausencia. Porque fue transitoria, claro. El blindaje, por fea que suena la palabra (de triste memoria), que, entonces, rodea a la gestión y el rediseño de equipo que operó CFK en función de (y sustentada en) él, pone las condiciones a la hora de decidir. Tan sencillo como eso.
(Digresión: sin dejar de anotar la importancia, tremenda, de la reconciliación con la sanidad institucional que experimenta el país por estos tiempos, y que se ha expresado fuertemente durante las primeras tres semanas del año –las de la licencia de la Presidenta–: porque ahora, al revés que durante 2003/2007, el vicepresidente honra el mandato que lo consagró en su cargo y no adversa a quien ocupa la titularidad del Ejecutivo. Lo tenía que decir)
b) Los sectores que inclinan las disputas (expuestas o no, en marcha o en expectativa) a favor de la Presidenta, no reconocen otra conducción que la suya. O la que ella indique, aunque todavía no lo haya hecho (porque no hace falta, tan sencillo como eso, bebés).
Paradójico como puede resultar el desarrollo hasta acá, existe, creo, algo que los une. La discusión por la sucesión.
Mi punto es: a nadie, al interior del peronismo, le conviene hacer locuras, que este gobierno naufrague. Porque aunque eso conllevara la imposibilidad del kirchnerismo de prolongarse más allá de 2015, está visto que ha consolidado un universo muy propio, sin el concurso del cual todo se le hará muy cuesta arriba a cualquiera.
A esto de que ponen, los que se sienten conducidos y representados únicamente por Cristina, las condiciones, debe entendérselo en el sentido de que cualquiera que desee transformarse en alternativa válida fracasará si no parte desde, en vez en contra, de lo actuado hasta acá por el kirchnerismo. La ciudadanía a la que han de interpelar se ha reconfigurado a partir de un proceso de creación, incorporación y reconstitución de derechos; ergo, el punto de partida es otro; ergo, ídem deberán ser las tácticas y estrategias con que se conduzcan de acá en más: por no entender todo esto les fue como les fue en 2011, siendo que plantearon, un retorno a fojas cero, a un prekirchnerismo: sencillamente no se puede.
Y en última instancia, muchas de las discusiones que se vienen habrán de tener en cuenta las intenciones que el kirchnerismo tiene de consolidar los marcos en que su modo de gestionar el Estado ha podido desplegarse. Va más allá de Cristina persona en sí. Más allá de una re-re que la propia Presidenta se ha cansado de descartar. No somos liberales, recuerden.
Eso sí, nadie puede esperar que un liderazgo como el de Cristina no tenga parte también en ello.