El titifernandismo (o de por qué los derechos no son absolutos)

Enrique Szewach escribe esta nota en Perfil, en defensa de la imprescindible tarea del periodista Tití Fernández cubriendo el campo de juego.

Resumiendo, la cosa viene así: la AFA dispuso una medida que limita el ingreso de periodistas al campo de juego. El sentido de la medida es el siguiente: toda vez que los periodistas informan al banco la equivocación de un árbitro, la interpelación (ah, los eufemismos) de los directores técnicos se vuelven un factor condicional de la actuación del árbitro. La verdad televisiva, el hecho por el cual si Fernando Niembro dice que fue penal, entonces, fue penal, interfiere en los hechos, deformándolos. Deformándolos porque es igual de subjetivo -¿técnicamente mejor?, tal vez, ¿siempre?, ah, no sé- que la interpretación del árbitro.

El ataque a la libertad de prensa, a los mártires periodistas del Grupo Clarín que domingo a domingo disputan una batalla épica contras las hordas punteriles y barrabravas del Gobierno a través de las trincheras del móvil, es un hecho tan evidente, que el propio Szewach no tiene ni ganas de describir: «la metáfora sobre la Argentina en general surge tan obvia que casi me parece insultar la inteligencia del amable lector o la gentil lectora, al escribirla». El Indec, el dengue, la inseguridad. La cuestión es no permitir que esos datos salgan a «la realidad». Esa es la metáfora que el periodista amagó con no darnos, y terminó por hacerlo, porque, en el fondo, sí tenía ganas de insultar nuestra amable o gentil inteligencia.

Los derechos no son absolutos. Ninguno de ellos. Podríamos discutir, otro día, si la vida. Pero allí está el art. 21 de la Constitución para decirnos que estamos obligados a armarnos en defensa de la patria y de la Constitución. ¿La libertad de prensa es absoluta? No lo es. Está regulada, como todos los otros derechos. Sigamos, entonces, la lógica del periodista y digamos que, por ejemplo, el Gobierno también censura cuando atosiga a la prensa los días electorales impidiéndoles sugerir las bocas de urna antes de las 18 hs. Es, visto así, también una forma de censura. Para no influir sobre el resultado, para no condicionar el voto del resto, queda prohibida la emisión de encuestas y spots de campaña durante los días electorales. ¿Esto también representa una violación de los derechos del periodismo? Para Szewach, sí. Aún cuando no se está borrando a Tití Fernández del espacio televisivo, sino regulando su permanencia dentro de un espacio físico considerado exclusivo para los protagonistas de los hechos (incluso se establece, a la europea, una «zona mixta» para las entrevistas). El periodista todavía conserva su capacidad de entrevistar jugadores, antes y después de los partidos. De la misma manera que se permite entrevistar a cualquier votante antes de entrar, sin transmitirlo en vivo, e incluso después. Sólo se pide, por cortesía, no entrar al cuarto oscuro con él. O no ir a cabecear usted, si me hace el favor, Tití. Una nueva asignación de roles. Que cada uno, platónicamente (?), ocupe su lugar: el periodista de periodista, el jugador tirando centros, y los votantes, votando.

Sería ilusorio decir que el límite del periodismo es la influencia sobre los actores de la realidad. La influencia es similar, en todo caso, si los comentarios se hacen antes, durante o después del partido. Hay que dejarlo en claro: no se está cortando ese famoso «vínculo con lagente», sino su capacidad de distorsionar directamente el devenir de los acontecimientos. Mendieta anda preocupado estos días por lo que pueda ocurrir con un hecho de inseguridad en el cual se presente una cámara. Esto tiene que ver. La presencia de una cámara incentiva a los actores de un hecho social. Hace tiempo que convivimos con la televisión y ese tiempo educó a muchos en el arte de declarar y actuar de acuerdo o no a su presencia. Así como Szewach dice que el problema de fondo de todo esto es que los árbitros dirigen mal, creo que lo que se está discutiendo detrás de Tití Fernández, es algo que Morales Solá, alguna vez, tuvo a bien confesar: «el periodismo y los Kirchner son definitivamente incompatibles. Un presidente que desprecia las estructuras partidarias y que busca esquivar el control institucional sólo confía en su relación directa con la sociedad. El problema consiste en que la prensa se le mete en el medio. Innecesariamente, ha decidido competir con el periodismo por el control de la opinión pública. Ese es el conflicto de fondo, que no carece de palabras injustas y de agravios innobles».

4 comentarios en «El titifernandismo (o de por qué los derechos no son absolutos)»

  1. Si en algo disiento con lo dicho por Szewach, es en que «el problema es que los árbitros dirigen mal».
    El tema es, en realidad, más complejo. Primero, hay una serie de fallos discutibles, en los cuales es imposible determinar cuál es la «verdad». La televisión, y el comentarista en su representación, ofrece una visión parcializada. Esa visión parcializada, sin embargo, es asumida como la objetividad absoluta por el «universo» futbolístico. Algunos comentaristas concientes de este poder injusto que los inviste los domingos de 5 a 7, intentan no sacar réditos de ello e influir lo menos posible. Otros, tal vez tan concientes como los anteriores de su posición privilegiada, aprovechan la situación.
    Después, hay una batería de errores arbitrales sólo visibles por televisión, con repetición desde ángulos inverosímiles y en cámara lenta.
    Y finalmente, algo que me parece muy grave: la intención de los actores televisivos, de promover la negación del error como posibilidad aleatoria del mismo juego. O peor, de monopolizar el error, disfrazándolo de objetividad.

    El problema, entonces, no es el error de los árbitros, sino el uso que se hace de esta situación fortuita. Y en esa disputa está la decisión de la AFA, que intenta preservar la posibilidad del error como parte del juego, y no regalárselo a la televisión.
    Disculpá si comenté sobre algo no central en tu post.
    Saludos, Tomás.

      1. Udi: reflexionando un poco sobre el tema, nadie es bilardista por gusto, me parece, sino más bien por necesidad. El menottismo es un lujo que con cierta cara uno no puede darse. Igual, con el paso de los años el destino es tocallismo, o en el mejor de los casos marchetismo.
        Saludos

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