Rafael Correa arrasó en las elecciones presidenciales de Ecuador, y obtuvo así su segundo y último mandato consecutivo, según lo dispuesto por la Constitución ecuatoriana actual –similar en esos términos a la argentina, contrariamente a lo que mintió alguna vez el operador Alfredo Leuco, quien sostuvo que en Ecuador la reelección presidencial es ilimitada–. En general, parece ser una costumbre que se afianza en Sudamérica por estos tiempos, la de comicios no competitivos.
Cristina Fernández más que duplicó a su segunda en 2007 (Elisa Carrió), y se convirtió en la candidata más votada desde el retorno democrático de 1983 en 2011, en lo que constituyó, además, la segunda victoria más contundente de la historia nacional –casi 38 puntos de gap, sólo superada por la diferencia que el general Perón marcó con Balbín en 1973– y la quinta persona más votada en el mismo lapso, detrás de las tres participaciones del fundador del justicialismo y de la reelección del doctor Yrigoyen. Con la salvedad, en el caso de Cristina, de que significó la tercera victoria consecutiva de un mismo proyecto político, dato, ése sí, inédito.
Evo Morales obtuvo guarismos similares tres veces consecutivas en Bolivia –dos elecciones presidenciales y un referendo revocatorio; tampoco allí hay reelección indefinida del jefe del Ejecutivo, también en este caso a pesar de Leuco– y Hugo Chávez en cuatro oportunidades en Venezuela –tres comicios generales y un referendum–, único país de la región que no contempla limitaciones a la posibilidad de postularse a la presidencia.
El comandante jefe de la Revolución Bolivariana debió sudar, aunque apenas un cachito, en su último triunfo, ante una coalición opositora multicolor que postuló al gobernador ultra conservador del Estado de Miranda, Henrique Capriles, pero ello en un contexto extraordinariamente atípico, con la salud del presidente en duda –que mermó su despliegue de campaña– y en medio de un clima enrarecido en que la campaña opositora estuvo intervenida por elementos extrainstitucionales como pocas se ha visto, hasta desde el exterior. Así y todo, la ventaja se estiró hasta superar los diez puntos.
La mejor prueba del carácter extraño de aquel acto vino pocos meses después, cuando se celebraron en Venezuela elecciones locales en las que el chavismo, aún sin su líder en cancha, y ya desinflada la furia del conglomerado de la derecha y asociados varios sin referencia aglutinante a adversar –su único programa–, arrasó, reteniendo todo cuanto puso en juego y aún recuperando algunas gobernaciones que estaban en manos de sus rivales.
En Brasil, Lula y Dilma obtuvieron sus respectivos triunfos tras sortear sendos balotajes, situaciones que tanto el ex jefe metalúrgico como la ex guerrillera superaron siempre de manera más que holgada; pero tampoco allí las oposiciones –algo más formales que en el llamado eje bolivariano– parecen en aptitud de poner en duda las posibilidades del PT.
Chile y Uruguay son casos aparte: en el primero, el juego tramita –en el marco de un panorama en que los protagonistas guardan pocas diferencias entre sí– a través de las reglas construidas por la dictadura que encabezara el general Augusto Pinochet, aún a más de veinte años de recuperada la democracia formal. Los orientales, por su parte, donde tampoco existen partidos con distinciones programáticas, han sido siempre más tradicionalistas, no obstante lo cual es muy improbable que el sucesor del presidente Mujica no provenga del oficialismo, a pesar de que los dos partidos opositores, otrora dominantes, suele funcionar en tándem automático, y de memoria, contra el Frente Amplio gobernante.
Lo dicho, Rafael Correa ha sido confirmado en su cargo por márgenes superiores a los 35 puntos, que en 2009 habían sido más de veinte. En Paraguay, por último, gobierna una dictadura. Vale agregar que tanto en Ecuador, como en Venezuela y Bolivia, han tenido lugar, en la última década, procesos de reformas constitucionales edificados a partir del elemento de la soberanía popular, en los que las cifras aprobatorias volaron a alturas asombrosas.
Y el dato más interesante que rodea a todas estas cuestiones, es que tanto estos últimos tres países como Argentina elaboraron sus actuales tiempos políticos a posteriori de sendos quiebres institucionales movilizados por gigantescas protestas populares. Eso es lo que diferencia sus rutinas democráticas de las de Brasil y Uruguay, que estuvieron cerca de precipicios similares pero los evitaron apenas a tiempo, habiendo sido innecesaria entonces la reconstrucción constituyente que requirieron aquellos. Así y todo, sólo en Chile se hace imposible advertir la existencia de espacios posneolierales como los que, en mayor o menor medida, gobiernan en los restantes países acá comentados, y que organizan los respectivos ejes de contradicción política.
De lo que se trata es de responderse por qué razón la incertidumbre es el gran ausente de los últimos acontecimientos electorales de la región.
Durante la Asamblea Legislativa que procesó el reemplazo de De La Rúa en diciembre de 2001, el doctor Raúl Alfonsín dijo que se había llegado a tal situación por la pérdida “de gran capacidad de decisión nacional”, situación en la que los “lobbys empresarios del capitalismo concentrado muchas veces tuvieron mayor fuerza que todo el gobierno representativo”, textual. Y viene a cuento de varias de las cuestiones que estuvimos comentando acá desde iniciado 2013.
Dijimos, el pasado 4 de febrero, a estos respectos, que “(…) el kirchnerismo es la única fuerza política argentina del tablero partidario actual que pertenece al universo de ideas post 2001; la totalidad de sus adversarios, en cambio, cabalga sobre la premisa única de operar la devolución del gobierno del Estado a la gramática de los mercados, un retorno liso y llano a las lógicas 1983/2001”.
Para muestra, un botón: la última e ilegal solicitada de campaña publicada por Francisco De Narváez reza ‘Ella o vos’, pretendiendo que con ello plantea una contradicción entre la totalidad de la ciudadanía y la presidenta dela Nación. Lo interesante es que reserva para sí mismo, el responsable de la publicación, ningún lugar. Se pone por fuera, rechaza la representación, que es a lo que esencialmente debería aspirar como dirigente opositor.
Absolutamente en línea con lo que planteamos en el párrafo antes citado: De Narváez es parte de un colectivo que no concibe otra forma de gobernar el Estado que la entrega de las funciones que le competen como tal a la actividad privada. Y en ello no existen diferencias entre el FAP, el peronismo opositor, la UCR y el resto de los que integraran el tristemente célebre Grupo A, que dominara, con desempeño paupérrimo, el Congreso entre 2009 y 2011.
En tanto el único espacio que se plantea representar, y de hecho representa es el kirchnerismo, a partir de lo cual construye diferenciales de poder abismales, mal puede sorprender que haya superado por casi 40 puntos a su segundo en 2011 tras un muy accidentado ‘07/’11. Con observar apenas por arriba lo que fue la última campaña presidencial ecuatoriana o los panfletos de campaña de Capriles en Venezuela, surge nítida la familiaridad de lógicas entre relatos como el de De Narváez y los de las restantes oposiciones regionales.
Lo cierto aquí es que la discusión está planteada transversalmente en todo el espacio sudamericano en términos similares: el retorno a los programas neoliberales –en nuestro caso, a 2001– o lo actual que es, por lo menos, un stop a la repetición incuestionable de las lógicas que hundieron a la región desde la década del ’80 y hasta bien entrado el siglo XXI, y que actualmente tienen en jaque a Europa. Es decir: es los unos o el vacío.
Restaría agregar que el propio hecho de los saludos que personalmente se dedican entre sí los distintos mandatarios sudamericanos cada vez que triunfan habla a las claras de las distancias de calidad que separan a los contendientes en cada país, lo que hace imposible hablar de disputa entre proyectos, en tanto unos no cuentan con tales, pues la pertenencia a una traza continental, en estos tiempos del mercado global regionalizado, se hace imprescindible. En Argentina es usual que los dirigentes opositores hablen de Lula, quien sin embargo manifiesta repetidamente sus ganas de cambiar de domicilio a nuestro país para… votar por CFK.
Claro que repasar todas estas cuestiones implica una complejidad mucho mayor que acusar a las supuestas demagogia populista y competencia desleal en que incurrirían los gobiernos de Sudamérica.
No podemos menos que celebrar el extraordinario triunfo de Rafael Correa, que se enmarca en la senda progresista, latinoamericanista y antineoliberal, que con distintos matices han comenzado a recorrer nuestros pueblos.
Tambien es motivo de alegría el regreso del compañero Hugo Chávez a su patria.