Esto fue dicho no una, ni dos, ni tres, sino infinita cantidad de veces: el principal problema de Argentina, hoy, es el injusto e inequitativo patrón de distribución del ingreso.
Se podría decir que casi es el problema central. No el único, pero si aquel que requiere de la primigenia atención. Pues resulta imposible, palabras de la propia Cristina Fernández de Kirchner, pensar en la solución de ningún tema si primero no se soluciona la regresividad social imperante. Y la verdad es que razones no le faltan a la Presidenta de la República: piénsese que en el mejor registro argentino en materia de reparto de producto, la del Peronismo, inseguridad, analfabetismo, enfermedades, eran palabras ausentes en los “issues de las agendas políticas”.
Esto no significa achacar a los pobres los males sobrevinientes al default social, ni estigmatizarlos, ni nada por el estilo. Refiere, básicamente, a que inclusión, esa palabrita tan deseada popularmente, no quiere decir simplemente un gráfico de torta partido en mitades exactamente iguales. Supone entender la vida en una acepción plena del término: niños yendo a la escuela, familias cenando reunidas, hombres y mujeres que no se sientan en la desesperante necesidad de delinquir puesto que el sistema le ofrece trabajo digno: personas, en definitiva, que comprenden lo conveniente de vivir en una sociedad que los acoge, y en la cual el resentimiento es una reacción desconocida e inexistente.
Desde aquel glorioso 1954 de la victoria 51-49 de los asalariados en el partido de la participación en el PBI, el flagelo se ha ido ensanchando. Si, 1954, un año antes del golpe, esto para algunos trasnochados que hablan de que los buenos tiempos del Peronismo duraron hasta el `51, o que la llama se apagó con Evita y quien sabe cuantas estupideces mas. Cual si el Peronismo no hubiese sido una forma superior de gestión, capaz de trascender de figuras determinadas o superar escollos menores.
El escenario 2009, debe plantearse en torno al mismo objetivo: trabajar en orden a cambiar el modelo distributivo. Esa debe ser la consigna. Nadie debiera discutir nada, si antes no se discute la redistribución. Nadie debiera debatir, si no es partiendo de la base de que el primero de los famosos consensos que imponen como vocablo políticamente correcto los hablantes de las escuadras pseudo demócratas, necesariamente debe ser poner proa al retorno a ese famoso 51-49 arriba mencionado. Todo lo demás, después vendrá.
¿Y quien es el único actor político que propone en la actualidad ese como principal eje de su discurso político?
¿Quién tiene en su legajo el mérito de haber sido el único gobierno, desde 1983 a la fecha, que entregó, en ese rubro, las cosas mejor de lo que las recibió?
¿Quiénes son aquellos que dieron significativos, aunque incompletos, pasos en orden a constituir una lógica de gestión que ayude muchos más a lograr mejorar la equidad que los conceptos perimidos de la democracia formal de mercado?
Por el contrario,
¿Quiénes son aquellos que proponen dar el manejo de la cuestión a todos aquellos responsables de la regresión distributiva más abrupta que finalizó en 2001?
¿Quiénes, directamente, no tienen el tema presente en sus discursos vendiendo la “galletita” del respeto de la división de poderes como solución (falaz y estéril por cierto)?
Pro esto simplemente, no hacen falta doscientas razones, todas por cierto maravillosas, imposibles de no suscribir. Con esta, basta y sobra.
Pablo Daniel Papini.-
Menem también entregó el gobierno en 1999 con un guarismo mejor que el que recibió en 1989.
Por cierto Duhalde tambien lo hizo en 2003.
Mentiras. Menem en 1989 entregó índices de distribución del ingreso peores de aquellos que recibió. Lo de Duhalde si es cierto, pero en el Kirchnerismo este es un objetivo nodular constante.
Excelente argumentación, me la copio. Mucho más que 200 razones, es cierto, eso es MODELO: qué prima, capital o trabajo? Ambos pordría decir algún despistado, pero dentro de eso se privilegia el trabajo.
Saludos.