«-¿ Cuánto te salió, al final, el arreglo del auto?
– Ni me hables, me rompieron el culo mal».
Así, mi vecino le explicaba a otra persona que las cosas costaron más de lo que él esperaba.
Últimamente me pregunto porque asumimos como algo natural utilizar términos vinculados a la sexualidad ( cómo acto) para referirnos a cualquier situación en la que nos sentimos humillados o perdedorxs.
Aún quienes se encuentran holgados en materia de recursos lingüísticos eligen hacer uso de estas frases “simbólicas” que configuran un lenguaje común establecido culturalmente como el standard para hablar de sometimiento.
Pareciera que, en cualquier vínculo, el que penetra es el que tiene el poder de imponerse sobre la otra parte. Una representación que dista bastante de la concepción del sexo cómo goce y disfrute consentido.
Para la jerga, el acto sexual no es igualdad de importancia de las voluntades de los participantes, sino que implica una jerarquía, un posicionamiento de la voluntad de una de las parte sobre la de la otra. Como si la unica posibilidad fuera poseer, silenciar, acallar. Otra vez, la nocion de opresores y oprimides.
Al parecer, el discurso nos sirve para enfatizar en la idea de que el goce sexual no yace en el encuentro con el otro sino en el momento en que nos imponemos ante lo que quiere la otra parte.
El problema es que todo este meollo no se queda en la desafortunada utilización de la simbología, sino en que a cada rato vemos cómo el discurso no para de aplicarse en la práctica.
Seguramente para erradicar el abuso y la violencia no alcance con deconstruir el lenguaje, al que además nos adecuaron durante siglos, pero si es cierto que por algún lado habría que empezar.
Dijo Cacho Castaña que «si la violación es inevitable…” Ya sabemos que nos recomienda.
Es interesante recordar cómo, en aquel momento, salieron a hablar miles de defensores de la causa reivindicatoria del machismo, muches reaccionaries esgrimiendo que la frase no era ni más ni menos que eso: un «dicho». Y es aquí donde convendría parar la pelota: probablemente la intención de Castaña no fue hacer apología de la violación ( o al menos eso esperamos), pero como por algún lado hay que empezar, repudiar sus dichos es un modo de que dejemos de normalizar ciertas “maneras de decir» en las que el poseedor del falo pareciera tener un derecho a decidir sobre la voluntad de la persona con la que mantiene una relación sexual, convirtiendo a esta última en una relación de poder.
Si vamos a hablar de acto sexual, queremos que se respete lo que quieran todos sus participantes.
Un punto importante en la tarea de empezar a revisarnos sería dejar de lado esa idea de vincular al sexo con la humillación y empezar a relacionarlo con lo que realmente tiene que ver: placer, disfrute, amor. Una, alguna o todas juntas.
No sabemos a que objeto podríamos referirnos cuando queremos contar que nos salió carisimo el arreglo del auto, o que nos aumentó doscientos por ciento la boleta de la luz.
¿ Quién la tiene más larga? Tampoco lo sabemos, pero tampoco nos importa. Y en todo caso, a los falo centristas les podría interesar saber que los objetos de deseo y placer no siempre se configuran en un órgano reproductor masculino.
No sé trata de ponerse muy minuciosxs por capricho. La importancia del lenguaje y lo simbólico no es menor a la hora de configurar nuevos esquemas, y en ese sentido, comenzar a eliminar frases que fomenten la masculinidad como característica del poder de imposición puede llegar a ser beneficioso para lograr empezar a pensar sociedades más equitativas.