El repiqueteo mediático masivo nos aleccionó en la previa del Mundial y nos regaló 1 consigna revulsiva (en realidad, repulsiva, pero dejemoslo ahí): hay poco trabajo ¿y la pelota parada? ¿y los doble turnos? ¿no duerme demasiada siesta Maradona? Un rato antes (hace como 2 años), desde las mismas pantallas high-definition o desde los centímetros de ese papel apropiado con singular crapulencia nos instruyeron acerca de lo nocivo de la presencia de Gabriel Heinze para la Selección: porque es un perro y porque, además, es “camarillero”. El debut ante Nigeria comienza a destruir, con resultados y con rendimiento, algo de aquellas verdades reveladas. FESTEJAR, SENTIR, JUGAR (UN POCO). Lo festejan con el alma: casi con taquicardia y con la vena inflamada. Esfuerzo puro, el trajín del partido deja huellas en esos rostros desencajados no por la fatiga, sino por la explosión espiritual: Argentina acaba de ganar en su debut mundialista y las imágenes hilvanan un flashback fulminante con escalas en La Paz (¡cómo dobla la pelota!), Rosario (Brasil, la la la la lá), Monumentalazo palermitano (El Titán de la gente), Montevideo (chupala vo’), Ezeiza y Pretoria. Jonás Gutiérrez y el Gringo Heinze son la clave de un triunfo iniciático. GALGEANDO. El Galgo estalla y su fibrosa fisonomía llega al paroxismo anatómico: el grito liberador consume la última porción de una reserva energética hecha jirones y los músculos se le marcan hasta en la cara a Jonás. Parece un póster de esos que hay en los consultorios o en los gimnasios en los que la silueta humana muestra todos los músculos del cuerpo. Pero con alma. Con espíritu. Se agacha Jonás y, espasmódicamente, salta. Tira un ganchito. Festeja el éxito, pegado al banco de suplentes. Esa es la postal. Mejor: una de las 3 postales. Es que Gutiérrez jugó bastante mal. En realidad, jugó un PT espantoso y la pasó menos mal en el complemento. Porque jugó en una posición que de tan híbrida no puedo decir bien que fue: ni 4 ni 8; ni lateral ni mediocampista derecho. Entre la complejidad esquemática (mucho terreno para cubrir en desventaja numérica) y ciertas falencia propias (falló en varios cierres accesibles), Jonás quedó a medio camino casi siempre. Sin embargo, fue un batallador incansable, inquebrantable. Fue y vino, como pudo, subido en la certeza fulminante de estar aportando la undécima parte (o la vigesimotercera parte) de lo que le corresponde en pos de un objetivo superador. Entonces, cuando el partido terminó, supo que la tarea estaba cumplida. Y lo festejó como un guerrero. DE CRESPO, ENTRE RÍOS. ¡El Gringuito! ¡El Rusito! El grito es filial, cosanguíneo. Es que mi paisano entrerriano, el tipo más vapuleado por la «elite periodística», por los jetones ramplones, acababa de clavar un cabezazo magistral para convertir el gol del triunfo. Una boludez che! Además, jugó un muy buen partido Heinze. El tipo que es vital en este grupo que armó, con calidad de orfebre, Maradona. Del tipo que, además, es fundamental en el esquema por su capacidad futbolística. Una confidencia que está bien que no crean, aunque es verdad: en la semana, cargaba a un compañero del diario que desprecia (futbolísticamente, claro) al Gringo. Le decía, medio en joda medio en serio: Heinze y Messi, las figuras de Argentina. ¡Se cansa de hacer goles en el Mundial el Gruinguito! le solté en una hipérbole bien maradoniana. Ahí va Heinze, extasiado, en busca del banco de suplentes para festejar el gol. Imagínense ustedes el flashback del Gringo mientras va levitando sobre el césped del Ellis Park: ¿tendrá a quien dedicarle el gol, el gringo de Crespo, Entre Rios? Aquí, entonces, hay otra postal: gol del perro en una jugada de pelota parada. ¿Jaque mate? Todavía falta mucho. La energía de Heinze es debordante. Su compromiso, como el de Jonás, es un trance casi onírico en pos de un mandato histórico. El abrazo colectivo en el centro del campo de juego, con Maradona como epicentro, es la postal final. La foto del compromiso. La instantánea del sueño. La fotocopia del espíritu. PD: Messi la rompió toda.