Hace apenas unos días los periodistas festejaron su santo. Momento particular el actual, si los hay, para ejercer el periodismo.
Es el primer día del periodista desde la sanción de la nueva ley de servicios de comunicación audiovisual. El debate de esa ley (el más amplio que se recuerde desde la recuperación democrática, tanto por el tiempo que insumió el mismo, así como por la cantidad de actores que se vieron involucrados en el proceso de elaboración y modificación del articulado), abrió un escenario de disputa inmenso y caldeado acerca del rol del periodismo en la sociedad, o de la actuación de quienes lo ejercen. Sano debate, en definitiva.
Muchos, o casi todas las caras principales de los grandes medios masivos de comunicación están descolocados. Porque aun quienes no acompañaron furiosamente el proceso que desembocó en la por ahora suspendida ley de medios (vale enfatizar el por ahora, porque mucho más no va a durar la obstrucción), han tomado nota de algo que tiene muy incómoda a esa elite comunicacional: la desaparición de los no – lugares.
Se terminó el mito del “periodismo independiente”, entendiendo tal concepto como pretenden venderlo muchos (no importa quienes, todos saben a quienes se refiere esta nota).
El fenómeno de las megacorporaciones empresariales, que han adherido a los muchos intereses que manejan la propiedad de medios de comunicación como uno más en la lista de sus negocios, impiden que un periodista sea “independiente”. Cuesta no imaginarlos como voceros de los caprichos de los dueños de los distintos grupos a los cuales prestan servicios.
Muchos de quienes arriba nos referimos, suelen decir que el periodismo “debe” ser independiente. Y agregan, para dejar tranquila a la/su tribuna bienpensante, el hecho de que deben serlo “no solo” de los gobiernos, sino también “de las empresas, los dueños de los medios y demás”.
¿Por qué?
Otro post que me dejó en la reflección, muy bueno, espero que sea util.