Con Julio Humberto Grondona falleció un sistema de poder en sí mismo. Que su elemento único sea de tipo subjetivo no modifica ni en una sola coma el asunto. Las características que adquirió ese mecano, por ser las de su fundamento (es decir, Grondona), hacen que hablar del “vacío que generará su partida” no sea esta vez un lugar común. Lo cual no equivale a coincidir con aquellos que auguran el fin del grondonismo, ni mucho menos. Pero sí es cierto que semejante ausencia habilita a decir (que no a hacer) casi cualquier cosa sobre el futuro. También sucede que se habla tanto para ver si de ese modo se logra llenar un hueco, ya inmenso.
Lo más sensato es decir que Grondona operó con habilidad cuestiones que sucedieron independientemente de él. Que habrían ocurrido igual sin él al mando de AFA.
Tuvo suerte, también, claro, pues le tocó un contexto de colegas mediocres (y que no lo podían impugnar en términos de moralidad: no tienen con qué); en concreto, lo que produjo con su accionar fue una sistematización. Fue así que duró 35 años. Les dio proyección, discutible por supuesto, a los recursos que le tocó administrar. Dicho sencillo: construyó poder.
Sí, ¿y qué tiene de malo eso? ¿Cómo se hacen cosas, si no?
Nunca hubo una alternativa seria a lo suyo; con lo cual, su vigencia fue la de una gobernabilidad del fútbol argentino, inédita hasta su asunción. No se dura tanto sólo con amiguismo.
Por fuera de consideraciones deportivas, hizo un orden: ése es su mejor legado.