Como no se lo puede leer on line, copio un artículo de Carlos Girotti, publicado ayer en BAE.
No hay caso. Mauricio Macri está convencido de que la letra entra con sangre. Al menos la letra de lo que él llama el presupuesto de la Ciudad. Lo repitió una vez y otra hasta que se cansó. Entonces, cuando los maestros quisieron poner una nueva carpa de la dignidad, el jefe de gobierno respondió con palos. Ni Menem lo había hecho con la Carpa Blanca. Pero Macri sí. Qué tanta discusión por los salarios docentes si no hay plata en el presupuesto. Basta; palo y a la bolsa.
Poco asombra que el paladín más encumbrado de la libertad de mercado, el empresario por antonomasia –devenido mandatario público- no sólo no atine a percibir que los modelos de rapiña capitalista mundial que él dice emular ahora se hayan vuelto repentinamente estatalistas, sino que se afirma en la brecha neoliberal maniatando con su voluntad la capacidad de intervención del Estado para zanjar el conflicto docente. Podrá argumentar que él no ordenó la represión a los maestros, que había una prohibición de instalar la carpa interpuesta por la fiscal de turno, que la policía actuó conforme a la ley y así por delante. Una intrincada malla de coartadas y argumentos burocráticos le sirve al jefe de gobierno para afirmar que el Estado y sus responsabilidades indelegables quedan resumidas en esa visión eficientista y empresarial de que no hay plata en el presupuesto. Es más: el ministro de educación se atrevió a decir, luego de la feroz represión, que aun si hubiera fondos en el presupuesto para aumentar los salarios ello impactaría negativamente en el bolsillo de las familias que envían a sus hijos a las escuelas privadas ya que éstas, de manera automática, deberían volcar esos mayores costos a la cuota mensual por alumno. Terrorismo ideológico de la más baja estofa.
La gratuidad de la escuela pública no sólo se garantiza con la formalidad discursiva sino que es preciso consolidar su cuerpo docente tanto con políticas que apunten a la permanente actualización pedagógica, como a la dignidad salarial. Es muy fácil mostrar en cuadros estadísticos el crecimiento en la matrícula privada como un modo subliminal de serruchar las bases sobre las que se asienta la enseñanza estatal. Mientras tanto, poco y nada dice el gobierno de la Ciudad sobre la abrupta disminución en el cupo de becas para los alumnos pobres, así como tampoco se esfuerza en resolver los graves problemas edilicios que presentan numerosas sedes educativas. Todo va de suyo. La escuela pública y sus docentes, sus alumnos, sus docentes auxiliares y los padres y madres que esperanzadamente recurren a ella, ven caer a diario los fundamentos mismos que hacen a la enseñanza estatal un espejismo constitucional. Se trata de una obra de demolición fríamente calculada. Cuantos más problemas haya en las escuelas públicas más se asegurará la imagen de la enseñanza privada y cuanto más ésta se proyecte como alternativa, más elitista se convertirá. Hay un modelo de país en este razonamiento perverso. Es un país cuyo Estado debe mantener las apariencias de la igualdad de oportunidades pero, en verdad, opera en beneficio de una minoría. Es un país consagrado a velar por el éxito individual, las carreras profesionales meteóricas y brillantes aseguradas, eso sí, por las billeteras repletas que son su única cédula de ciudadanía. Es un país para pocos, manejado por pocos.
En ese modelo de país, el modelo de Mauricio Macri, el interés público sólo es concebible como una mascarada del interés privado. Por eso el presupuesto no alcanza para pagarle un justo aumento a los docentes. El presupuesto está para otra cosa: para sostener la ficción de una ciudad abierta a cierta cultura mientras sus hospitales carecen de insumos básicos, para jugar el patrimonio en la ruleta inmobiliaria.
No es de extrañar que así se esté haciendo Buenos Aires: a imagen y semejanza de esa pretensión de una Argentina domesticada, sin vínculos fraternos con los pueblos y gobiernos democráticos del continente, genuflexa ante el dictado de los poderosos que supieron montar sus carpas sin que un solo palo cayera sobre sus cabezas. Sin embargo, mientras quede un único maestro en pie, defendiendo su escuela y su comunidad educativa, empuñando a modo de arma los ejemplos imperecederos de Marina Vilte, Isauro Arancibia y Guillermo Barros, el jefe de gobierno deberá apelar a los Cascarudos porque, de este lado de la vereda, siempre habrá un Eternauta.
Balvanera,gracias por poder leer a Carlos desde tan lejos.Un artículo de antología.Buenísimo y qué final.
Saludos.
Este ciudadano no entiende mucho este conflicto. No me gusta lo que hizo Macri de dar una conferencia de prensa donde hablaron él y otros dos de su gobierno. Prefiero escuchar a anbas partes para entender los pormenores del mismo. Lamento que no practiquemos mucho más los argentinos, el estilo debate público, incluso de la calidad que hace unos días mostraron los candidatos a la presidencia de EEUU. Los ciudadanos queremos tener la posibilidad de escuchar el debate entre las partes en toda situación conflictiva. Un debate civilizado donde cada uno pueda exponer con libertad, amplitud y sin ser interrumpido, su punto de vista. Hasta me gustaría que eso sea una obligación con legislación.
Pero no hay una sola crítica al gremio docente con todos sus vicios y mañas? Así de simple es el problema?
Si artículo es un análisis del conflicto, es demasiado escueto, ya que se olvidó de una parte enorme del tema.
Si el artículo tiene un fin políticamente tendencioso, entonces está perfecto.
Lo que se ve, es como un modelo se afianza, y no permite avanzar a los maestros, hay que darles
lo que precisen, o sea, material didáctico, buenos sueldos, mayor instrucción, haberes bajo la
forma de actividades recreativas.
Hace falta un aumento a cierta cultura mayor, nos extraña que no se le dé a la educación, la importancia que se merece.
Hay que saber impulsar esto, bien de pié, dándole a la educación, el empuje necesario.