Si se buscara una definición de juventud, la mayoría coincidiría en que se trata de una edad en la que prima la rebeldía, las ganas de cambiar el mundo, el enfrentamiento contra el status quo, etcétera. Así, en los últimos tiempos, surgieron grupos de jóvenes que siguen las ideas de Perón y Evita, otros que comparten las ideas de Marx o Trotsky, otros que luchan por los ideales del Che Guevara pero también hay jóvenes que acompañan las ideas de… Mauricio Macri.
No soy quién para decir que está mal creer en los ideales de una persona que fue procesada por contrabando agravado para estafar al estado argentino, o que dejó una deuda de más de 200 millones de pesos cuanto estuvo a cargo del Correo Argentino (previo despido de 10.000 trabajadores), o que está procesado por prestar su consentimiento para instalar en el gobierno de la Ciudad un aparato de inteligencia prohibido, o que creó una unidad para sacar de la calle a gente sin techo mediante feroces palizas.
Sin embargo me llama poderosamente la atención que una persona joven elija ofrecer su tiempo y esfuerzo en alcanzar logros que van en contra de los principios básicos que caracterizan a la juventud. Repito, no soy quién para decir que está mal, pero no puedo dejar de pensar en la flagrante contradicción de un veinteañero a favor de las privatizaciones, del libre mercado, de las relaciones carnales con el imperio del norte, etcétera. No me entra en la cabeza.
No conozco a ningún joven PRO. Los malintencionados de siempre dirán que es porque hay muy pocos, pero más allá de la cantidad, con que haya uno solo alcanza para querer analizar su comportamiento. Me gustaría conversar humildemente con él para tratar de entenderlo y esto lo digo desde la más absoluta sinceridad.
Porque si me preguntaran como imagino a un joven PRO tendría que recurrir a percepciones que flotan en el imaginario popular, es decir, un muchacho de clase media-alta o alta, de padres profesionales, que vive en un barrio cerrado de zona norte o en Belgrano, que estudió siempre en colegios y universidades privadas, que juega al rugby o al tenis, que tiene una novia rubia y flaca y que quiere tener su empresa. Ojo, con esto no quiero decir que esté mal tener este tipo de vida, pero no puedo imaginarme otra cosa. Perdón por mi limitación mental.
Quizás mi imaginación esté influenciada también por lo que he visto al navegar en internet. Por ejemplo, en un blog del sitio del partido encontré un afiche del III Encuentro Provincial de Jóvenes PRO donde uno de los temas a tratar era “Estrategias de Marketing político para juventud”. Y otra cosa que encontré, en el mismo blog, es un post titulado “Referentes jóvenes PRO en USA”, en cuya foto de referencia (que también ilustra este texto) aparece Sole Martínez, presidente de Jóvenes PRO Nacional, posando sonriente junto a la bandera norteamericana. Como se dice por ahí, una imagen vale más que mil palabras.
Lo que no puedo hacer es dejar de preguntarme, si efectivamente existiera el joven PRO de mi imaginación, ¿dónde quedó la cepa de la rebelión? ¿Porqué no germinó la semilla del enfrentamiento natural contra el status quo? ¿Cuándo se diluyeron las ganas de cambiar el mundo?
Quizás las respuestas a estas preguntas se encuentren en la educación que le propinaron esos imaginarios padres profesionales de alto poder adquisitivo, anulándoles toda empatía con el pobre, toda impotencia ante la injusticia, toda gana de transformar el país en uno más justo, en definitiva, toda rebelión, esa rebelión que es la materia prima fundamental de la juventud.
Te tiro una punta, en base a un aviso que vi hace unos diez o quince años: el aviso decía algo así como: «Vos que te preocupás por la ecología, no podés despreocuparte de los pobres.»
Ese día me di cuenta del papel social que hace el ecologismo: convence a los jóvenes de que lo importante son los pingüinos empetrolados, y los aleja de las necesidades de gente que tiene insatisfechas sus necesidades más básicas, tanto en Formosa como a la vuelta de su casa. De hecho, buena parte de la acción de los ecologistas se nutre del asquito que le da a muchos jóvenes tratar de ayudar a personas más o menos como uno, pero que no siempre son tan agradecidas como el pibe espera. La rebeldía, entonces, se desvía hacia el ecologismo, la reflexión religiosa, la era de acuario y todas esas pelotudeces.
Algunos de esos jóvenes completan el giro, y se vuelven rebeldes contra la burocracia sindical y el clientelismo, cosas que, por supuesto, no conocen. No es tan raro, todos nos rebelamos de jóvenes contra cosas que no conocíamos más que de nombre, que fuimos conociendo con el paso de nuestra rebeldía. Bueno, ellos se rebelan contra la patota sindical y los punteros del conurbano, sin haber visto jamás la cara de ninguno de ellos.
Todas las rebeldías tienen un poco de comodidad. Los guerrilleros luchaban por un «hombre nuevo» que no se parecía en nada a los morochos de Villa Fiorito, por ejemplo, porque era demasiado laburo acomodar sus exigencias armadas a los sueños de gente real.
Bueno, los jóvenes PRO también son rebeldes cómodos: se rebelan contra lo que los incomoda, pero salvando aquello que no los incomoda. Tal vez no todos sean de clase alta o media alta, pero ninguno de ellos está dispuesto a arriesgar su convicción de merecer todas las cosas que tienen.
Marcelo