Max Weber decía, desde su visión epistemológica de la sociología, que los ejemplos no eran buenos para comprender los acontecimientos sociales; y en líneas generales, decimos popularmente que las comparaciones son odiosas. Sin embargo, son una de las herramientas retóricas preferidas que se blande como argumento a la hora de hacer política, muy utilizada en nuestro medio.
La última comparación lanzada a la arena pública es la que equipara a la agrupación La Cámpora, con las Juventudes Hitlerianas. Por supuesto que esa analogía disparatada busca emparentar a Adolfo Hitler con Cristina Fernández de Kirchner, e indirectamente asociar a la República de Weimar con la Argentina de hoy.
Sería interesante ilustrar, en forma breve, la primera analogía. En los comienzos del nazismo – década del veinte – las Hitler Jugend fueron integradas por jóvenes trabajadores y desocupados – todos víctimas de la crisis económica de entreguerras – que adhirieron al nacionalsocialismo como fuerza renovadora y esperanzadora. El ya canciller Hitler las oficializó en 1935 cuando llevaban más de una década trabajando en la semiclandestinidad.
La Cámpora fue creada una vez alcanzado el poder por el kirchnerismo y su base social – una mayoría de jóvenes profesionales y estudiantes – dista mucho de la que partieron los jóvenes alemanes, aunque su aspecto de renovación de la política podría ser un rasgo común y de Perogrullo, junto con una indudable tendencia al culto al líder.
En 1939 el servicio de las Juventudes Hitlerianas paso a ser obligatorio para todos los y las jóvenes de Alemania de entre los diez y dieciocho años, excepto para aquellos cuya sangre no era de raza aria pura.
El simple hecho de que se hubiera asignado a los jóvenes una función en la reconstrucción de Alemania otorgaba legitimidad y pasión política a las Juventudes Hitlerianas. A los jóvenes camporistas se les han asignado funciones dentro del aparato estatal y sus progresos en la política universitaria y territorial han sido escasos o nulos.
Comparar a Hitler con la presidente Fernández no merece analizarse más que como un insulto personal de muy baja catadura.
Lo que sí podría ser objeto de reflexión es la situación de la salud democrática de ambos países. Salvando las enormes diferencias de contexto internacional, cultural, geopolítico y aún tecnológico, hay un factor que parece común: la crisis de la democracia representativa liberal en ambos países y en ambas épocas. Ahí se percibe un conflicto entre un imaginario democrático y una realidad que no le corresponde.
La República de Weimar, primer intento democrático en Alemania, estuvo jaqueada por los condicionantes económicos del Tratado de Versailles, las luchas entre los partidos de la coalición gobernante y la acción de agrupaciones semi militarizadas, de entre las cuales surgió el Partido Nazi. Los problemas de la representación, al incorporación de los trabajadores a la política, generalmente en partidos de clase como el Comunista, hicieron que la democracia liberal careciera de eficacia como modelo para canalizar y resolver los graves conflictos de intereses que el nazismo logró coagular en un bloque de poder hacia 1933.
En nuestro país, la democracia liberal padece de lo que llamamos crisis de representación y de los partidos, lo que de alguna manera conduce a lo que Norberto Bobbio denomina “las promeses incumplidas de la democracia”. En criollo, podría decirse que la promesa de que con la democracia se come, se cura y se educa, lleva treinta años de tortuoso camino, por lo que se carga las tintas sobre su mal desempeño.
Asistimos entonces, a intentos de modificar un orden consagrado en la Constitución Nacional y a leyes que estiran hasta el punto de fluencia los límites de la legalidad establecida. También sabemos que el Partido Justicialista irrumpió como una forma de impugnación del orden liberal, por lo que es natural que se incline por su modificación, adaptación y progreso. Modificar ese orden es posible, pero no basta con una reforma de la Carta Magna a fuerza de mayorías abrumadoras, es necesario ampliar el consenso y la base de poder para ponerlo en marcha y ejercer con ejemplaridad aquello que se entienda por democracia. Nadie ha establecido en ninguna legislación que Robert Dahl y su decálogo definen qué es la democracia, pero tampoco lo podrá hacer una sociedad dividida entre los malos y los buenos: los hay en ambos bandos.
No creo que existan esas mayorias abrumadoras para modificar la carta magna, mucho menos una posible ampliacion de consenso y base de poder.
Despues de todo cual es la propuesta? Ampliar indefinidamente y sin limites el poder del titular del PEN, a expensas de los otros dos poderes, el federalismo, etc?
O aumentar la identificacion lider-partido-gobierno-estado-patria?
Poco atractivo. Salvo para ese movimiento juvenil sectario nacido y apañado desde el estado.En ese sentido, les faltan equivalencias para compararse aunque sea con la «gloriosa jotape»
mal leido,Marianot.Lo que le preocupa a Norman es precisamente ampliar el consenso,que no lo da por hecho.Lo que explica muy bien son las diferencias entre las juventudes tenidas en cuenta por la interesada La Nacion.Por mi parte,soy partidaria de la participacion juvenil en politica,ya que los mayores hemos quedados rezagados en materia de representatividad y manejo.Agrego que tal participacion requiere una buena preparacion,lo que conlleva a un interesante intercambio intergeneracional.
Che, Isabel, si en una de ésas tenés algun tiempo me gustaría consultarte algunas cosas vía facebook por «asuntos docentes». ¿Puede ser?
Abrazo!
Lo que digo es que son propuestad que no van a conseguir ese consenso. El que voto al gobierno en 2011 porque ña economia venia bien, no creo que se prenda a movidas de esa clase.
veremos,dijo lemos.
El kirchnerismo y sus entusiastas justificando sus fervores para cambiar la Constitucion cada vez mas seguido, en base a ‘la voz de la mayoria’ y el resto del verso, parecen esas parejas que salen a cenar por primera vez y hablan de filosofia, cine finlandes, Rihanna, el sufrimiento de los pueblos aborigenes, cualquier tema menos lo que tienen en la cabeza todo el tiempo, llevar al otro/a a la cama sin demora innecesaria.
Un sistema que se controlara total y unicamente por ‘voto de la mayoria’ seria un aborto de democracia genuina. Que se basa en encontrar un sistema por el cual la mayoria (que es cambiante en su orientacion e intereses, si fuese legitimamente siempre el mismo sector de opinion/interes no haria falta tener elecciones) tiene el control del gobierno, pero no todo el poder, para evitar abusos. Solo gente que tiene en la cabeza la version santacrucena del milenio del Reich, y el amor a formas fascistas de gobierno que lo hicieran posible (endiosamiento del lider encluido) puede aspirar a un sistema en que el gobierno elegido por mayoria tiene derecho a pasar la ley que se le ocurra. No se que piensan hacer el dia que ganara alguien estilo Cecilia Pando, lo que es perfectamente posible en la ruleta de la politica.