El debate por la inseguridad ha ganado nuevamente los escenarios de la llamada telepolítica. Esa que se desarrolla en los estudios de TV. Donde se ven muchas descripciones de los problemas de agenda, innumerables gestos marketineros de horror y pretendidas soluciones mágicas, favorecidas por la siempre bien predispuesta complicidad mediática.
Ahora se ha re situado con mayor fuerza tras los lamentables sucesos que desembocaron en las lamentables reacciones de patéticos integrantes de la farándula argenta, cuyos comentarios oscilaron entre la brutalidad, ignorancia, y falacias argumentativas en sus tribuneras afirmaciones (“basta de DDHH y estupideces”, “el que mata tiene que morir”, “hagamos un paredón de ladrillos y pongámoslos en fila”).
No es intención de este post analizar las personalidades de las “estrellas” que han ganado cámara con esto (tampoco pedirles brillantes en sus reflexiones). De su enanismo intelectual, su reduccionismo o facilismo. De que el tema haya sido puesto en el tapete por medio de una figura que es carne viva de la superficialidad de nuestra sociedad, tratándose de una figurilla la cual ha avanzado en popularidad a fuerza de apertura de piernas, vacío mental y frivolidad al mango.
Para otra vez quedará el debate acerca de figuras que crecieron en consideración popular al son de dictaduras sangrientas – mirando para otro lado – y fiestas neoliberales – de las que fueron propagandistas -, y de cómo el tilingaje clasemediero reaccionario se siente representado por tan asquerosos ideas e ideólogos.
Entre las muchas barbaridades oídas se observa, de parte de la derecha, que se sirve de lo mediático para preparar su retorno, una velada intencionalidad de cargar culpas al progresismo, y presentar a sus representantes como responsables de “los desastres que están ocurriendo” por su “mano blanda” y sus supuestas intenciones de justificar las acciones delictivas cuando en los análisis asocia el fenómeno a variables como hambre, falta de educación, desempleo, en fin, la notoria ausencia de efectividad de las redes sociales de contención.
Es una descarada mentira de la derecha ese razonamiento puesto que la intención del progresismo no es esquivar un problema el cual ninguna persona – ideologías al margen – con un aceptable grado de sensatez puede ni negar, ni aceptar convivir con.
Hay que sospechar de las segundas intenciones de socavar el tema de los DDHH y las garantías procesales – que, por otro lado están suscriptas en pactos internacionales por el país y elevadas a rango constitucional – art.75, inc. 22 -, cuando se trae a colación otra “intención” del progresismo: taponar las soluciones que la justicia puede abonar, “obstaculizándola” con la solicitud de respeto a lo que no es más que una obligación dada por la carta Magna desde la reforma de 1994.
Aunque habrá de reconocerse, eso sí, cierta fragilidad argumentativa de un sector que no acierta en vender correctamente el ideal – donde es, sí, superado por el derechismo, aparte del evidente mayor favor que de los medios gozan -, y mostrarse activo y diligente para instrumentar su discurso facilitando que sus contrincantes puedan arrastrar mayor consenso de la reacción popular porque aparenta tener “planes”.
Es necesario poner en claro que es lo que se pretende cuando se trae a la mesa los indisimulables flagelos sociales que sirven de cimientos a la inseguridad, a fin que no se banalicen las intenciones ni los discursos en un tema que, por su sensibilidad, demanda el más frío de los análisis.
1° Existe el reconocimiento – tácito, nadie en política es devoto de los famosos harakiris – por parte de las administraciones progresistas de que tienen aún un importante déficit que no atina a resolver. Porque aún habiendo mejorado sustancialmente (infinitamente mas de lo que ha podido hacerlo el goteo de las regulaciones neoliberales) en lo que respecta a índices tales como pobreza, indigencia, desempleo, tasas de escolaridad, no ha sido suficiente para alcanzar a los sectores a quienes, o bien no les han llegado esas mejoras o, a pesar de haberles tocado, no las internaliza en forma de elementos culturales sustitutivos de los que hoy portan y los guían a no reparar en las faltas que cometen. Es que, aún cubriendo estadísticamente esos valores, todos reglas indudables de la prevención de inseguridad, que es lo deseable antes que pensar en como castigar, se impone la obligación para el estado de ingeniar nuevos instrumentos superadores de alcance más directo a fin de regenerar una formación cultural hoy deplorable. Esto no se logra sólo con más dinero para comer. Cuando se habla del hambre, el dato no debe tomarse aislado, hay que observar una escena más amplia tal como la de no poder contemplar siquiera a un niño comiendo en la mesa con sus padres recibiendo con ello la formación primigenia a que cualquier persona puede aspirar.
En conclusión, reconstruir un tejido social, tarea poco fácil por tratarse, justamente, de una red interminable de cruces que cristalicen las políticas generales de formación humana y ciudadana, que supo haber en Argentina, y que empezaron a destruirse desde el 24 de Marzo de 1976 – e intentar empezar a reconstruirse a partir del 20 de Diciembre de 2001, a pesar de que a veces se confunde el sentido de aquellos sucesos -. Destrucción perpetrada por ideologías similares a las de quienes hoy tanto lujo se dan de acusar y chillar por remedios tan violentos así como ineficaces para acabar con errores de quienes fueran sus pares de ideas y haciendo caldo de crítica a aquellos que pelean por la verdaderamente eficaz solución.
2° Una cuestión más técnica si se quiere. No existe solución de ningún problema sin, previamente, realizar la más que lógica indagación en su génesis a fin de aplicar las soluciones atacando las correctas causas que lo originan. La intención es ubicar los motivos, por ejemplo, de los asesinatos, y no justificarlos. Ningún asesinato es justificable. Eso está fuera de discusión alguna.
Por esto que se ha dicho, piensa el firmante, que hay para dar un paso previo a las mil y una discusiones particulares acerca de todas y cada una de las aristas – desbande del consumo de drogas, narcotráfico, insoportables obstáculos de la burocracia judicial, niveles de agresión social, masificación y desborde del alcoholismo, los buenos o malos policías – que ayudan a recrudecer el tema más en general.
El paso previo, el debate primario, pasa por responderse una importante pregunta: ¿Qué se quiere hacer con la sanción penal? O se la pretende vehículo de solución para la inseguridad o se opta por la venganza.
Aquel que, con la postura de agravar penas, crea estar dando con la solución del problema, estará por el camino incorrecto. Me asisten las descripciones hechas anteriormente y los datos estadísticos de que ningún país que haya instaurado la pena capital ha bajado sus índices delictivos (por el contrario los agravó).
La pena, más o menos dura, poco puede aportar si no genera la sensación de temor a perder algo de ser tocado por la misma. Esa sensación, hoy en día, no existe, puesto que la criminalidad se ubica mayormente en anchas franjas de gente muy desposeída.
Sin mencionar que la pena de muerte conlleva la negación de la posibilidad del estado de actuar en función de articular una solución, lo cual nos lleva a entender mejor porque la defienden quienes la defienden.
Pero si lo pretendido es, ni más ni menos, una moderna y legitimada forma de ley del talión allí si, tal vez, la pena de muerte halle un espacio de mayor coherencia. No voy a criticar a quienes estén a por esta alternativa. En un punto, la perdida de un ser querido habilita desvíos emocionales que desembocan en reacciones violentas. Precisamente, el buen gobernante debe poder abstraerse de las pasiones sociales y no actuar espasmódicamente, máxime en un tema como el derecho penal.
Existen, igualmente, muchos que se venden como adherentes a buscar una solución y sugerir cuestiones mas apropiadas para ejercer solapados “ojo por ojo”, generando falsa conciencia e inconvenientes reacciones sociales.
Es necesario retomar el debate teniendo en cuenta todo lo dicho y liderar el debate. Para que la solución no termine saliendo por derecha y también para que termine de bañarse del manto de seriedad que merece. No puede aceptarse que este tema de discuta en las tardes de Rial y Canosa, con los singulares y patéticos portavoces que allí se presentan.
Para también impedir que se cuelen sandeces de las muchas que se están oyendo. Por caso, aquello de que quienes matan lo hacen por formación genética. Tamaña ridiculez nos obliga a chicanear a quien lo sostenga. Porque, si el que mata lo hace por genética, ¿hay que suponer que el actual es simplemente un problema pasajero debido a una “mala cosecha genética” que últimamente nos viene aquejando? Así las cosas, ¿la pena de muerte será sólo un remedio pasajero que se podrá abandonar tras limpiarnos de los “mal fabricados”? No se debe ni entrar en semejantes estupideces.
Existen muchas cosas para debatir al respecto de este tema. Todos hacen a la cuestión central y son, cada uno, por demás interesantes. Pero primero, una cuestión existencial que debemos proponernos cada uno en nuestro interior para encarar la charla. La resumo permitiéndome parafrasear a Deolindo Felipe Bittel: la alternativa del ahora, la alternativa del hoy es solución o venganza. Y es imprescindible tenerlo claro.
Pablo Daniel Papini.-
Es un hecho verificado en innumerables oportunidades que los que delinquen son en su mayoría gente que odia a la sociedad. ¿Porqué ese odio?. Porque el tipo fue una víctima de la misma. No todos los casos pero la mayoría de estas víctimas fueron NO queridos, o no cuidados o no alimentados en su tierna infancia. Cuento más bebé se es en la desgracia, mayor probabilidad de caer en el odio. Ese odio comienza con los padres o uno de ellos, luego con la escuela (si asiste). Quien no me crea, que pregunte a los docentes por las familias de esos chicos imposibles.
Por lo tanto la primer medida de largo plazo debe ser tomada cuanto antes y es procurar de que no nazcan chicos no queridos. 10% del tiempo escolar debe estár destinado a instruir a los jóvenes en el control familiar y la crianza adecuada. Hay que cuidar por todos los medios que se cumpla con la enseñanza obligatoria. También inculcar desde la más temprana edad la responsabilidad de ambos padres EN TODOS LOS CASOS. Esas pobres víctimas mal atendidos no son responsables de su mentalidad mal formada no socializados. Si no es posible el ambiente familiar de calidad aceptable, entonces el Estado se hará cargo de asignar una familia substituta cuanto antes.
Hay otros casos, pero con una adecuada solución de este aspecto se soluciona el 75% de los casos de delincuencia.
el 99% del tiempo se la pasan discutiendo desde hace años las medidas de corto plazo, y no son capaces de ir realmente a una de las causas fundamentales del problema.
Yo se que eso no rinde políticamnte pero creo que hay que hacerlo y no es tan complicado.