Nunca pensé que de una telenovela iba a poder sacar jamás algo valioso. Pero pude, increíblemente pude. Me pasó la semana pasada, viendo la repetición de “Custodio de este amor”, en Telefé. Se que ante esta revelación muchos se van a sentir irremediablemente tentados de abandonar la lectura del post, pero por favor no lo hagan, la traigo a evocación cómo mero ejemplificador de un tema largamente debatido en este espacio.
Bueno, para hacerlo corto, resumo lo más posible la situación que se da en el guión. Resulta que el personaje que interpreta Soledad Silveyra, mantenía una relación extramatrimonial con su custodio, actuado este por Osvaldo Laport. Ocurre que su marido, descubre la infidelidad, los manda a seguir y obtiene un video de un furtivo encuentro sexual que mantienen un día alejados de la casona familiar (estamos hablando de la representación de una familia adinerada y del establishment económico). Visto el video, el engañado, que era igualmente infiel al personaje de Solita, decide extorsionarla, visto que esta estaba decidida a quebrar el matrimonio y a el se le iba su posición y buen nombre al demonio, con que se abstenga de iniciar el divorcio puesto que de lo contrario difundirá el video a la prensa. Ella se niega y el inicia su plan, mantiene contactos con un periodista al que le pide sea lo más duro posible en la nota y le revela que posee un video revelador que respaldará fuertemente la información con imágenes, dado que el periodista le solicita pruebas para llevar a cabo algo en lo que juega su “prestigio y credibilidad”. Enterado de todo el berenjenal, el personaje de padre de Silveyra, interpretado por Pepe Novoa, verdadero patriarca del emporio familiar (empresa láctea, oh casualidad, en los tiempos que corren), viejo lobo y empresario con todas las miserias posibles pero que ama profundamente su buena imagen, decide ayudar a su hija. Cita al mismo periodista a una reunión y le “sugiere” que se abstenga de publicar lo que piensa publicar. El periodista se enloquece, pregunta si se trata de una amenaza, esgrime que defenderá su “libertad de prensa” y se niega a acceder. Viejo negociante, el personaje de Pepe Novoa insiste esta vez duramente, amenazando con que, de difundirse la noticia, recortará su aporte a la tajada publicitaria no sólo en la revista, sino también en la radio y televisión del mismo grupo, y que la medida se hará extensiva en sus grandes amigotes del empresariado y que “ahí veremos donde se mete usted su libertad de prensa tan querida”. El periodista, finalmente, flaquea. Aparece una nueva escena, donde el empresario charla ya amable y sonrientemente con el dueño del grupo por celular, con el periodista de testigo vivo, y Novoa agradece la ya cancelada noticia, prometiendo incrementar el y sus camaradas los aportes publicitarios al grupo mediático. Termina todo con el periodista y el viejo brindando con champagne y la llegada del marido carnudo viendo infelizmente trunco su plan, caída la “verdad” ante el poder económico mayor de su suegro. Y la venta impune de la libertad de prensa, a favor de la libertad de empresa.
Repito, que nunca pensé que podría haber llegado a sacar una musa para escribir algo aquí de un lugar como ese. Pero pocas veces vi retratada con tanta crudeza y fidelidad al mismo tiempo, la realidad del tratamiento informativo de hoy en día. Y es que nuestra malquerida ley de radiodifusión, legado de nuestros “Reorganizadores” y del Dr. Menem, es la que lo ha permitido. La concentración primero, el ingreso de los grupos multimediáticos luego y finalmente, de las megacorporaciones, han hecho de la divulgación informativa un mero asunto comercial, mercantil, donde ejemplos burdos cómo el que describí arriba, se repiten en millones con asuntos más delicados. Esto no quiere decir sólo que no se publiquen algunas cosas, sino el “como”, que es a veces mucho más importante que el “que”.
Si la realidad informativa de nuestro país, transita por estas vías mal pueden ciertos inquisidores audiovisuales de “la república y la decencia” cobijarse en el amparo de una libertad de prensa que no existe. Inexistencia que, indiscutiblemente, es justo achacarles directamente a los periodistas, porque son los protagonistas de uno de tantos lugares saqueados y violados atrozmente por la lógica del Consenso de Washington que gobernó el país en el período 89/01. Más aún, porque son los primeros que chillan horrorizados a la hora de dar el debate sobre la reforma de la ley de radiodifusión, saltando a los gritos con que será una intromisión a la libertad de prensa, valor que cada vez existe menos y al que apunta recuperarse eliminando hasta la última coma de esa ley pecaminosa y bastarda que nació de ningún consenso, en tiempos de silencio universal y que acrecentó su horrorosa esencia en la época en que los debates de ideas e ideologías eran bastardeados por considerarse inútiles, pasados de moda y superfluos mercantilmente hablando. No se entiende entonces que valor útil puede defender ese instrumento, mucho menos entonces que aquellos quienes más debieran clamar por su mejora se nieguen persistente, tenaz y sistemáticamente a hacerlo. También son los periodistas los que hacen habitualmente lo que ellos denostan, cuando casi exigen silencio a todo aquel que evalúa siquiera someramente su desempeño, denunciando siempre escandalosamente (esa lógica, la del escándalo, vende, y no es propiedad exclusiva de Rial y Tinelli a ver si nos vamos dando cuenta) que cualquier análisis al respecto es un ataque a su “libertad”. No se advierte que interés puede albergar la facultad de Ciencias Sociales, por ejemplo, uno de los actores que quiso intervenir en el observatorio de medios. Observatorio que fue concebido sin facultades punitorias, los chillidos por ataques, están mal acreditados.
Son culpables porque no cuestionan jamás la concentración que se da aquí cómo en ningún lado del mundo, temerosos de que sus patrones los repriman esos, claro, no son ataques a la libertad de prensa, no claro. Culpables de presentar el discurso según convenga al presupuesto del grupo al que sirven, volatilizándolo según la oportunidad del mercado y adecuándolo a lo que las “emotividades sociales quieren”, cuando son en realidad directos productores en muchos casos de esas emotividades al producir conciencia vacía.
En fin, el debate está ausente por acción u omisión voluntaria de los actores involucrados. Los casos cómo los arriba descritos se siguen dando y la libertad de prensa, uno más de tantos valores que sólo habitan en la imaginación de quienes lo declaman y luchan lealmente por el y viven viendo cómo las oportunidades pasan y la situación empeora.-
Pablo Daniel Papini.-