En los últimos meses podemos ver como despliegan sus alas los gobiernos que juegan más a la derecha en toda la región.
Presidentes, ministros y funcionarios que repiten su actuación después de enormes fracasos. Que vuelven a escena con la tranquilidad de quien sabe que, en ocasiones, el poder es sinónimo de impunidad.
Nos pasamos estos días anhelando algún pasado más o menos cercano, o debatiendo nuevos modos de construir política. Siempre que emerge una ola de ajuste feroz en materia económica y de derechos, a quienes militamos cualquier causa colectiva nos invade la necesidad de repensar como disputar el poder, de buscar alternativas, de juntarnos, de auto convocarnos.
Sin embargo, muchas veces, lo que sucede en las bases no se refleja en la dirigencia política. Y, por momentos, pareciera que la salida a este presente se vuelve muy cuesta arriba.
Más allá de que la militancia política es una forma de concebir la vida cotidiana, y que probablemente no haya frustración que supere el espíritu militante, sea cual sea el panorama, es verdad que hay ciertos días en los que gana el pesimismo.
Desde una perspectiva histórica, podemos decir que la estructura política de nuestro país es cíclica. Al parecer son siempre los mismos actores que van modificando su posición en un esquema que dista de encontrar una disrupción que haga que se pueda pensar en la ausencia de gobiernos anti pueblo y en la duración, a largo plazo, de gobiernos que tienden a equilibrar la balanza de la desigualdad y a ampliar los derechos del campo popular.
Sin perjuicio de esto, hay algo que me hace pensar que debemos sabernos privilegiadxs. De alguna manera, estamos siendo contemporanexs de un movimiento político que, en medio de esta repetición cíclica en la que parece que difícilmente se puedan modificar las estructuras más arcaicas, está transformando de manera concreta a la sociedad, a los poderes del Estado, a todas las instituciones. Pero también nos está obligando a repensarnos en cada individualidad.
Existe actualmente un actor político que está llevando adelante las luchas de todos los colectivos históricamente relegados, discriminados, y disidentes respecto de la hetero normatividad del estereotipo de varón blanco, cis, clase media. Y que además cuenta con todas las características necesarias para gobernar.
Un movimiento con la fuerza suficiente para comenzar a colarse por cualquier rincón y ante el cual ya es casi imposible no interpelarse. Una verdadera revolución.
“El feminismo nos salva”. Eso solemos pensar quienes aprendimos que la sororidad es nuestra principal potencia: esos pactos que supimos tejer, y que replicamos a cada paso, en cada situación cotidiana.
Hoy, aquella afirmación también tiene otro significado. El feminismo también nos está salvando de los días pesimistas en los que dudamos si, en determinado contexto, ciertos caracteres de la política tradicional quedan obsoletos y no alcanzan para responder a las demandas del pueblo.
Hoy, el feminismo está dando una batalla cultural pocas veces vista en nuestro país. Pero una batalla que no se queda ahí, y que viene a cuestionar desde las conductas entre amigos hasta la estructura judicial. Desde los modos de decir hasta la capacitación de los jueces que, en ocasiones, parecen seguir fallando (también en la otra acepción de la palabra) con las leyes de la inquisición.
Con una organización bien conformada, transversal, y con una gran cantidad de demandas concretas que se materializaron este año imponiéndose en la agenda política, los feminismos plantaron la bandera de la revolución para quedarse. Para garantizar la autonomía de la voluntad en todas sus facetas. PARA QUE EL ABORTO SEA LEY.
En un contexto en el que los partidos políticos opositores realizan su búsqueda interna y comienzan a pensar en nuevas formas de la organización de la militancia en pos de modificaciones pragmáticas, quizás haya llegado la hora de darle paso al feminismo, que parece haber encontrado algunas o muchas respuestas a esos interrogantes.
El poder inmenso de movilización se conjuga con la determinación a la hora de atravesar las todos los lugares que funcionen dentro de los parámetros del machismo.
Aún falta mucho camino por andar, pero la perspectiva de género y la noción de desigualdad en función del mismo comienzan a aparecer de manera irremediable. Inclusive, cuando los sectores más reaccionarios insisten en mirar para otro lado, la presión en las calles los empuja a tener que revisar su accionar.
En poco tiempo, supimos tender los puentes necesarios para ir conquistando distintos espacios con una velocidad inusitada.
Acostumbradas a que nunca nos regalaron nada, supimos retomar la memoria colectiva de los tiempos en que decidimos que nuestro patrimonio dejaría de pertenecer a nuestro cónyuge, o de cuando sentenciamos que éramos sujetos con los mismos derechos civiles que los varones, y desde ahí, como si fuéramos las mismísimas brujas que quemaron, nos propusimos no detenernos hasta lograr torcer esa desigualdad que nos paga menor salario, nos subestima, nos cosifica, y que todavía nos viola, nos mata y nos deposita en una bolsa de residuos.
¿No merece el único movimiento que concretó verdaderas transformaciones en estos años, ser pensado como una alternativa posible para gobernar?
En este sistema, históricamente se conformaron los espacios de poder pensando en la masculinidad como sinónimo de fuerza superior. ¿Qué pasaría si esos espacios son ocupados por personas que, indistintamente de su identidad de género, piensen a la política y al Estado desde una perspectiva feminista?
Es cierto que tuvimos mujeres en espacios de poder significativos. Sin embargo, la lógica del machismo no cambió demasiado: tuvimos una presidenta a la que se le adjudicaba una actitud machista como fundamento para explicar su llegada y permanencia en el cargo.
En definitiva, lo que hay que impulsar es la eliminación de los prejuicios que se estructuran a partir de las diferencias en función de las diversidades sexuales.
Y, en esta coyuntura, hay un único actor político que tiene la capacidad de lograrlo, porque de hecho ya lo está llevando a cabo.
Elijo creer.
Sin dudarlo, la memoria, el presente y el futuro son feministas.