Omar propone hoy un análisis sobre la «sintonía fina».
Es, para mí también, un eufemismo. En otro posteo había usado la frase «corrección de las distorsiones». Son, creo, equiparables. La autoría corresponde también a la presidenta. Fue la promesa de campaña que les hizo a los industriales.
Para profundizar un poco en lo que tenemos hasta hoy: hay un primer bloque de anuncios de medidas (o guiños que pueden entenderse como señalamiento de medidas que se tomarán en adelante) que son «ortodoxamente correctas». De reordenamiento de la macroeconomía. Son las que ponen contentos a Paolo Rocca o Fulvio Pagani. El combate a la inflación está incluido acá. En rol estelar.
A pesar de que pueda usarse como el dulce con el que se engaña a los pobres o a los trabajadores. «Caramelos de madera» solía decir el fallido pronosticador (pero certero en las metáforas) Jorge Asís.
Quienes leen este blog (y se lo toman en serio, lo cual es bastante más complicado) sabrán que sin simpatía ni júbilo venimos sugiriendo desde hace un tiempo que parecería estar llegando el momento en que estas decisiones se volverían inevitables.
Pero nunca negamos, aún cuando aceptáramos la «inevitabilidad» (tomar con pinzas, significan las comillas), que las consecuencias no serían del todo agradables.
La presidenta encabeza hoy, a mi humilde (humilde) entender, la puesta en marcha de un conjunto de decisiones que remiten a un consenso previo. Tácito. Del que participan todos los dirigentes políticos (oficialistas y opositores, con la sola excepción acaso de Altamira, que como apologista de otro modo de producción, alternativo al capitalismo, no comulga con su lógica). Y, sobre todo, los dueños del capital.
El consenso implica que el ritmo de crecimiento de la economía argentina, con inflación de más de 20% y actualizaciones salariales de casi 30%, ya no da más de lo que dio.
Y que el proceso de acumulación podría ser puesto en juego por ese esquema, si no se corrige (que en el último año, además, profundizó los desajustes porque la devaluación nominal fue muy baja, lo cual significó una importante apreciación real, mientras que otros países emergentes parecen revertir ahora el proceso de revaluación cambiaria).
A ese consenso remiten los ajustes, las correcciones, la sintonía fina. Especulamos acá.
Los cambios en la relación del Gobierno con la CGT, por otro lado, soy remiso también a analizarlos solamente en términos políticos.
Las tensiones de hoy son un emergente de la relación capital-trabajo. Y de las exigencias del proceso de acumulación. De su sustentabilidad, sin crisis, que es lo que vuelve inevitables las correcciones.
El gobierno, mediador en las pujas distributivas, hoy cambia su postura y cierra un poquito más con el capital de lo que lo venía haciendo en los últimos años.
No culpo a nadie. El objetivo fundamental, siempre, debe ser evitar los shocks.
Una salvedad: al interior de las facciones del capital las posiciones para la etapa no son unívocas. Están quienes hubiesen preferido una devaluación brusca, para toscamente capitalizar la recomposición de márgenes en el corto plazo.
Se impone la postura alternativa. Previa «corrección de las distorsiones», intentar rearmar el colchón que permita amortiguar el paso a precios de las devaluaciones. La devaluación brusca, aparte de desastrosa en términos sociales, hubiese sido ineficaz en el mediano plazo, mismo para la propia salvaguarda de la acumulación de capital. Se impone entonces la racionalidad de la administración del tipo de cambio, aunque con aceleración respecto del año que transcurre. Volver un poco al patrón kirchnerista de los primeros años.
Y un detalle, no menor. En medio de todas esas alusiones a la «sintonía fina» la Presidenta no se privó de incluir en la discusión a la suerte de las utilidades. No sólo la cuestión de cómo distribuirlas y si por ley o por paritarias una parte debería ser captada por los asalariados o no.
Habló de márgenes de ganancia, como elemento clave en la competitividad. Habló además de remesas al exterior.
Algo es algo. Para los tiempos que corren, bastante.