Las escaramuzas del debate sucesorio II

«Los debates sobre la sucesión en 2015 asumirían otro color», escribía Horacio Verbitsky en su columna habitual de Página/12 el 23 de enero de 2011 acerca de la decisión de la presidenta CFK de habilitar a Martín Sabbatella a que la acompañase como candidato a gobernador bonaerense con una boleta de adhesión a aquella a través de la cual buscaría (Cristina) su reelección. Eso generaba malestares en Daniel Scioli, en razón de la ventaja que la maniobra podía acarrear a favor de la Presidenta en la comparativa de sufragios y lo que ello supondría de cara al momento en que debiera discutirse la continuidad del peronismo en el poder.
Una semana después de las generales de octubre, el mismo Perro ofreció cifras contundentes: «En la provincia de Buenos Aires, CFK obtuvo el 56,28 por ciento de los votos válidos emitidos para la presidencia y Scioli el 55,06 por ciento para la gobernación. La distancia real es aún mayor, ya que para gobernador hubo 1,1 millón votos en blanco y para presidente apenas 299.000. Cristina fue votada por 4.704.016 bonaerenses, esto es 538.467 más que Scioli, y 48.502 más que la suma de Scioli (4.165.549) y Martín Sabbatella (489.965). Sobre el total de los votos emitidos la diferencia entre la presidente y el gobernador alcanza al 6,17 por ciento.»
La conclusión era premonitoria: «Minimizar su importancia es una clara toma de posición política. Destacarla, también.»
En efecto, los análisis que la prensa comercial dominante elabora por estas horas sobre los diferendos entre la presidenta de la Nación y el gobernador de la provincia de Buenos Aires insisten y coinciden en el mismo error: Scioli aportó sus votos al triunfo de Cristina, ella le debe sus dos mandatos y quiere que ahora le entregue apoyo de nuevo para las elecciones legislativas de 2013; él se niega porque siente que es hora de dar su propio salto grande –y no la quiere triunfante y con reforma constitucional habilitante de un tercer período a mano–; y, por tanto, ella embiste contra su gestión provincial y su imagen alta a través de retos públicos como el de Lomas de Zamora.
Para decir cosas como las del párrafo anterior, que también se pueden leer de –si bien pocas– plumas oficialistas, hace falta, ante todo, dejar de lado la fría realidad de los números, que indican que Scioli siempre tiene mayor popularidad quela Presidenta … hasta que se abren las urnas, pues Cristina también lo había superado en 2007. Y, encima, habría que tragarse que en un cuerpo largo de boletas es la del medio la que tracciona a las que ocupan los extremos, o que alguna persona reflexione «como quiero a Scioli de gobernador, me trago a CFK de presidenta», y no al revés. Disparates que encajan a la voluntad editorial de la columna de La Nación que homologó al kirchnerismo con el nacionalsocialismo, apenas.
Por nuestra parte, no creemos que ninguno de los dos arrastra a favor del otro; pero, en cualquier caso, de ocurrir tal cosa, sería la lista presidencial la que beneficiaría a la local, y no viceversa. No es lo importante, de todos modos.
El expediente principal de la disputa abierta entre la jefa del Estado nacional y el de la provincia más grande del país no es, además, 2013, sino 2015. Scioli anhela ser ungido por Cristina como sucesor en la comandancia del espacio kirchnerista de cara a las próximas presidenciales. No se le escapa al gobernador –ningún tonto– que el colectivo que guía la Presidenta es el único consolidado de la política argentina desde el estallido partidario de 2001, tanto que ningún otro excepto el del Frente para la Victoria logra presentarse a dos elecciones consecutivas bajo el mismo marco de construcción, con la salvedad del PRO en CABA.
El FpV es un armado amplísimo y potente electoralmente, pero así también es de heterogéneo y complejo a su interior, por ende contradictorio. Ese entramado de diagonales se sintetiza en la conducción de Cristina Fernández; y, por el momento, en ningún otro elemento. Es presumible que ese déficit podría saldarse mediante el favor que la voluntad de la propia jefatura pudiera eventualmente otorgar a alguno de sus hoy subalternos. Dicho sencillo: Scioli no es capaz, a la fecha, de articular el kirchnerismo; quizá mañana, pero si y sólo si CFK lo consintiera. Y aún eso deberá revalidarse en el cotidiano, inmediatamente a partir del día siguiente a la hipotética sucesión.
Los sectores más dinámicos del kirchnerismo no se identifican con la lógica política del ex vicepresidente de Néstor Kirchner, afín a intentar un entendimiento con sectores con los que el partido de gobierno mantiene litigios abiertos innegociables. Eso suma a las dificultades que lo impugnan como recambio en la cúspide, ya apuntadas. En palabras de Martín Rodríguez, Scioli aspira a la fantasía de la «representación totalizadora y sin conflicto social», con la que no hace falta abundar en que no acuerda Unidos y Organizados.
CFK exige de Scioli una subordinación no personal sino programática, el compromiso de fidelidad con el actual marco de alianzas y gobernabilidad.
Llamando la atención, también, en que ésa es la única forma de sostener la dinámica que DOS desea heredar, de lo que no quedan dudas, pues si tuviera una fortaleza semejante a la que le atribuyen quienes lo tientan a virar hacia la oposición no se explica por qué no lo hace de una buena vez frente a tanto supuesto maltrato; la respuesta es sencilla: no quiere. Y así, reconoce dudas sobre su popularidad por fuera del kirchnerismo, con el antecedente muy cercano del paso a la intrascendencia de Moyano desde que se creyó capaz de independizarse de la primera mandataria cuya reelección pidiera en nombre del descanso en paz de Perón, Evita y Néstor Kirchner.
En definitiva, el ex navegante a motor se encuentra frente al dilema de optar entre una fuerza política que le exige –para responderle– definiciones que (todavía) no se anima a entregar, y un programa que no ofrece alternativas confiables de sostenimiento social. No está en duda la lealtad de Scioli en términos personales en esta historia, verificada hasta en los cables de Wikileaks; se trata de cuestiones que trascienden lo individual, ya descartado por nosotros como variable determinante a la hora del análisis político.
Lo presumible, así las cosas, es que Scioli apueste a que siga pasando el tiempo y que las cosas simplemente decanten a su gusto, con mínimos gestos fotográficos de desmarque buscando algún margen, como hasta ahora ha hecho. No es, eso, nunca, lo recomendable en estos asuntos. Tampoco Cristina parece sentirse compelida a allanarse a un acuerdo con él como no fuera uno que contemple su exclusiva voluntad programática, con lo que tienen pasto quienes la acusan de émulo hitleriano cual si fuera razonable exigirle resignación aún cuando no le urge.
Será entonces cuestión de proporciones en un tira y afloje de resultado incierto, al menos a corto plazo.

Acerca de Pablo D

Abogado laboralista. Apasionado por la historia y la economía, en especial, desde luego, la de la República Argentina.

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