De las diversas ordalías, la mas popular es aquella que ha dado origen a la tan común expresión «poner las manos en el fuego». Precisamente en sostener con las manos desnudas una barra de hierro calentada al rojo vivo, o bien en introducirlas en un recipiente con brasas ardientes consisitía la ordalía.
Si el acusado era inocente, señalaban los inquisidores, Dios impediría que sufriera daño alguno. Pero si era culpable se quemaría. Como se ve un sistema perfecto, a la medida de tales juzgadores, pues en la práctica se daban dos posibilidades: o que el reo se negara a poner las manos en el fuego, con lo que se interpretaba su negativa como admisión de culpa, o bien que las pusiera, con lo cual se quemaba, y por lo tanto era declarado culpable.
Mucha agua ha pasado debajo del puente desde entonces, pero todavía aparecen seres ingeniosos capaces de inventar sistemas acusatorios tan perfectos, en donde la propia acusación funciona como sentencia.
Entre nosotros surge aplicando similar sistema un personaje con la misma tendencia que tenían los monjes inquisidores a utilizar medios que simplifican el proceso, aún a costa de la verdad.
Si, es ella, Elisa Carrió.
Carrió ha superado el trabajoso sistema judicial y la acumulación probatoria. Ni siquiera tiene que averiguar si lo que imputa es cierto. Su método funciona igual, pues realizada la acusación, quedan dos probabilidades: que la Justicia encuentre culpable a quién ella achaca determinado crimen, por lo que ella tendrá razón, o bien que el acusado resulte inocente, caso en el cual ella acusará a la propia Justicia de corrupta y cooptada por el poder, con lo que la mediática acusadora, por si misma, determinará que su acusado es culpable.
Debemos señalar que la primera de las opciones no se ha dado hasta ahora, así que en la práctica Carrió se ha limitado a revolear imputaciones al ritmo de sus conveniencias políticas, en una práctica mas parecida a la calumnia y a la difamación que a la defensa de las instituciones y el interés público.
La acumulación de imputaciones previas formuladas por ella misma, cuando no recortes de medios tan reputados como Perfil y Urgente24, sustituirán a los elementos probatorios que acompañarán sus libelos, y en el caso en que hasta esto le resulte demasiado oneroso se limitará a copiar denuncias ajenas.
Este es el estilo de quién es «una denunciante, no una opositora» tal como la ninguneara el mismo Raúl Alfonsín al que últimamente ella sometiera al dudoso agasajo de su acercamiento con Gerardo Morales. Estilo que, también hay que decirlo, es funcional a su propio público, siempre dispuesto a creer que «son todos unos ladrones».
Por fin, creo oportuno rescatar otra similitud que emparente a la moderna Torquemada con sus antecesores medievales: su tendencia a recepcionar mensajes divinos. Y no lo digo en sentido figurado. Así como el Altísimo les explicaba las ventajas de la ordalía a los monjes juzgadores, la propia interesada deja entrever la verdad acerca de «su secreto» en una nota que publicó en el verano pasado su matutino amigo, La Nación, y que en otro contexto debería ser una pieza de gran utilidad en un eventual juicio de insanía.
Publicado hoy en Politeia Argentina.
Muy interesante Carpe. También leí todo lo de la Nación, que hay que guardárselo porque es una fuente de información sobre su intimidad extraña.
También te recomiendo que busques una página de Lanata donde en el programa La Luna le hace un reportaje a la chaqueña.