Barsky, Osvaldo y Mabel Dávila. 2008. La rebelión del campo. Historia del conflicto agrario argentino. Sudamericana. Buenos Aires.
No debe haberle significado un gran esfuerzo redactar este libro a sus autores. La vasta experiencia de Barsky en particular les ha permitido conectar fácilmente un análisis del conflicto reciente con la exposición de procesos históricos como la aparición del contratismo, la expansión de la frontera agrícola o la adopción del paquete tecnológico siembra directa-glifosato-soja transgénica.
Quien tenga un panorama del agro pampeano más o menos completo sentirá ocasionalmente la tentación de saltearse algunas páginas – aunque el lector paciente a veces sale recompensado con algunas referencias, datos o ideas que desconocía. Pasa que este libro está dirigido a quien carece de tal panorama, y cumple su objetivo eficazmente al estar acompañado de resúmenes muy instructivos.
El núcleo de la protesta estuvo desde un primer momento constituido por los productores agrícolas pampeanos, y los autores no dejan pendiente la aclaración de que el agro de esta región no agota la totalidad del campo argentino, pero justifican la antonomasia por la importancia histórica de la región en términos de superficie cultivada y volumen de producción.
Al historizar la adopción del cultivo de soja en la Argentina los autores se toman el trabajo de desmontar algunos prejuicios populares (algunos de ellos explotados por el discurso oficialista) sobre la leguminosa: que su expansión significa la falta de otros alimentos, que genera desempleo, etc. Barsky y Dávila reconocen que las posibles consecuencias ambientales (empobrecimiento de los suelos) y sociales (concentración económica) pueden justificar recelo. Pero hacen un comentario muy pertinente al respecto que merece ser citado en extenso:
“En una sociedad realmente preocupada por estos temas, los estados nacionales elaboran y aplican políticas específicas para hacer compatibles la expansión productiva, la preservación de los suelos y el fortalecimiento de sociedades rurales más democráticas y más involucradas en el control de los espacios sociales locales.
Sin embargo, desde hace años ello no sucede en la Argentina. El modelo agrario de expansión productiva y social ha sido una respuesta lineal a estímulos de precios y de oportunidades de incremento veloz de los ingresos. Ello ha fortalecido en los productores una fuerte autoconciencia de su autonomía social, acentuando las tendencias históricamente asentadas en su imaginario, que ven al Estado sólo como un recaudador de impuestos que devuelve servicios de baja calidad y no contribuye a mejorar los aspectos complementarios de las “tranqueras afueras” , como caminos, ferrocarriles y otros servicios que fortalezcan la productividad del sector agropecuario y mejoren la calidad de vida de la población” [211]
El capítulo titulado El deterioro de la institucionalidad agraria muestra como la gestión de Fernández ha erosionado la capacidad del Estado para fijar una política económica para el sector. La crisis del INDEC, el relegamiento de la secretaría de agricultura y la autonomización del ONCCA son puntos clave en este proceso, del que Barsky y Dávila no se abstienen de hacer una fuerte valoración. De hecho, califican a la intervención de Moreno en el INDEC de “destrucción sistemática”. No es para menos: quien conoce el valor que tienen los datos confiables a la hora de conducir una investigación o de fijar una política pública difícilmente pueda tener otra opinión.
Las retenciones son presentadas como parte de una larga tradición fiscal argentina de financiamiento del estado federal a través de impuestos a las exportaciones. Los autores no tienen una valoración negativa de ellas, e incluso consideran buena la idea de que sean móviles; sin embargo, encuentran que la implementación ha sido pobre y apresurada. Estiman que los impulsores de la resolución 125 no tuvieron en cuenta la heterogeneidad de los productores agrícolas, que paralizaron el mercado de futuros, que hicieron caso omiso de la suba de los costos, y que evaluaron la rentabilidad de las unidades agropecuarias erroneamente, al punto de confundirla con los márgenes brutos agropecuarios.
En el momento en el que culminó la redacción de este libro (18 de julio) el contexto internacional ya no era el mismo que cuando salió a la venta. Todavía había un clima optimista con respecto a la evolución de los precios internacionales de nuestras exportaciones, que desde la bancarrota y venta de Lehmann Brothers ha sucumbido irreversiblemente. Esto viene al caso porque los autores no son ratones de biblioteca, sino unos convencidos de la necesidad de intervenir en la política desde el conocimiento producido. La propuesta que ensayan parte desde la necesidad de construir una nueva institucionalidad agraria que pueda diseñar políticas agropecuarias y alimentarias, e incluye medidas concretas que incluyen una forma modificada de retenciones móviles, una reforma fiscal que destine un porcentaje de estas a la coparticipación con las provincias para obras de infraestructura y un sistema de subsidios a los fertilizantes – particularmente al fósforo.
En definitiva, las pocas debilidades de este ensayo no tienen que ver con sus contenidos. Estos son excelentes, sintetizando la enorme bibliografía sobre el panorama social pampeano, las instituciones y políticas públicas del sector, y el contexto histórico internacional. El problema radica en que el desgaste del capital político de los productores pampeanos y la catastrófica crisis económica internacional le restan capacidad de persuasión a los argumentos. El primer acontecimiento podía preverse fácilmente; el segundo no.
Pero lo persuasivo y lo necesario no siempre van de la mano – por eso el populismo solo da respuestas de corto plazo, y por eso las advertencias de Barsky y Dávila son de tan urgente importancia.