Cuesta por estas semanas encontrar planteos analíticos originales acerca del escenario político actual. Cada vez se tarda menos en leer los diarios, por cuanto toda nueva edición parece una repetición de la anterior. Ésto, independientemente de la línea editorial que se quiera considerar. Las diferencias no van más allá de la exageración con que cada medio procede, en lo que lleva la delantera, y claramente, el Grupo Clarín, cuya confrontación con la legalidad ha ingresado en tiempo de descuento y con pronóstico reservado.
La desmesura comentada responde a las carencias argumentativas, o bien a la imposibilidad de asumir en su completa dimensión las razones con que se cuenta.
La ausencia de novedades, por su parte, puede que indique que las líneas dominantes que organizan el cuadro de relaciones de fuerzas no se han alterado significativamente desde octubre de 2011, última referencia disponible, dato –por cierto– no menor: las posibilidades de que ocurran alteraciones considerables en la composición parlamentaria en una elección en la que el kirchnerismo jugará lo obtenido cuando su peor desempeño (2009) son escasas. En un contexto, aquél, además, y de lejos, peor, por la previa que lo rodeó y por el resultado final, el oficialismo elaboró el 54,11% de la reelección de la presidenta CFK.
En ese marco, la foto que agrupó a Hugo Moyano, José Manuel De La Sota , Francisco De Narváez, Roberto Lavagna y otros levanta expectativas desmedidas, habida cuenta del escaso anclaje que en términos de poder político pueden exponer los mencionados.
Moyano ha perdido peso de manera alarmante hasta en la que fuera, otrora, su cancha natural, la calle, pasando de convocar 500 mil personas en la 9 de Julio para pedir la reelección de la Presidenta –en nombre, recordemos, del descanso en paz de Perón, Evita y Néstor Kirchner–, hace dos años, a la testimonialidad raquítica de un pellizco de Plaza de Mayo el 20 de diciembre del año pasado y otro tanto de Plaza Congreso para repudiar la reforma judicial hace pocas semanas.
De La Sota cabalga con habilidad sobre la fractura política post 2001: juega sus fichas a la hipótesis de un armado nacional para el año 2015, que por el momento no supera ese rango, en medio de un juego en el que, a excepción del Frente para la Victoria, sólo existen confederaciones de armados provinciales. Requiere, sí, de algún impulso extra para conservar la primacía en su territorio, toda vez que, como ya hemos dicho aquí, le ha costado el triunfo cuando no fue a las urnas acompañado del kirchnerismo. Pero no juega mucho (Córdoba elige diputados, no senadores, en 2013; se gana más fácil), no pondrá el cuerpo él mismo (lo hará alguien de su riñón, Schiaretti, figura también fuerte de la política local) y, lo más importante de todo, tiene reelección como gobernador a mano ante cualquier improvisto.
De Narváez sólo fue depositario del clima anti K de 2009, y Lavagna aspira al voto porteño, que lo es de por sí (opositor acérrimo al kirchnerismo), independientemente de coyunturas. Una elección de tamaño consorcio y sin contrincantes en la interna del PJ Santa Cruz fue presentada como derrota abrumadora de La Cámpora y la Presidenta.
El oficialismo carga con las dificultades propias de todo expediente sucesorio, pero a la hora de rastrear la posición y alineamiento políticos del PJ nacional, el peronismo que gobierna realmente, se encuentra con que la Presidenta consigue que se mueven gabinetes provinciales durante algunas horas a los fines de consagrar en el Congreso nacional el acuerdo con Irán, y que el partido documenta, de puño y letra, su adhesión a la figura presidencial y a sus lecturas situacionales, aún la provincia de Buenos Aires y a, apenas, dos años vista del fin de un mandato sin reelección.
Entonces, ¿qué es lo que subyace detrás de tanta humareda?
El kirchnerismo ha sintetizado la posibilidad de que la política sea otra cosa que la convalidación institucional de la expansión de la rentabilidad empresaria sin límites y a cualquier costo. No se han reconfigurado las estructuras de propiedad de modo decisivo, sí se ha discutido la captación de rentas por parte del Estado con mucha mayor fortaleza; esto es, ha existido un programa de modificación de las decisiones políticas –siempre arbitrarias, y también modificables– que convalidan la transformación a privado del dinero para mutarlos en públicos y operar una redistribución en función social, que arroja –a la fecha– saldos, de lejos, mejores que los existentes al año 2003.
Apenas eso, podrán reprochar desde los extremos del imposibilismo épico; lo cierto es que para Argentina ha sido bastante, considerando el pasado más inmediato y las ronchas que eso acusado de escaso levanta en sectores de privilegio. Las principales variables tarifarias y otras de distintos mercados a posteriori de la megadevaluación de 2002, libradas al dictat “natural” de la oferta y la demanda habrían implicado una herida social aún peor que la muy grave que por entonces ya se vivía. Y allí estuvieron los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández para repartir las cargas de un ajuste que no habían elaborado ni compartido (Kirchner se negó a ser jefe de gabinete de Duhalde porque no acordaba con la pesificación asimétrica).
Cuando se observan las manifestaciones de AEA, el bloque de clases dominantes nacional, hace muy poquito a propósito de la discusión sobre los tribunales –su refugio último contra las pulsiones del populismo reformista–, la disputa queda clara.
Clarín recorre otras rutas epistemológicas: la Cámara Federal de Apelaciones en lo Civil y Comercial sentenció que quedan a cargo de la libertad de expresión los elementos más potentes del negocio comunicacional, al disponer que no cabe la regulación estatal en mercados potencialmente ilimitados en su tamaño, lo que en concreto equivale a la posibilidad del actor dominante (Clarín) de expandirse ad infinitum; y que prensa independiente y autosustentación económica son sinónimos. De esa inteligencia penden hoy sus relajados topes.
Mario Wainfeld dijo este último domingo en Página 12 que la expresión programática alternativa no es condición sine qua non del triunfo electoral para ninguna oposición. Ése es el hilo invisible que sostiene la unidad entre armados partidarios adversos al de la presidenta CFK y poder real. El PRO lo hace más sencillo: promete explícitamente una devaluación de 40%, mete tiros y palos en el Borda y a otra cosa. Por eso es también que Maurizio Macrì no logra salir de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y que no se lo invita a las fotos de familia, algunos de cuyos integrantes se le despegan sutilmente.
La imposibilidad de asumir electoralmente un relato como el de la lógica que vertebra el fallo Clarín en una sociedad transformada en profundidad en cuanto a la conciencia de sus derechos en 10 años y las múltiples posibilidades de presentar una derrota de Cristina Fernández que permite una elección legislativa de medio término hacen el resto. Al margen de lo que dispongan las urnas en términos institucionales, lo que urge a Clarín es comprar el tiempo que frene la dinámica cuestionadora de que el rumbo los negocios privados funcione como eje rector de la sociedad (el Congreso ’09/’11 no logró sancionar ni una sola ley); el empate del establishment del que hablábamos en el último post.
Y dos años son demasiado tiempo para que una república democrática los pierda en función de la vigencia de la estructura de negocios de nadie.