Toda elección contiene, aporta dos elementos. Distintos, pero que se intervienen recíprocamente.
Producen, pues, por un lado, un determinado dibujo institucional. Y, a la vez, organizan un clima político, a través de la traducción de otro, anterior, a partir y a través del cual se concurre a las urnas. Son un cóctel de pasado, presente y futuro. El descontento para con la gestión del gobierno nacional ha merecido recepción parlamentaria. Ahora comenzará otro tipo de debate. Mejor. Porque siempre será preferible que haya canalización formal de estas cuestiones. El fenómeno cacerolero, explotando sin rumbo no era buen consejero.
Pero: maticemos. La presidenta CFK habló en uno de los reportajes que recientemente concedió de la cosmovisión de país sobre la que se edifica el espacio que ella conduce, con el peronismo tradicional como eje. El debilitamiento que desde ayer sufre esa manera de entender al gobierno y al Estado, al margen que en muchos casos se ha alimentado del repudio hacia déficits de eficiencia, que no ideológicos, del oficialismo, es el que determina que el resultado no pueda ser calificado de otra forma que la siguiente: el kirchnerismo perdió las elecciones legislativas de 2013.
Entonces, hay que pasar a discutir la dinámica que vincula al llamado mensaje de las urnas con la fría matemática de las bancadas legislativas que emergieron de esta renovación. El kirchnerismo conserva fuerzas casi intactas medidas en términos de bloques parlamentarios. Sin embargo, son varios los dirigentes que se han ganado un boleto para discutir la puja sucesoria que se aproxima.
Los recursos políticos aspiran a un horizonte propio, también. Y si el Frente para la Victoria no puede ofrecer eso, lo que no equivale al latiguillo reeleccionista descartado ya incluso por la propia Cristina Fernández, lo que no tendrá, no es ya posibilidades para 2015, sino, y peor, posibilidad de incidir en los dos años que aún le restan de mandato. Para una fuerza que pedalea sobre un programa de transformaciones, es demasiado arriba lo que se hace la cuesta.
De todos modos, se cuenta, y no es menor, todavía con el gobierno nacional y varios provinciales. Hay con qué intentar la remontada: se trata –tan sencillo, pero a la vez complejo– de querer modificar el asunto. De hacer política, en definitiva.
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Hay quienes dicen que el kirchnerismo no podrá emprender una remontada similar a la de 2009 porque “ahora” ha surgido una opción distinta al interior del propio peronismo. La candidatura de Francisco De Narváez hace cuatro años también estuvo apoyada en sectores disidentes del partido. Y aunque Sergio Massa ostenta un rango superior al del colombiano en todo concepto, fundamentalmente porque tiene habilitada la alternativa presidencial, él mismo, según se desprende de la radiografía de su voto y de sus declaraciones, ha elegido crecer articulando hacia sectores del no peronismo. En parte porque ocupa un lugar que estaba disponible sin él haber tenido parte en su construcción: de ahí su oferta electoral policromática.
Varios de los gobernadores kirchneristas remontaron la mediocre performance que habían tenido en las PASO. No está clausurada para Cristina la opción de armar con ellos, mixturando eso con la gestión.
El significado del sufragio, siempre, pero más en esta oportunidad porque –se reitera– proviene desde un enojo plagado de imprecisiones, es difícil de determinar con precisión quirúrgica. Hay por delante la tarea de revitalizar la agenda de sectores a los que pretende dirigir su representatividad el kirchnerismo. De forma tal que recupere terreno en el debate público el universo que sustenta un programa de tal calibre.
Si se logra eso, el litigio sucesorio será mucho más sencillo.
elegir entre personalismos o tomar medidas socioeconomicas que interesen a las mayorias.Lo de profundizar el modelo tendria que ver con esto ultimo,pero me preocupan los limites del modelo.