(publicado en el diario Crítica de la Argentina y en bando-neon.blogspot.com)
La Legislatura de la Ciudad Autónoma de la Ciudad de Buenos Aires aprobó recientemente un proyecto de la diputada de la Coalición Cívica Diana Maffia para que las travestis y los y las transexuales y transgénero sean tratados con sus verdaderos nombres por el estado municipal. Lo hizo con el apoyo del ejecutivo encabezado por Mauricio Macri y Gabriela Michetti, y con el voto favorable de la bancada de PRO, que tiene la mayoría.
Eso significa, en resumidas cuentas, que ya que el estado nacional continúa violando los derechos humanos de todas las personas trans (el derecho a la identidad está consagrado en cuanto tratado internacional de derechos humanos nuestro país haya firmado), el estado de la ciudad de Buenos Aires no será más cómplice. Por más que el DNI de María diga Jorge, el Gobierno de la Ciudad la llamará María, la dejará firmar María en los trámites, la atenderá como María en los hospitales, la incluirá en las listas de las escuelas e institutos como María, etc.
Aclaremos algo: María se llama así no porque un papel insensible sellado por un burócrata insensible que aplica la ley de un diputado insensible promulgada por un presidente insensible lo diga o se olvide de decirlo. Se llama así porque así le dicen el almacenero del barrio, sus amigas, su pareja, sus hermanos, la vieja del quinto C que saca a pasear al perro todas las noches, el pibe del delivery de la pizzería y todos los que la conocen. Se llama así porque cualquiera que se tome un segundo para mirarla a la cara o hablar con ella se da cuenta que es una chica y no un chico y que “Jorge”, definitivamente, no le queda. Se llama María porque ese es el nombre que siente suyo, el que la identifica subjetivamente y el que la hace sentirse llamada. Porque si alguien dice “¡Jorge, teléfono para vos!”, ella ni va a pestañar, pero si escucha “¡María, teléfono para vos!” va a salir corriendo porque está esperando que llame el abogado que le lleva el juicio que tiene contra el Estado desde hace 10 años, en el que un señor juez que nunca se tomó el trabajo de atenderla pero mandó a cinco psicólogos dos médicos tres peritos y quién sabe cuánta gente más a entrevistarla y revisarla y pedirle que se baje los pantalones y preguntarle sobre su vida sexual y sobre sus fantasías y sobre su infancia, pese a todo, en diez años no fue capaz de firmar un papel que diga: “se llama María, lo digo yo, que soy juez y dueño del derecho de las personas a ser alguien”.
Para el estado nacional, María no existe, porque hay un tal Jorge que nadie conoce que nadie nunca vio que nadie sabe dónde vive que nadie sabe cómo piensa del que nadie es amigo del que nadie nunca se enamoró que usurpa, con autorización concedida por la ley, el único número de documento que está disponible para ella. Cuando tiene que votar, María se tiene que fijar en los padrones dónde le corresponde votar a Jorge. Va a la escuela, hace la fila y, claro, todos la miran raro, porque, ¿qué hace ella en la fila de los varones con sus tacos altos y sus tetas y sus labios pintados y sus pestañas tan femeninas y ese peinado? Hasta que alguien se ríe. Otro se ríe. Todos la miran. Ella sólo quiere votar y el presidente de mesa mira el documento y no la reconoce y ella lo mira y entonces él entiende y por suerte no pregunta más nada, o sí. Cuando sale a buscar laburo nadie la contrata porque, cuando esperan el currículum de ella, llega el de él o, cuando les gustó el currículum de él, llega ella. O porque no entienden y se asustan y piensan qué van a pensar los demás y, al final, ¿no es que el laburo de esta gente está en el Rosedal de Palermo o en la Godoy Cruz o en el Planetario? ¿Por qué no se va a laburar ahí? María sabe eso, como lo saben Lucía, Ana, Sofía y otras que están en esos lugares porque fueron a buscar laburo como María hasta que se cansaron, o porque rajaron a Buenos Aires escapándose de la Policía de Salta que mató a Pelusa o de la de Mendoza que las lleva presas cuando salen a la calle o de la de La Rioja y tantas otras provincias y llegaron asustadas y solas sin nadie sin papá sin mamá que la echaron de casa. Y cuando llegaron, conocieron a otra chica que les enseñó que así se podían ganar la vida, ellas que tenían la edad en la que Jorge, si existiera, habría estado en la secundaria copiándose en la prueba de francés.
María no existe para el estado nacional. No existe porque hay unos señores que trabajan de diputados y unas señoras que trabajan de diputadas, que tienen la suerte de tener un DNI con sus verdaderos nombres y un trabajo respetable —bueno, a veces— y un sueldo mucho mejor y entonces no les parece importante. Saben que, guardado en algún cajón de una comisión, hay un proyecto de ley para solucionar algo tan simple como que María pueda tener un documento que diga María, pero no lo leyeron, no les interesa, no saben, no contestan o tienen miedo de que la iglesia hable mal de ellos en el pueblo, si levantan la mano para que María tenga un documento que diga María y no tenga que hacer la fila para votar con los varones y pueda llevar un currículum al restaurante donde quería trabajar de cocinera y pueda ir al Hospital Fiorito de Avellaneda y pedir turno para ella y no para Jorge. Esos señores y esas señoras a quienes María votó cuando hizo la fila y se rieron y el presidente de mesa se dio cuenta y por suerte no hizo comentarios desafortunados creen que el problema de María, como dijo hace poquito un señor que supuestamente es periodista y escribe en el diario Crónica, es irrisorio. No es prioritario. Es poca gente. A quién le importa. La iglesia tiene mucho poder. Mejor no me meto. Hablemos de la inseguridad, que vende más.
Pero en la Ciudad de Buenos Aires, la Legislatura se acordó de María. No pueden solucionarle ni la mitad de sus problemas con el nombre del documento, porque no depende de ellos. Pero al menos la pequeña parte que sí depende de ellos, acaban de arreglarla. Sólo un legislador se abstuvo (no vale la pena ni mencionarlo). El resto votó a favor, y aplaudió a Lohana Berkins, impulsora del proyecto, cuyo documento dice quién sabe qué nombre.
Y este cronista, que no votó por el partido que es mayoría en la Legislatura porteña ni por el de la diputada que presentó el proyecto (pese al respeto personal que tiene por esa diputada en particular) y, por un montón de razones que son tema de otra nota que no es la que está escribiendo ahora, pero que también son importantes, no los votaría, se pregunta: si hasta el PRO, con todos sus prejuicios y sus historias y sus vínculos con la cúpula de la iglesia, se dio cuenta que estaba bueno acordarse de María, ¿qué les pasa a los “progresistas” que son mayoría en el Congreso Nacional? ¿Por qué son tan cagones?
Bruno, podrías ponerle un título más provocador, como «De cómo el PRO corre por izquierda al «progresismo». Seguro que comenta todo el mundo.
Sí, los progres son una manga de cagones. Cuando no son chupacirios.
En realidad, acá respeté el título con el que salió en el diario. En mi blog puse una frase parecida a esa… Y sí, son terriblemente cagones.