Ante todo, vale aclarar que este escrito dista de ser una defensa de determinada ideología política sino que el objetivo del mismo es identificar las analogías entres dos momentos históricos de la construcción social.
El 17 de octubre de 1945, y con una construcción de identidad que se venía gestando desde hacia ya varios años, el movimiento de masas más significativo de nuestro país se constituyó como actor social con identidad propia. Los motivos que impulsaron ese desenlace son diversos y múltiples, pero la característica más clara fue el hartazgo de ser el sector social históricamente mas relegado pero que ahora tenía un objetivo claro (mas allá de cualquier cuadro político, conductor o gobierno de turno): comenzar a conquistar los derechos que un sistema capitalista voraz les había negado hasta ese momento. Así fue como a través de la movilización masiva como modo de hacer oír su voz y de demostrar que a partir de allí su participación activa era inevitable y se constituiría como barrera para el avasallamiento permanente de derechos, la clase obrera puso las patas en la fuente y nunca más pudo ser borrada del mapa social, económico, cultural y político.
Convertido en un hito, el 17 de octubre inició un camino a partir del cual cada vez que el opresor quiera violar cualquier derecho adquirido, la emblemática plaza de mayo se llena una y otra vez de “negros” que intentan impedir que se les arrebate lo conseguido con el sudor de la frente.
Cuando hablamos de “ganar la calle” estamos intentando significar esa idea de la clase obrera argentina de los años 40. Insisto: no es este un análisis de ideología política partidaria, sino que constituye un intento por demostrar la fuerza de los movimientos que surgen desde la herida abierta, punzante y reiterada causada por la opresión del poderoso. El poderoso que no es una persona ni un partido político, sino una estructura de poder sostenida por el sistema: un sistema capitalista que necesita pobres y oprimidos para funcionar.
El capitalismo y el patriarcado son caras de una misma moneda. No hay modo de entender la existencia de uno sin tener necesariamente que referirse al otro. Y en ambos se replica la misma modalidad: sectores oprimidos y sectores opresores.
Lo relevante de nuestro tiempo es que estamos siendo contemporáneos de un momento que los libros de historia ( y los buscadores de internet) van a retratar. Tal como ahora sucede con lo acontecido el 17 de octubre de 1945.
El 8 de marzo último, una multitud que, al igual que la clase obrera no nació ese día, ni tampoco es fruto de uno o algunos cuadros políticos sino que es el resultado de siglos de heridas abiertas, punzantes, de lastimaduras, de golpes (los simbólicos y los reales), de violaciones de derechos, de olvido, de postergación, de invisibilizacion, decidió dar muestra de su existencia y de su lucha inclaudicable. Y si bien este movimiento ha venido a poner de manifiesto una serie de reclamos, es cierto que hoy la lucha primordial y urgente se materializa en la necesidad de conquistar el derecho a decidir sobre el propio cuerpo.
Es feminismo y no hay que tener miedo de identificarse con sus banderas. Años de postergación y de inequidad fundada en la diferencia de género (yendo desde golpes hasta discriminación económica) hicieron que se consolide una cultura de masas que podrá tener sus avances a corto y largo plazo, sus mejores y peores momentos, pero que nunca mas retrocederá. Así como sucede con la clase obrera, la que 80 años después de empoderarse sigue siendo el actor social y político que representa (con todos los grises que también conlleva) a aquellas personas que, impulsadas por su necesidad de ser tenidas en cuenta, un día han decidido levantarse y luchar por los derechos que el sistema históricamente les había negado.
El movimiento de mujeres también se viene gestando desde hace largo rato y es probable que en el camino incursione en los vaivenes propios de cualquier organización, pero lo que importa es que ese movimiento logra copar Plaza de mayo y cientos de lugares de todo el país.
Precursoras del Paro Internacional de Mujeres, abanderadas de la equidad, enemigas de la desigualdad, diversas, transversales, incansables, pero también cansadas de un sistema que las oprime y que, sistemáticamente intenta achatarlas, despreciarlas, subestimarlas. Las mueve todo ese bagaje acompañado de la fuerte convicción de que otra estructura social es posible.
Con los cuerpos heridos, pero saliendo a las calles día tras día para pedirle a la democracia que salde sus deudas y que, de una vez por todas, escuche la voz de esas a las que el corroído sistema patriarcal les da vuelta la cara, les lastima la piel, los cuerpos, los sentimientos. Aquellas que aún piden que se respeten sus decisiones privadas y que se abandone esa idea que las concibe como envases llenos o vacios.
En los tiempos de las patas en la fuente las mujeres apenas eran titulares de algunos derechos. Y arrastraban años de ser consideradas incapaces para la ley, años de ser consideradas carentes de aptitud para adquirir derechos cívicos, años de posicionarlas como servidoras de otros: de los hijos, los maridos, los padres… Años de relegarlas porque el capitalismo patriarcal las necesita así para poder mantener su engranaje en funcionamiento.
Pero ahora llego el momento en que las mujeres decidimos que las piezas se van a mover y que simplemente vamos a ser libres. Esa palabra que tanto molesta a todos los que sostienen el paradigma reinante hasta ahora. De manera análoga, en la previa de 17 de octubre molestaba la libertad de los cabecita que únicamente eran funcionales en ese lugar.
Y así como el movimiento obrero se ha levantado e inevitablemente ha torcido la estructura social con el objetivo claro de dejar de ser el oprimido,las mujeres estamos poniendo los úteros en la fuente. Y ya no hay vuelta atrás.