“…no ha habido ni hay, dentro de la dinámica social e histórica argentina,
nada más impotente e inerme, que nuestra clase oligárquica,
que no demostró nunca estar animada de energía creadora,
de impulso constructivo, que carece de iniciativa operante
y de verdadero espíritu de empresa”
Carlos Astrada
1) ¿Historia? Hace unos años el gobierno PRO planteó una reforma en el plan educativo de la ciudad de Buenos Aires, por el cual la materia Historia argentina quedaba reducida a una mención anecdótica cercana a la nulidad. La relación historia-PRO (incluso la historia del PRO) al parecer no es tema sobre el que se podría hablar mucho. Desde su retórica misma no se lo plantea como un asunto interesante, toda vez que el PRO gusta erigirse como un partido nuevo, y sus agentes como sujetos que arriban a la política por primera vez, “sin historia”. En este contexto no es llamativo que a la hora de imprimir nuevos billetes apelaran al guanaco, a la ballena franca austral o a la taruca, como si con ese acto demostraran tanto su vocación ahistórica, como su orfandad: ¿en qué tradición argentina elegirían filiarse? Hay allí dificultades o desinterés. En esa búsqueda, Macri balbuceó alguna cosa sobre el presidente Arturo Frondizi y el desarrollismo, pero esa magra mención no entusiasma a casi nadie, establecer sus presuntas similitudes implicaría un esfuerzo teórico que excede las propensiones laborales de sus pensadores y, por último, no es una referencia de la que se pueda salir indemne si alguno, acaso, evocara el programa de ajuste de su ministro de economía Álvaro Alsogaray, las crueldades del represivo Plan Conintes (Conmoción Interna del Estado) y su naufragio que encalló en golpe de Estado. Dificultades o desinterés, decíamos, pero también –con la marketinera mención a la “nueva política”- una voluntad expresa de borrar las propias huellas.
2) Mi papá y yo. Mauricio Macri prefiere contar su historia oficial a partir de la presidencia de Boca Juniors. En su imaginario recorrido público ese es su kilómetro cero. Antes de ese acto de iniciación, el relato PRO dibuja un pasado borroso: las brumas no dejan ver bien, pero el actual presidente habría sido algo así como un púber díscolo o postergado que trabajaba en el conglomerado de empresas cuya responsabilidad exclusiva recaía en su padre. Con ligeras variaciones, este es el argumento que esgrimió ante una cámara de televisión amiga pocas horas después de revelado su compromiso en una cuenta offshore de una guarida fiscal: “Yo estaba puesto como director por mi padre, éramos un tanto más jóvenes… Yo no tenía ni idea de qué se trataba esa sociedad… mi padre me ponía en directorios… jeje… y nunca me pagó honorarios…”. La ventaja de esta explicación es que no hace falta tomarla en serio. Pero dada su gravedad, pasemos este asunto en limpio. Existe una conmoción internacional tras la revelación de más de once millones de documentos que muestran la participación de funcionarios estatales, empresarios y otras personalidades públicas en lo que a grandes rasgos puede denominarse evasión tributaria y lavado de dinero en guaridas fiscales. Se supone que un cuarto del producto bruto mundial se encuentra escondido en tales recintos cuasilegales. El primer ministro de Islandia acaba de renunciar; en Londres una multitud exige la dimisión de David Cameron. Este es el clima en el que estamos escuchando al presidente de la República hablarnos sobre su participación en una empresa fantasma (luego se descubrió que no es la única) creada por un estudio jurídico que las confecciona a granel en una guarida fiscal, cuya razón de ser no es otra que la perniciosa destreza para evadir impuestos, esconder patrimonio y fugar la riqueza del país donde se origina, cuando no lo es invisibilizar la procedencia ilegal del dinero. Esta información se reveló por divulgación periodística tras una filtración, ya que Mauricio Macri nunca incluyó estas cuentas en sus declaraciones juradas. Ante esta descomunal inmoralidad, la primera comunicación del presidente de la República fue, palabras más o menos: “yo no tenía ni idea, mi papá me ponía en directorios”.
3) Historia de clase. Pero no nos quedemos en este rumboso argumento porque de ser así desembocaríamos en la hipótesis de la debilidad mental de su declarante. No se trata de esto. Digamos una obviedad: la historia pública de Mauricio Macri no comienza el 13 de diciembre de 1995 cuando fue elegido presidente de Boca. Macri pertenece a una familia que pertenece a una clase dirigente empresarial lamentablemente típica de nuestro país. La historia de esa familia es la historia de un grupo corporativo que amasó su riqueza buscando siempre el amparo del Estado y, aún obteniéndolo, extendió su mano hasta el límite de la ilegalidad: estatizó su deuda privada de 170 millones de pesos en la dictadura cívico-militar, participó en cuestionados contratos durante el alfonsinismo y en privatizaciones escandalosas en el menemato y logró la pesificación de sus pasivos con el interinato de Duhalde. El patrón de comportamiento corporativo fue constante: escaso o nulo riesgo empresario, garantía de compensaciones indemnizatorias del Estado de no alcanzar la ganancia proyectada, aún así incumplir los contratos en las obras públicas para incorporar tecnología (tal vez el caso más escandaloso fue el del Correo: allí el grupo Macri computó como aporte al plan de inversión de capital acordado en la concesión los cien millones de dólares que utilizó en despedir casi 11 mil trabajadores), evitar la competencia mediante decisiones cartelizadas con otras grandes empresas, comportamiento rentista a través de maniobras especulativas y tarifas sobredimensionadas, expulsión de trabajadores para maximizar rentabilidad (cuando el grupo se hizo cargo de la filial argentina de Fiat los despidos llegaron a 15 mil) y defraudar al fisco en todo cuanto le fuera posible (recordemos que Mauricio Macri -en 1993 presidente de Sevel- evadió 55 millones de pesos y de no ser por el malabarismo judicial de la Corte Suprema menemista, debería haber purgado una condena penal). Llegado el caso, cuando el Estado exangüe se vio ante la encrucijada de vender sus empresas, fue Mauricio Macri el ideólogo que rápidamente alistó a la línea gerencial del grupo para hacerse cargo de ese desguace. Se trata, en fin, de un holding –lamentablemente típico del sector hegemónico de la burguesía argentina- sin un compromiso estructural con la Nación, su pueblo y su destino; sobre esta premisa, la fuga de divisas al exterior no es más que una consecuencia lógica de su modo de ser.
4) Del otro lado del mostrador. Cuando Mauricio Macri “se mete en política” –como se dice en lengua PRO- ese modo de ser parasitario y ocioso de su clase, naturalmente, lo lleva a la jefatura del Estado municipal y nacional. No hablamos de su récord de vacaciones como funcionario, sino de la reproducción de las mañas de origen: similar esquema de endeudamiento en alianza con el capital financiero internacional, deuda que paga –como durante la dictadura o la pesificación- el ciudadano común, la ciega búsqueda de obtención de riqueza mediante la reducción del “costo laboral”, el estrangulamiento tarifario, el mismo desinterés o incapacidad para emprender grandes obras de infraestructura. Una pequeña muestra de esta matriz de escasa o nula aptitud productiva: Macri construyó en ocho años de gestión en la ciudad menos kilómetros de subtes que Fernando de la Rúa y Aníbal Ibarra en períodos desoladoramente recesivos. Suplantó el arduo y laborioso esfuerzo que implica la construcción de un subterráneo (inversión, compleja capacidad técnica, tiempo y aplicación intensa de trabajadores), por el procedimiento simplote y perezoso de dividir las avenidas ya existentes en una solo vía central para colectivos y el entorpecimiento de los carriles restantes para automotores. Nula creatividad técnica, escasa inversión, magros resultados prácticos, pero una profusa campaña mediática que presentó el Metrobús como solución al transporte urbano. A la hora de “gerenciar” el Estado no puede sino aplicar los mismos diseños, las mismas taras –sería mejor decir- de sus desempeños corporativos: no crear, multiplicar y distribuir riqueza, sino transferirla sin esfuerzo de los sectores populares a una exigua elite que hoy atiende ministerios y secretarías. Nada de los pioneers norteamericanos que tanto fascinaban a Sarmiento y Alberdi por su pujanza y su creatividad en el desarrollo capitalista (experimentando al final de sus vidas tan honda desazón ante la inoperancia de la burguesía argentina), nada del primigenio proyecto industrialista que soñó con ingenuidad Frondizi. Esta clase dirigente empresarial argentina, de la que el presidente Macri es efecto, produce estos frutos infecundos y para saber la verdad de ella basta rastrear las huellas que traza la historia de su riqueza sin esfuerzo, una riqueza que siempre ansió destinos de expatriación y que, por estos días, tiene su nombre inscripto en papeles de Panamá.