Los periodistas, todos, desde hace mucho tiempo saben como es “Maradona persona”: procaz, soez, pendenciero, agresivo, vulgar. Y hasta puede decirse que han colaborado en la construcción de ese personaje, toda vez que avalaron incontable cantidad de veces barbaridades similares a las espetadas por el DT en la conferencia de prensa post Uruguay, porque ellas hablarían de una supuesta valentía, que más bien es todo lo contrario. Solo que nunca les había tocado, a los pone micrófonos, ser receptores de las hostilidades. Esto no exime a Maradona, para nada. Es injustificable. Sobre todo viniendo de alguien que sabe como la prensa gusta de jugar, alternativamente, al mimo y al golpe según le convenga. La mirada periodística –no toda, hay que aclararlo- es meramente coyuntural, exitista, convenenciera. Es cierto que muchísimos hacen pésimamente su trabajo, que son cizañeros, que viven operando. Con eso han debido lidiar, desde Menotti hasta la actualidad, todos los que se calzaron el buzo de conductor del seleccionado nacional. Diego participó de la mayoría de esos ciclos, con lo cual no puede hacerse el desentendido. En síntesis, ambos se conocen, ambos se aceptaron, ambos se promovieron cuando les fue útil el otro, por ende, a ninguno le asiste el derecho de patalear ni por las críticas de unos (muchas veces desmedidas, desubicadas, ridículas), ni por las bravuconadas del otro, tan alejadas de lo que cabe esperar de su investidura y del foco en que él debiese poner atención. Lo que enerva no es tanto la mala educación del entrenador, sino su evidente desconcierto para afrontar las dificultades que el desarrollo de la tarea le está presentando.
Con esto, termina pagando el equipo, y con él, todos quienes quieren –queremos- que le vaya bien. Porque este equipo, al cual la sola denominación de tal ya le queda enorme, es el fiel reflejo de la imagen de Diego insultando a los periodistas: un discurso que no tiene estructura o es meramente defensivo y temeroso, para un conjunto ídem. Ni más ni menos que el calificativo que le cabe a lo que fue la continuidad del no plan que se vio ante Perú, donde se prolongó la improvisación, la incoherencia, el desconcierto táctico; y después frente a Uruguay. Allí sí hubo una estrategia, que podría ser aceptable o heroica si se tratara de Costa Rica, Nueva Zelanda, Corea o Ghana, más no de Argentina. La selección ha terminado por resignar prestigio, altura, tanto como su técnico viene haciendo desde hace tiempo, para seguir con el juego de similitudes. Se ganaron dos partidos en forma agónica, y triste desde lo futbolístico, con goles convertidos por tipos que ingresaron a las convocatorias por la ventana: Palermo y Bolatti. El resto, algo de Higuaín, bastante más de Demichelis y Verón, y paremos de contar. Demasiado poco para afrontar un mundial, pero lo absolutamente esperable si se tiene en cuenta como se prepara esta selección para la competencia. Habiendo tanto para analizar y mejorar, periodistas y técnico optan por lanzar insultos o fijarse en pelotudeces tales como si Messi canta o no el himno. Así las cosas, en unas eliminatorias cuyo formato está especialmente diseñado para enterrar las posibilidades de que Brasil y Argentina queden afuera del mundial, se termina entrando por la ventana, y mucho peor, festejando por ello cual si se tratase del triunfo en la verdadera cita máxima. Mientras en Montevideo once jugadores de azul se refugiaban cerca de su arquero para conservar el cero, el resto de los argentinos en Buenos Aires rogaba por un triunfo del Chile de… Marcelo Bielsa.
Ese Bielsa que en su momento fue tan denostado, terminó siendo un salvavidas al cual todos quisieron aferrarse. En su momento, él también sufrió los embates desmedidos de cierto sector del periodismo que lo atacaba por no serle servil a sus intereses pero, a diferencia de Maradona, los supo enfrentar con la misma altura, capacidad y riqueza intelectual con que suele engalanar su trabajo. El ex diez dejó pasar la chance de responder con gracia. Por estos días, el típico panqueque argentino añora la capacidad táctica de Bielsa, DT del mejor Chile que se haya visto en la historia. Un equipo que juega en la forma que a su entrenador le gusta, ofensivo, sólido y con concepto. El loco vive momentos de gloria, de revancha personal y goza de un reconocimiento cuasi unánime, tanto aquí como en Chile.
Y seguramente, en la diferente calidad de espejos en que se miran, se explican las distancias que separó a uno y otro equipo. En la tabla, en la cancha y fuera de ella.