Si en la prosa del periodismo político la palabra paranoia alude aproximadamente a la creación irreal de enemigos y complots ¿cuál será el término que describa la disposición absoluta a negarlos y a desconocer sus acciones? Una muestra formidable de esta disposición, por ejemplo, es el editorial del diario La Nación del domingo pasado: “Es ingenuo criticar al capitalismo como si fuese un sistema inventado por los ricos para explotar a los pobres….”. ¿A qué mente torpe y conspirativa se le puede ocurrir que los ricos llegarían a tener algún interés en la extracción de la ganancia que produce el trabajo de los pobres? Mejor no hablar de la explotación, entonces. Qué disparate dicen algunos populistas…
Pero dejemos las desengañadas luces del diario de los Mitre y vayamos al discurso presidencial del último 30 de septiembre, cuando Cristina Fernández anunció la creación de la Secretaría de Acceso al Hábitat. Con los efectos todavía retumbantes de la declaración de desacato a nuestro país dictada por el juez Griesa, la presidenta habló de una “maniobra de pinzas sobre la República Argentina” para desestabilizar su gobierno. No vamos a hacer el detalle de los actores que fueron involucrados en esta maniobra; sólo digamos que el discurso los identificó por sector, por nombre y por apellido: los fondos buitre y los tribunales norteamericanos –si es que no son dos expresiones de la misma lógica-, los grandes exportadores de granos (o acopiadores, sería mejor decir), una parte del empresariado automotriz, cinco bancos que usufructuaron información privilegiada, ciertas sociedades de bolsa que negociaron para promover la fuga de dólares al amparo de un resquicio legal, la prensa hegemónica local y –cuándo no- la embajada norteamericana. Al final vino esa afirmación epigramática, fuerte y concisa como un título: “Si me pasa algo miren hacia el Norte…”.
Ni bien pronunció la última palabra, las reacciones de los medios dominantes y de los políticos que responden al mismo campo, permitieron constatar una regla: cuanto mayor es la precisión de Cristina Fernández en identificar a los actores político-económicos que tallan en la actual coyuntura nacional (sus filiaciones, sus particulares intereses, sus específicas operaciones de presión), en igual medida crece la imputación que la tilda de paranoica y conspirativa.
Veamos: “A los ponchazos, echando mano a recortes de diario, informaciones parciales de la SIDE y de sus propios funcionarios, publicaciones en la web y una tendencia tal vez atávica a imaginar conspiraciones planetarias, la Presidenta construyó anoche el collage que pretende mantener como decorado de sus últimos meses de mandato” (Ignacio Miri, Cristina ya armó el monstruo que la acompañará hasta 2015, Clarín, 1/10/14).
En el mismo sentido, Fernández Díaz en La Nación del domingo 5 de octubre afirmó que Cristina ha inventado una “confabulación cósmica” para ocultar su impericia. Sintetizo su argumento: “los caudillos nacionalistas necesitan del viejo enemigo para excusar su catastrófica negligencia y mantener unida a la dulce manada”. Y termina: “La comunidad internacional mira azorada estas evoluciones folklóricas de un país irreconocible, o tal vez tristemente conocido, que nunca es culpable de sus males y que se dice víctima perpetua de los poderes planetarios. No subestimemos, por favor, nuestra propia estupidez…”. No lo haremos, Fernández Díaz; tomamos debida nota de su argumento.
Confabulaciones cósmicas, conspiraciones de poderes planetarios, viejos enemigos alucinados, monstruos ficticios: la sorna y la ironía que caen sobre las denuncias de Cristina como modos de negar la existencia bien real de los sujetos sociales activos y terrenales que fueron nombrados.
“Cristina está encandilada por las teorías de su ministro de Economía y cree, una por una, las teorías conspirativas que Kicillof le acerca a su oído” (Aplaudir al verdugo, de Ricardo Kirschbaum, Clarín, 3/10/14).
“El incendiario discurso del martes confirmó una convicción en el mundo de los negocios: que la Presidenta busca desesperadamente culpables, para hacerlos responsables de los errores y traspiés económicos de la Casa Rosada” (Marcelo Bonelli, Cristina, Axel y Fábrega: una pelea que quebró los códigos, Clarín, 3/10/14).
El mundo de los negocios, la comunidad internacional, una y mil veces, los países serios: modos retóricos de construir un universo neutral y equilibrado que busca el bien común, frente al cual el contraste de los conflictos que surcan la Argentina es la nota patológica y excepcional. En ese mundo ahumado de eufemismos que compone el lenguaje de la corrección política, la declaraciones del vocero del Departamento de Estado de los Estados Unidos –citadas por Cristina en su discurso- merece un gran sitio: “Queremos una Argentina próspera que participe por completo en el sistema financiero internacional, lo que está en el interés del pueblo de la Argentina, de los Estados Unidos y de la comunidad internacional”. Todos juntos por un mundo mejor y qué lindo es dar buenas noticias.
Es plena la concordancia entre esa prensa y los políticos de oposición en la conclusión de una Cristina alucinada con enemigos imaginarios. “En política esta suerte de paranoia no es buena” –dijo Alberto Fernández, impostando la voz templada de un médico frente a un caso grave; agregó que el “complejo de persecución de la presidenta de la Nación no deja una buena impresión”. “Que deje de alucinar conspiraciones” fue el ruego del senador radical Ernesto Sanz. Etchevehere –cabeza de la Sociedad Rural- mentó a los “fantasmas que ve la presidenta”-, mientras que la diputada Elisa Carrió –para quien el delirio no es precisamente un asunto ajeno- se mostró preocupada por la salud de Cristina; afirmó que “sus denuncias sobre presuntas amenazas la muestran como alguien que tiene delirio de ser una persona universal”. La diputada del PRO Laura Alonso diagnosticó que Cristina Kirchner “ha entrado en una fase delirante, que es grave…”, lo que muestra que las alarmas del doctor Nelson Castro y su famoso síndrome no caen en saco roto. Por último, Duhalde –que dicen que de conspiraciones entiende- no creyó necesario expedirse en los términos de la nueva psicopatología mediática; sencillamente dijo que “la teoría del complot le produce inflamación testicular”.
Si la regla que mencionamos al inicio es cierta (cuanto mayor es la precisión en la determinación del enemigo, mayor será la imputación a una enunciación paranoica de Cristina), debemos esperar similares reacciones de los aludidos toda vez que sean pronunciados sus nombres. Para los grupos que tejen las relaciones de dominio –que crecen borrando las huellas de sus pasos y malversando la memoria de sus conquistas- es esencial mantener una opaca vaguedad de sus verdaderos rostros. Es sabido que la apelación a generalidades tiene como efecto directo la dilución, el ocultamiento de responsabilidades. “La crisis causó dos nuevas muertes” -el colmo de este procedimiento-, fue el título con el que el diario Clarín pretendió tapar los compromisos policiales y políticos en los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.
Lo “anti-paranoico” -por así decir- sería, en esa lógica amañada, continuar hablando la jerga cargada de eufemismos y vaguedades que jamás se autoriza a pronunciar un nombre propio o detallar una acción concreta y asimila los planes de desestabilización política o las corridas cambiarias a la acción impersonal del clima, al devenir inmodificable del espíritu de los tiempos o a la connatural inepcia del populismo nacional.
Arrancarlos del anonimato, mostrarlos en escena, describir cómo actúan y qué pretenden es, apenas, orientarnos, señalar el norte, iniciar el camino que nos permita defendernos.