La victoria en la elección presidencial estadounidense alcanzada por el candidato del partido Demócrata Barack Obama no ha resultado indiferente para nadie.
En nuestro país, en términos generales las reacciones se podrían englobar en dos grandes grupos: por un lado están aquellos que consideran que gane quién gane nada cambiará y que el Imperio seguirá siendo, sin fisuras, el mismo que desde el derrumbe de la Unión Soviética ha establecido un mundo unipolar aún mas injusto y mas peligroso que el anterior.
Frente a ellos se alzan los que ven en el triunfo del candidato de color (de color negro, aclaremos, por mas que técnicamente sea un mulato) la puerta de acceso a un mundo nuevo pleno de oportunidades, y de cambios que se presumen favorables, a juzgar por la alegría que exhiben muchachos provistos del espesor intelectual de Ernesto Tenembaum el Nimio (para diferenciarlo de su homónimo, el Groso, que de política internacional sabe en serio).
Haciendo honor a nuestras raíces ideológicas, nos pronunciaremos en esta coyuntura por la Tercera Posición: vamos a descreer tanto de la doctrina pesimista, tan bien explicitada por Atilio Borón, como del incauto optimismo de tantos corazones tiernos.
Quizás la sobrevaloración de los sucesos parta de atribuirle a la persona que ejerza el cargo de Presidente de Estados Unidos la condición de «hombre mas poderoso del mundo» que, para criticarlo o para alabarlo, se le ha dirigido con frecuencia. En realidad, el verdadero poder reside en otro lado y el Presidente será poderoso mientras no se malquiste y sea mas bien un fiel ejecutor de políticas que no afecten a ese «complejo militar-industrial» que incluye a la industria bélica y a la industria petrolera como elementos integrantes, pero no excluyentes.
La celebración de los rituales democráticos no pone en riesgo, a priori, la verdadera estructura de poder, y todo aquel político que vuele lo suficientemente alto como para aspirar a la presidencia, sabe qué puede hacer y qué no.
Básicamente son los lineamientos de la política internacional del «Hegemon» planetario parte de aquello que puede ser matizado pero no cambiado de raíz: seguramente no es imprescindible que Obama tenga un listado de integrantes del «eje del mal», tal como hicieron las sobreactuadas administraciones republicanas, pero allí donde los que mandan en Estados Unidos, con presidente demócrata o republicano, vean sus intereses comprometidos, la maquinaria de poder se pondrá en marcha.
Yo creo que Barack Obama es un hombre inteligente, culto y con mentalidad abierta. Sospecho que es agnóstico y que sabe que el «sueño americano» engendra monstruos. Podría pertenecer a la comunidad política de cualquier país del mundo desarrollado y eventualmente debe estar capacitado para entender puntos de vistas antagónicos, y de comprender que naciones como las latinoamericanas puedan ver con justificada desconfianza a su país. Todo ello representa una novedad respecto a sus antecesores republicanos, y posiblemente también eso lo diferencie de buena parte de la clase política usamericana.
Si embargo también creo que esos rasgos son los que en general deberá disimular para mantener el favor de sus votantes y la cabeza sobre sus hombros. Suena tranquilizador que el botón del Apocalipsis vaya a dejar de estar al alcance de la mano de un hombre convencido que Dios considera a los Estados Unidos como su brazo ejecutor en la Tierra y que además está dispuesto a susurrarle instrucciones al oído, pero conviene recordar que un delirante como George W. Bush fue electo y reelecto por el pueblo usamericano y que el candidato de su partido acaba de obtener, pese a la derrota, 55 millones de votos. Conviene tener presente también a la hora de hacer conjeturas, que en la campaña electoral recientemente concluida el concepto de «redistribución de la riqueza» no fue mencionado como un valor, sino como una acusación, que McCain formulaba y de la cual Obama se defendía. Con estos bueyes ara el mundo.
En fin: la victoria de un hombre que ha logrado representar las expectativas de minorías históricamente postergadas debe abrir razonables expectativas de cara a la política interna usamericana. Ante sí se alzan las evidencias del saqueo sufrido por el pueblo de ese país por parte de un gobierno que significó que la administración estuviera atendida por sus propios dueños, el 5% mas rico que se bajó los impuestos, hizo negocios obscenos, echó manos de los fondos públicos para su propio beneficio, debilitó el sistema de seguridad social y de salud hasta límites impropios de democracias occidentales, mostró en catástrofes como la de Nueva Orleans su indiferencia por los sectores desprotegidos, siguió usando a negros, latinos y de blancos pobres como carne de cañón en sus aventuras imperialistas alrededor el ancho mundo, se aisló y enajenó la voluntad de antiguos aliados.
Ahora, es en materia de política internacional donde no hay motivos para creer que las cosas cambien salvo en sus aspectos mas absurdos a partir de la pérdida de protagonismo de la derecha religiosa que constituye un ala relevante del partido Republicano. A quienes crean que de pronto Estados Unidos puede convertirse en un gigante amigable es bueno recordarles que aún bajo las administraciones de Kennedy y de Clinton, las dos mas benevolentemente consideradas por la mirada de la progresía, el águila imperial siguió volando. Y también que políticas imperialistas pueden presentarse en envases mas bonitos, como en su momento lo fue la Alianza para el Progreso.
Es falso que durante el ciclo republicano Latinoamérica haya sido indiferente para el gobierno usamericano y que eso hacía deseable un triunfo de McCain. La profundización del Plan Colombia, la grosera intromisión en cuestiones bolivianas, venezolanas y ecuatorianas por decir poco, el hecho de que la 5ta. Flota navega de nuevo aguas territoriales latinoamericanas, la verificable circunstancia de que el ALCA debió ser desmontado en la gesta de Mar del Plata, mediante la inédita unidad de acción de nuestros gobiernos, no hablan de indiferencia sino de una política de relativa baja intensidad pero que motorizada por los Roger Noriega, los Otto Reich y demás depredadores de turno no debe ser vista como una época de reflujo imperial, sino de coyunturas propias y exógenas que han permitido a Latinoamérica resistir con razonable éxito acometidas que en los ’90 hubieran terminado entre genuflexiones.
Los primeros pasos tras la elección muestran a Obama como un conocedor del teorema de Baglini, y la anunciada decisión de dejar los temas militares en manos de algún «republicanos moderado» como podría ser el actual Secretario de Defensa parecen correr en esa dirección.
La crisis que afecta a los sectores mas modestos, que ven en peligro sus viviendas y las expectativas de jóvenes y negros que por primera vez se inscribieron para votar son elementos que «correrán por izquierda» a Obama. Claro que la historia indica que las crisis del Imperio las pagan los pueblos del resto del mundo.
Veremos ahora si Barack Obama es capaz siquiera de intentar otro camino.