En las redes sociales se abrió un debate interesante que se cristalizó en la dicotomía entre si mostrar cuerpos al desnudo (que responden a los parámetros que un sistema determinado nos exigió históricamente) es o no es símbolo de empoderamiento.
Que se siga convirtiendo en debate una foto de un culo ¿no termina por aportar aún más a este sistema? Si queremos naturalizar que cada quien muestre o no hasta donde quiera, poniendo en pie de igualdad a todos los cuerpos, ¿ayuda seguir generando tanto revuelo en torno a uno determinado?
Por otra parte, es cierto que existe una hegemonía, un sistema social, cultural y económico puesto al servicio de esa tiranía del cuerpo que “tenemos que tener” porque, de lo contrario, nos quedamos afuera de todo. Una máquina de hacernos creer que si no tenemos un lomazo (del que gozan muy pocas mujeres) el objetivo que sigue es desvivirse hasta lograr alcanzarlo. De lo contrario te cargan en la escuela, te niegan puestos de trabajo, te segregan de determinados grupos etarios.
En ese sentido, surgen varias posturas en función de que no todas creemos que nos empoderamos por una única causa. Y, por otra parte, quizás lo que empodera a cada mujer no es lo mismo que empodera al colectivo. Sin embargo, cientos de compañeras sostienen que mostrar una foto del cuerpo en redes sociales es, en parte, sinónimo de haberse liberado del patriarcado. Otres creen que eso sigue perjudicando a la tan ansiada liberación.
Como en cualquier proceso de construcción para encarar desafiar al status quo, se presentan contradicciones permanentes.
Uno de los aspectos más ricos del feminismo tiene que ver con que, en ocasiones, ser feminista es un sortear esas contradicciones permanentemente.
Y en este sentido, es positivo el hecho de poder meterse en ese embrollo de ideas para sacar cosas en limpio, o no pero meterse. El único fondo que no pareciera muy saludable tocar es el de las imposiciones de ideas, o el de la soberbia que apela a contar los años de antigüedad que supuestamente acreditan a cualquiera a manifestar que tiene la verdad absoluta. No creo que vayamos por ahí, no creo que tengamos ese rasgo fascista.
Otra cosa que resulta indispensable es poder abrir temas a discusión sin temor a decir, sin que se cristalicen referentes a quienes no se les pueda cuestionar una, varias o todas sus posturas, sin personalizarlo. Cuestionar ideas, no personas. Por eso, me resulta valido el planteo, el debate y las posiciones encontradas.
Ante esta (definitivamente) revolución de los feminismos en los últimos tiempos, pareciera ser que lo que subyace esta discusión es un debate mucho más determinante que tiene que ver con definir si el movimiento feminista será un movimiento con base liberal (desde una óptica política, de libertades individuales) o si se establecerá únicamente en base a la búsqueda de objetivos colectivos. Solo a modo de plantear un interrogante, me interesa pensar si es posible que dentro de este movimiento puedan o no coexistir ambos modelos.
Existe dentro del feminismo un debate que aún no se ha zanjado y encuentra su versus entre regular (reconociendo derechos) o abolir el trabajo sexual. Cuando decimos regular no referimos la explotación sexual, sino exclusivamente al trabajo.
El abolicionismo considera que reconocer derechos a quienes eligen ser trabajadoras es aportar al sostenimiento de la trata de personas y de la explotación sexual.
Asimismo, sostienen que hay una opresión que nos les permite a las trabajadoras ver esta realidad o bien que son cómplices de los delitos perpetrados que fueron mencionados más arriba. De alguna manera, esta concepción ejerce un tutelaje sobre las que se reconocen trabajadoras y exigen derechos, cuando no las convierte en cuasi delincuentes.
Lo que ponderan es que, sea como sea, el trabajo sexual aporta al sostenimiento de un sistema que cosifica los cuerpos feminizados como si, en todos los casos por igual, quedara eliminada por completo la autonomía de las mujeres. Desde ya, todo eso (dicen las abolicionistas) sucede a las mujeres por esta condición y por la idea que tiene la sociedad respecto de las mismas.
Podríamos entender que el abolicionismo cree que, hasta las convencidas de ejercer el trabajo sexual tiene que sacrificar su elección para lograr que se rompan las cadenas de una historia de sometimiento y explotación de los cuerpos femeninos. Creen que algunas tienen que dejar de lado su elección por una conquista colectiva, eliminando así las libertades individuales de elegir como y de que trabajar.
Por otra parte, las trabajadoras sexuales reivindican su elección y luchan porque se le reconozcan los derechos laborales de cualquier trabajadora en cualquier otro rubro. No pelean por la permanencia del sistema prostituyente, ni miran para otro lado con la comisión de delitos como la trata de personas con fines de explotación sexual. Exigen derechos laborales, y además piden que no se las siga tratando de personas cooptadas por un sistema que no les permite elegir otra cosa (más aun teniendo en cuenta que en el capitalismo, poder trabajar de lo que cada quien desee es un privilegio de unos pocos, indistintamente del tipo de trabajo que se realice). En resumidas cuentas, la regulación del trabajo sexual tiene como fin esto último pero además que no se persiga a las trabajadoras de manera sistemática, y extremando el punitivismo sobre su persona. Necesitan que se las respete en esa decisión en dos sentidos: uno a nivel individual (considerando el respeto a su autonomía de la voluntad) y el otro en sentido colectivo (a la hora de conquistar los derechos para todo ese grupo social).
Me interesa este debate porque creo que el regulacionismo es el modelo de coexistencia entre lo liberal y lo colectivo en sentido estrictamente político. Es la demostración de que existe algún lugar en el que estos polos opuestos pueden converger sin que eso importe necesariamente que ambos conceptos se repelan.
A modo personal, las ideas del abolicionismo me interpelan en alguno de sus tópicos, pero eso no me impide reconocer que me interesa mucho más una corriente que pueda resolver las demandas de un conjunto (sin que eso implique violar los derechos de ningún otro) a la vez que garantiza lo que es, a mi entender, una garantía constitucional respecto de la cual debemos exigir su total cumplimiento: la autonomía de la voluntad.
Volviendo al inicio de este escrito, el punto de debate va mucho más allá de una foto de una cola turgente, sino que el meollo de la cuestión es determinar lo que tiene que ver con una discusión filosófica política acerca de qué modelo de feminismo queremos. Acordar si podemos defender el aspecto liberal, a la vez que este coexista con conquistas colectivas, sin que a cada paso que demos ello se convierta en un oxímoron. ¿Es posible que, en ocasiones, estos modelos no estén en puja?
En contraposición con algunas compañeras que sostienen que este debate es una pérdida de tiempo, considero que si se genera esta efervescencia interna es porque el movimiento feminista se debe asimismo ésta y otras discusiones. Pero no por una foto, o por si su exposición en redes perpetua o no un sistema determinado, sino porque nos permite debatir acerca de que cimientos políticos queremos levantar.
Tenemos algunos puntos de consenso establecidos. En unos cuantos asuntos, repudiamos las mismas cosas. Estamos seguras de que no somos objeto de nada ni de nadie, aunque los reaccionarios insistan en hacernos creer lo contrario. Estamos de acuerdo en que las tareas domestican son trabajo no remunerado y en que las mismas deben ser redistribuidas de un modo diferente al que sostiene la división sexual del trabajo. Queremos que ser mujer no implique que nuestro salario sea un 27% menor en proporción al de los varones. Queremos igualdad de acceso a los derechos, a todos. Queremos que el aborto sea legal, seguro y gratuito.
Queremos, en definitiva, que se nos garanticen derechos que se nos niegan en función no ser varones heterosexuales de clase media.
Sabemos, en muchos casos, todo lo que vamos a exigir al Estado y también a la sociedad. Creemos que esas conquistas van a aportar a la liberación de las mujeres, lesbianas, travestis y trans.
Nos falta definir cómo vamos a construir el poder en algunas esquinas. Nos falta definir algunos aspectos de nuestro fuero interno para poder definitivamente poder ir a por todo con la fuerza que nos caracteriza.
Hacer la revolución de las hijas, de las pibas, de las abuelas es un compromiso que asumimos y que no vamos a relegar por opiniones encontradas que vamos a zanjar, poniéndonos de acuerdo o articulándolas, más temprano que tarde y para construir un espacio mejor.