Ya no cabe ninguna duda: la tarea principal del momento es la lucha por garantizar la paz en el planeta. Cualquier otra reivindicación queda desdibujada, opacada ante el peligro de una guerra nuclear.
La voracidad y la ambición del capital internacional han llevado a la humanidad al borde del precipicio de su desaparición. La mayoría de los analistas internacionales coinciden en que la situación actual supera, por varias razones, en gravedad y riesgo a las distintas crisis vividas a lo largo de los 46 años de mundo bipolar (1945-1991),
En la era de las dos superpotencias nucleares había un reconocimiento mutuo de la capacidad de daño del adversario, y un cierto equilibrio y respeto en no intervenir en el territorio donde cada uno tenía influencia.
Las armas desarrolladas en ese periodo, si bien eran letales, no contaban con la velocidad y precisión de las actuales, las cuales permiten inferir en ocasionar destrucción al enemigo impidiendo respuesta.
Hoy son muchos los países que cuentan con armas atómicas. Por otro lado, existen ejércitos irregulares con armas supersofisticadas, cuyos movimientos escapan al control de los ejércitos regulares (ISIS en Medio Oriente).
Asimismo, el poder imperial actúa en este momento considerando que no existe paridad militar, y que por lo tanto puede ejercer el derecho de la fuerza en su evidente pérdida de influencia y capacidad decisoria. En ese marco, su retroceso en el aspecto económico y financiero a manos de los países emergentes (China, India, Rusia, los BRICS y otros) es imposible de ocultar. Su incapacidad de regenerar el sistema, la inevitable caída de la tasa de ganancia en la producción y la paulatina presión internacional por regular un sistema financiero desbocado, evidencia este deterioro permanente en su capacidad de hegemonizar su dominio.
Entonces, la única posibilidad que le queda en su repertorio es apelar a la superioridad militar; de ahí el gran riesgo actual.
Estas opiniones están avaladas por los hechos. Sólo mirar hacia Europa, donde la pasividad de los líderes del continente permitió que EE UU fabrique un golpe de estado en Ucrania, derrocando al gobierno de Yanukovich elegido democráticamente, con el fin de plantar una cabecera de playa para agredir a Rusia. Esto se agudizaría si el G-7 tomara medidas y nuevas sanciones a Rusia, lo cual aumentaría la tensión en la zona.
Con esa misma lógica, en Medio Oriente inventó al Estado Islámico (EI), un desprendimiento sunnita de Al Qaeda, con el claro propósito de terminar con los gobiernos indisciplinados que no responden a las políticas imperiales. En ese sentido, hoy asistimos a un acuerdo entre EE UU y su archienemigo Irán, que dejó perplejo a más de uno, entre ellos a Israel. El objetivo es nítido: buscar socios para disciplinar la región mientras focaliza su poderío militar, diplomático y político hacia la zona euroasiática y el mar de China.
Entramos en una zona de gran riesgo para la continuidad de la especie en el planeta. El imperio más poderoso que conoció la historia de la humanidad está herido, por lo cual se vuelve extremadamente peligroso.
Es necesario tomar conciencia de esta situación y actuar en consecuencia, movilizando todas las fuerzas populares para contener la locura de los halcones de los lobbies norteamericanos.
Solamente una gran participación y organización popular lograra desactivarlos, y garantizar la vida de las futuras generaciones.
Sino conservamos la paz ahora tendremos que lamentar las predicciones de Albert Einstein que ante una pregunta sobre cómo imaginaría la tercera guerra en el mundo respondió: “No sé cómo será la tercera guerra mundial, pero la cuarta será con piedras y lanzas”.