Periodismo mercenario

 

por Leonardo Fabián Sai

 

 

I

El pensamiento es rigor y exigencia, pero el periodismo mercenario tiene la velocidad de la ganancia inmediata, la pulsión de la revancha y la competencia, el escepticismo latente de un discurso a medida, facilidades de la letra al diktat de la tecnología global y el pressing de la fama: La lucha por la legitimidad es una lucha por el control de la repetición. El que repite impone y no hay ningún otro límite que el hartazgo —siempre indefinido– de los nervios de una población adicta al desacuerdo, al conflicto y al relativismo como sentido común. Repite, repite, que nada queda y cuando nada queda: Queda la fuerza. Este algo de la fuerza que queda es el cinismo amnésico y la frialdad de una conciencia informada / desinformada; Montaje de una operación. Las colosales sumas de dinero que la burguesía y la pequeña burguesía invierten para controlar la producción de estos restos sobre el imaginario social, condicionan, obviamente, la producción de una conciencia objetiva pero no determinan ni los sentidos denominados imperantes o hegemónicos, ni los comportamientos denominados colectivos, menos las capacidades de interpretación de la percepción de los hechos: Tiene que existir un estado social, dado por una complejidad de causas y condiciones, para que la influencia de los aparatos ideológicos de prensa (privados, estatales, mixtos) constituya un acicate efectivo en la cristalización del hecho social, esto es, un hecho coercitivo exterior a la conciencia individual como carga. Dicho de otro modo: La producción de una objetividad no es un invento ni una construcción de ningún monopolio, corporación o industria cultural. Afirmar que las corporaciones o empresas mediáticas globales son el sujeto absoluto de la dialéctica hegeliana equivale, más o menos, a decir que las infinitas propiedades y modos de la sustancia, en el pensamiento de Spinoza, son, en realidad, designaciones abstractas de la cocaína filosofante. La mentalidad nihilista y nihilizada tiene al poder por verdad, el derecho de la bestia.

II

El periodismo mercenario romantiza a su opuesto, sea como Estado Dictatorial o como Gigantes dueño de las conciencias, para esconder su esencia burocrática y su culposo o cínico servilismo a los intereses más elementales de la acumulación del capital y la competencia empresaria. Basados en una impresión infantil que proyecta la omnipotencia sobre lo externo, consideran que la opinión pública, al igual que el derecho y el estado, son creaciones deliberadas de una subjetividad pre-potente (importa poco que tal subjetividad sea la mafia, el poder ejecutivo o la globalización financiera-comunicacional) La complejidad del análisis cede a la angustia y al temor arcaico de los fantasmas patriarcales, el pensamiento consiente los afectos infantiles de una lucha fundamental. El enfrentamiento, ya carente de cualquier espacio gris que embarre la ideología y suscite la duda, se impregna de griterío, juicio categórico y especulaciones, groseramente, maniqueístas. El periodismo, gráfico y televisivo, abrazó al video clip; Su afinidad fue trabajosamente preparada. Los animadores periodísticos no tienen información: Tienen posturas. Son una columna de opinión sin otro objeto que la búsqueda de clientela frente a los sucesos acontecidos. El periodismo mercenario confunde prudencia y paciencia en el análisis con neutralidad, objetividad con conciencia inmediata, arbitrariedad con subjetividad, redundancia con honestidad intelectual, militancia con neurosis obsesiva. El Yo del periodista mercenario puede llenarse con el Dios al cual se identifica, al cual se funde, sea el Estado y un poder reformista o el Libre Mercado y las promesas del individualismo abstracto, formal y excluyente: Dice apropiarse de las disputas del poder que obedece, mostrando que se trataría de una lucha personal, asentada en una trayectoria, cuando, en rigor, es el uso del prestigio como servilismo lo que disimula, en los casos en que el periodista vive de su capital cultural. Cuando no existe tal acumulación simbólica, la honestidad vulgar asoma como cinismo.

La preocupación del periodista mercenario pasa menos por la radicalidad política, el compromiso, ni siquiera una reforma: Su preocupación, nervio, es el ser policía. La policía no es solo una institución estatal, es un modo de ser del deseo, una forma de ser con los otros, un existir: ¿Qué está haciendo? ¿Qué está diciendo? ¿Qué está publicando? Policía de la opinión pública, policía del oficialismo, policía de oposición: La sociedad queda investida de un delirio paranoico: ¡Se viene el chavismo! ¡Las corporaciones le roban la palabra a los argentinos! Estos opinólogos a sueldo tienen la idea de que “un punto de inflexión en la historia”, un “ahora o nunca”, transmiten la ansiedad de “la batalla final”, “la madre de todas las batallas”, “nosotros o el 2001”, “nosotros o el modelo Putin”. Si alguien osa salirse de este nudo de paranoico intervienen los policías mediáticos: ¡¿A dónde cree que va usted?! ¡Cierre filas! Cuando una sociedad está atravesada, mediática y realmente, por intensidades paranoicas tomar una posición política se vuelve un acto desesperante y asqueroso. Argentinos: No os detengáis; ¡Un esfuerzo más si queréis ser fascistas!

No solo hay una identidad que se funde con “el relato” del poder que defiende, y dice defender, atrincherado, sino que hay un escenario que enfrenta a este Yo víctima / perseguido. Exponiéndose oprimido alcanza, respecto de la moral, algún gramo de dignidad en el oficio. El periodismo mercenario es el dinero invertido como servicio para el control de la certeza; Falsa conciencia que identifica propaganda con legitimidad.

III

Hay que ser un cretino para sostener que nuestra crítica a esta forma del periodismo canalla es una idealización del oficio periodístico. Es harto evidente que no existe el periodismo puro, el periodismo en sí y para sí. Lo que decimos es sucinto: La figura del periodista, y el ejercicio del oficio, no tienen sentido sumidos a la aceleración del presente y al vértigo tecnológico de los eventos. El periodista no puede pensar nada en los tiempos que le impone la competencia del capital tecnológico. Se vuelve un chismoso a sueldo y debe cerrar filas jurando lealtad o destierro. La jibarización del concepto no es un cable de noticia, escrito a mil por hora por el taylorismo de oficina de redacción: Es la imposibilidad de hacer otra cosa. A lo sumo, alguna metáfora, alguna expresión provocadora, no hay mucho más. No se trata de las condiciones materiales del oficio, ni de una discusión ética, solamente. Para existir como tal el periodismo requiere de una nueva condición temporal para su ejercicio. Su práctica se quedó a destiempo con la producción de una información que tiene velocidades inmensamente superiores a la del siglo XIX o del XX.  Ninguna Ley de Medios puede resolver esto. Parece razonable que un Estado quiera limitar, regular, capitales con relaciones de poder económico-político supra-nacionales. Sin embargo, ninguna Ley hace, por sí misma, que una profesión exista de otra manera. Y los periodistas auto-llamados oficialistas no parecen sugerir lo contrario. Más bien, alimentan el eterno retorno de lo mismo.

No obstante, a pesar de los propios periodistas, sea, quizás, la misma profesión la que nos enseña que la experiencia tiene reserva de sentido y existen otras formas de desarrollarla.

 

Bibliografía:

Escritos sobre Judaísmo; “Humildad y Vértigo”; Enrique Meler; Editorial El Signo; 2009.

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