Moisés Fontela, escribió una nota sobre la vigencia del peronismo en pleno auge de la época menemista y la tome como base, poniendo sobre ella mi idea, para dar respuesta a una pregunta. ¿Por qué el peronismo?. Moisés es Diputado Nacional (MC) y uno de los fundadores de lo que se llamó el Grupo de los 8, el primer bloque de diputados que se escindió del gobierno de Menem. Dice así:
¿Tiene sentido preguntarse hoy por la vigencia del peronismo? No ya desde la postura snob de la muerte de las ideologías, cosa que ya fue, sino desde el estricto sentido de crisis o de pérdida definitiva de vigencia.
Porque abundan los objetivos interpretadores de la realidad que juguetean o ya han decretado la muerte del peronismo, y lo ven superado o subsumido en la síntesis de una nueva izquierda, de perfiles inciertos pero más «amplios», más postmodernos, menos nostálgicos, más como «debe ser», en fin. Algo de lo que no tener que avergonzarse, no tener que asumir con activo y pasivo, algo que pueda proponerse sin tener que rendir cuenta del pasado y cuya justificación se postergue al futuro.
Tal vez tenga algún sentido, un sentido vital: el nuestro; el que explica esa porfiada lucha de un movimiento que vuelve a pugnar por valores éticos como la felicidad del pueblo –el supremo, cabe recordarlo– la justicia social o la liberación nacional.
El peronismo no es como la filosofía que no sirve para nada –al decir de Aristóteles. El peronismo debe servir, está al servicio, es instrumento para lograr algo. Y ese algo son los fines que mencionamos, y que es bueno repetir: felicidad para el pueblo, justicia social y liberación nacional. Aunque parezcan demasiado simples, demasiado sabidos.
El peronismo tiene métodos (caminos), prácticas probadas (praxis) e instrumentos políticos que le son propios: la participación popular entendida como la acción común de todo el pueblo en su máximo grado de agregación; el movimiento de masas o más simplemente el pueblo en las calles y en las plazas rectificando el rumbo de un sistema, o políticas desviadas del interés popular o nacional; la elección y el control democrático de sus gobernantes y representantes, avanzando hacia las formas más perfectas de democracia directa; la legítima representación sectorial para la defensa y articulación de los derechos de cada parte del cuerpo social; la concertación social como superadora del conflicto, que no se niega, pero tampoco se erige en fin o en única fuerza transformadora, la comunidad organizada como articulación funcional del cuerpo social que reconoce la validez, necesidad y utilidad de todas las organizaciones libres del pueblo: el rol regulador y reasignador de recursos del Estado, esa oveja negra de la pérdida liberal; la planificación económica–social y la descentralización; la participación política generada desde las bases y dentro de un movimiento que no se agota en un partido político; la integración latinoamericana.
Creó en su momento las instituciones necesarias para lograr esos fines y aplicar esos métodos: las asociaciones gremiales, las empresas estructurales del Estado, una administración estatal al servicio de la eficiencia social, la legislación laboral, previsional y social. Precisamente son esas instituciones las que fueron destruidas sistemáticamente por el gobierno menemista: todo ocurrió como si se fuera siguiendo un listado (YPF, A.A., ENTEL, FFCC, SOMISA, A. Y E.E., CGT, huelga, aguinaldo, jubilaciones, etc., etc.) y se fuera tachando lo destruido…
Por eso, hoy, quienes enfrentan este modelo que lleva adelante el actual gobierno, niegan la concertación y la representación sectorial, sospechan siempre de la movilización popular, limitan la democracia a la producción periódica de una boleta electoral; ridiculizan el rol del Estado y pretenden reducir la unidad latinoamericana a un mercado común…
Pero ocurre que, la Coalición Cívica, el Pro, el Cobismo –si es que existe- y posduhaldismo (es decir, con él pero sin él) como ayer el menemismo, como antes la Revolución «Libertadora», el Proceso Militar y todos los intentos de restauración de los privilegios para los que más tienen y más pueden, son profunda y completamente reaccionarios. Y como todo movimiento reaccionario, en su intento de destruir los avances populares, va destruyendo todas las conquistas y todas las instituciones que permitieron superar el estado de injusticia anterior, que lograron solucionar el conflicto origen, y así va recreando las condiciones que dieron origen y justificaron al movimiento social que quieren destruir. Van dándole nueva vigencia y aportando tensiones sociales que le dan nuevo impulso.
La oposición actual al Gobierno, algunos de manera abierta y otros solapadamente, pretende retrotraer las condiciones sociales y económicas a 1943, a la década infame. Condiciones que se pueden resumir en dos palabras: miseria y dependencia. O en un modelo de país: para una cuarta parte de su población y al servicio de un centro de poder mundial (Ya la escucharon a Lilita pidiendo volver al FMI, por caso).
Por supuesto, no lo dicen abiertamente, es más, cuentan para ello con la complicidad de los Grandes Medios de Desinformación, los que bajo grandes títulos, como dice la presidente “en letras de molde”, lo que hacen es recrear las condiciones y la justificación del peronismo, porque de cómo superar la miseria y la dependencia el peronismo sabe bastante. Por eso creemos que el peronismo tiene un rol, hoy. Por eso sentimos como imperativo la misión de superar las deudas pendientes. No ya de completar una revolución inconclusa, sino de reanudarla, de refundarla.
Sin soberbia ni falsos optimismos. Porque sabemos que, como nunca, el enemigo sigue avanzando, sabemos de la desfavorable relación de fuerzas de propaganda. Porque no habrá como en el 43 un atajo como el 4 de junio, ni habrá un sector de las fuerzas armadas que asuma el cambio; pretenden hacerlo con las reglas del sistema, con todos los medios de comunicación masivos a su favor y todos las corporaciones detrás de ellos. Por eso, enfrentamos una tarea similar a la del 45 pero sin Perón, sin Evita, sin Jauretche y sin Scalabrini Ortiz.
Una tarea que no podemos afrontar solos, sino con nuestros reales aliados del campo nacional y popular, no con aquellos que se alejan por supuestos límites morales o los que nos corren por izquierda. Por eso, debemos redefinir prontamente ese campo y establecer una nueva alianza, que reemplace a la del 45 que rompió el menemismo y profundizó el duhaldismo. Reasumir los fines de la acción política, acordar la metodología y los instrumentos políticos. Tal vez sea más fácil definir el adversario, más difícil es definir aliados y amigos. El peronismo siempre ha conformado frentes electorales, supo nutrirse de distintas fracciones políticas. Debemos aprender del cachetazo que nos dio Cobos al momento de sumar.
Los opositores siempre hacen hincapié en que el PJ acepta cualquier aporte cuantitativo como válido, sin advertir que lo que está en juego es la gobernabilidad, o el ejercicio del gobierno y la definición clara de los objetivos. La definición vernácula de «izquierda» y de «progresismo» no nos basta, sabemos muy bien donde estuvo cierta «izquierda» en 1945, en 1955, en 1976 y en el 2008.
¿Por qué entonces insistimos con el peronismo? Porque vemos que la sociedad argentina no está postrada, esa sociedad que habita en lo profundo de la Patria, esa que asume los problemas, que sabe que aún falta, pero que también sabe que el peronismo es la única fuerza política de la Argentina con capacidad de gestión, y entonces, se moviliza y lo hace según los métodos peronistas. Pero esa sociedad argentina que menciono, es el conjunto de los habitantes del país y no un sector que sale a pelear por sus propios intereses en desmedro del resto de sus compatriotas.
Hoy, como en el 45, esa argentina profunda defendió al Gobierno en las plazas y en las calles, defendió sus derechos y su futuro, defendió la democracia que se quiso desgastar y erosionar, así, como ayer protestó por los indultos, por los bajos salarios y jubilaciones, apoyó a los trabajadores que expulsó el sistema económico neoliberalmenemista, rechazó las representaciones políticas y gremiales falsas y acompaño la carpa docente.
Hoy, defiende las conquistas históricas sociales del peronismo como el aguinaldo –que el PRO se olvidó de liquidar en tiempo y forma-, el derecho de huelga y el pleno empleo, el derecho a manifestarse, la jornada laboral –que los 4 jinetes del Apocalipsis no quisieron aceptar-, el crecimiento sostenido durante más de cinco años, la reestatización de AA y la vuelta al Estado del manejo de los aportes jubilatorios.
Hay signos claros de la vigencia de nuestra lucha y nuestras propuestas.
Por eso el peronismo todavía hoy.