«Este asunto está ahora y para siempre en tus manos, nene».
Quienes peinamos canas, en estos días de debate electoral vivimos una especie de dejà vú, no por los protagonistas de las fórmulas electorales en disputa para gobernar en los próximos cuatro años, sino por el clima de época que ha resurgido en estas semanas y la oposición entre proyectos de país que representan cada uno de ellas. Tanto los temas que se debaten como las medidas de gobierno que han sido puestas en el candelero mediático pero que también se replican en las discusiones domésticas, en los hogares, las oficinas, los talleres, los bares o en cualquier charla entre amigos o conocidos, son los mismos que se debatían hace veinte años (por poner una cantidad simbólica, tanguera) en los mismos lugares. Tópicos que habían sido abandonados luego del estallido del paradigma neoliberal en 2001.
Ese tipo de debates que creíamos haber saldado en estos quince años de vigencia del paradigma neokeynesiano que superó al anterior, no sólo suturando las heridas y grietas sociales abiertas por el neoliberalismo, con su rosario de desocupados, pobres y excluidos sino también las económicas, al reabrir las miles de pequeñas y medianas empresas cerradas en los noventa. La disyuntiva entre acudir o no al FMI para pedir financiación, aceptando las conocidas recetas recesivas que condicionan esos préstamos, o la liberación del dólar al juego del mercado, o la liberación indiscriminada de importaciones, la quita de retenciones a las exportaciones, el rechazo a los acuerdos de precios, o propugnar el recorte del gasto público, el achicamiento del estado, la posible entrega de la conducción de YPF a voceros de la lógica de la libre empresa, el cuestionamiento al funcionamiento de Aerolíneas Argentinas en manos del estado por motivos economicistas, la entronización de la deidad del «clima de negocios» o del «mercado de capitales» extranjeros, la posibilidad de retornar directa o indirectamente la administración de los fondos jubilatorios a manos privadas, el bregar por el acercamiento a la órbita de los EE.UU. y sus acuerdos económicos de mercados en común (tipo ALCA) o, peor aún, a sus alianzas geopolíticas en tiempos revueltos como los actuales, no hacen más que resonar en nuestras mentes todo lo vivido en los dramáticos años noventa.
Se trata ni más ni menos que el resurgimiento del neoliberalismo, del Consenso de Washington, representado y llevado a cabo en nuestro país por el menemismo, aunque ahora en forma más cruda y explícita por los mismos personajes (personeros) de entonces. Se trataba, hace dos décadas, de la antinomia global entre «estado de bienestar» (welfare state) vs neoliberalismo o monetarismo (la famosa teoría del derrame), la que regía tanto en los debates políticos como en la práctica política de entonces. Y decimos explícita porque ese paradigma, ese proyecto de país llegó al gobierno en aquellos años mediante subterfugios, engaños, disfrazándose de populismo peronista, embanderándose en el «cambio» frente a un gobierno caracterizado como del pasado, y prometiendo una «revolución productiva» y un «salariazo». Ese gobierno que el menemismo ascendente se postulaba para reemplazar, había fracasado en su intento de reparar el estado de decadencia, violencia y tragedia social y humana que había reemplazado. Fracasado no en materia de democracia o derechos cívicos conculcados en los años setenta, sino en materia económica. Pero una vez en el gobierno, el menemismo triunfante reveló su verdadera cara neoliberal y de alineamiento con los grandes poderes globales, y la más cruda economía de libre mercado se hizo cargo del país, con las trágicas consecuencias por todos conocidas.
Sin embargo, esta última afirmación merece ser puesta en cuestión, ya que, como dijimos al principio, estamos viviendo un dèja vú de temas que el país regurgita veinte años después como si nada hubiese pasado. Aquellas medidas escondidas en la campaña electoral del menemismo reaparecen hoy embanderadas en el macrismo. Un macrismo que, no obstante esbozar un relato edulcorado, optimista, casi de autoayuda (en boca de una especie de imitador pagano de un pastor evangélico de TV) en actos públicos, eslóganes y propaganda política, en reuniones públicas menos difundidas por los medios masivos, tanto sus voceros económicos como el propio Macri difunden las medidas de gobierno que planean tomar en un probable gobierno macrista.
Esas propuestas, conocidas por quienes hemos votado ya en varias elecciones presidenciales, son hoy debatidas abiertamente y presentadas como innovadoras, en esta «revolución de la alegría» que la alianza Cambiemos ofrece en esta especie de «relato populista de camaradería y autoayuda» que invade los medios de difusión y actos partidarios. En pocas palabras: lo que el menemismo ocultaba o camuflaba para seducir a los votantes y alcanzar el gobierno, el macrismo lo eleva a propuestas salvadoras de una supuesta crisis terminal que la más pedestre realidad desmiente rotundamente.
Objetivamente, la situación social y económica del país no es para nada similar a la de aquellos años donde el menemismo parecía venir a salvar a la patria decadente de los ochenta; más bien es la opuesta, luego de doce años de crecimiento económico ininterrumpido, de restitución de derechos y el logro de nuevos derechos humanos y sociales de este siglo. Todos los índices que lamentablemente crecían en aquellos años de deterioro constante (pobreza, indigencia, desocupación, deuda externa, etc.), hoy bajan; y todos los que trágicamente bajaban entonces (salarios nominales y reales, jubilaciones y pensiones, PBI, consumo y mercado internos, distribución de la riqueza, población de clase media, etc.), hoy aumentan.
Más aún, en los años noventa era común hablar de la pesada herencia recibida del gobierno anterior, lo que era palmariamente comprobable en cada hogar, en cada fábrica o taller, en cada comercio, bar o restaurante, en cada calle. Por el contrario, cuántos gobiernos a punto de asumir desearían encontrarse con la herencia que dejan estos doce años (ver los detalles de esa herencia aquí).
Esta paradoja histórica, este contrasentido de votar por un modelo ya probado como dañino puede concretarse en la noche del domingo si la mayoría del pueblo decide optar por esta especie de menemismo redivivo, protagonizado por Mauricio Macri y sus aliados, en cuyas filas militan y pueden llegar a puestos relevantes quienes llevaron a cabo aquellas transformaciones económicas y sociales que tantos males trajeron hasta estas costas. Un espacio político que pretende restaurar la políticas de una «economía de libre mercado» que fracasó y fracasa no sólo aquí sino en todos y cada uno de los paises donde rigió, como por ejemplo, además de Argentina, en las actuales España, Grecia, y que acaba de alcanzar en pequeñas dosis al gobierno de Brasil, que este año ha aplicado esas mismas recetas (devaluación y ajuste) y su economía no deja de caer y aumentar la desocupación y disminuir el salario real.
No por nada el equipo económico del macrismo es elogiado por el adalid y padre de la economía de aquella década trágica: Domingo Cavallo (ver detalles aquí).
Es por eso que a quienes en aquellos agitados años de decadencia argentina debatíamos, muchas veces en minoría, contra los argumentos de aquel relato globalizador, aquel ensueño de una «economía popular de mercado» o populismo de mercado (populismo en el sentido caracterizado por Ernesto Laclau) de raigambre neoliberal, nos sorprendemos hoy por estar asistiendo a aquellos mismos debates que creíamos superados; los que retornan esta vez enfrascados en la disyuntiva entre dos nuevos «relatos» (en su verdadero sentido) contrapuestos: el del kirchnerismo o populismo neoperonista, neokeynesiano o neodesarrollista y el del PROpulismo o populismo de autoayuda, voluntarista o «apolítico» pero neoliberal.
Este contrapunto de proyectos o modelos podemos caracterizarlo también en su vertiente económica como «teoría del derrame» vs «distribuir para crecer».
Queda para otro momento un debate sobre las causas profundas que nos han traído hasta aquí. Pero es necesario afirmar hoy, ante esta disyuntiva que, al contrario de la opción elegida en aquellos tumultuosos años de decadencia y grietas sociales, de cortes de rutas y criminalidad en ascenso, cuando la sociedad escogió un proyecto de país que fue traicionado por el espacio político vencedor al adoptar y aplicar el contrario (aunque las urnas ratificaron el rumbo en 1994, cuando sus consecuencias aún no habían llegado a todos), esta vez las medidas económicas y sociales perjudiciales, el proyecto de país que las contiene y los hombres que la llevarían a cabo no sólo no son ocultados o camuflados sino que son reivindicados y expuestos en la primera fila de la campaña.
Es por eso que esta vez la decisión será tomada en forma verdaderamente libre, frente a un panorama cristalino, donde ambos proyectos están claros, expuestos abiertamente y sin tapujos. Esta vez, no habrá excusas posteriores válidas para justificar un voto equivocado. Más aún, no será una equivocación ni un engaño precisamente, ya que las consecuencias de la aplicación de ambos programas de gobierno pueden comprobarse en nuestro país y en nuestro tiempo; porque todavía somos muchos los argentinos que vivimos aquella década perdida que estamos vivos y recordamos. Y también estamos accesibles para aquellos más jóvenes que no la vivieron y duden y estén interesados en conocer de qué estamos hablando. Y también todos nosotros, quienes vivimos los noventa y quienes no, sí vivimos esta década de resurgimiento desde las cenizas de aquel 2001.
Por eso, esta vez no habrá dirigentes o poderes establecidos, ocultos o mediáticos a quienes echarle la culpa a posteriori de una mala elección presidencial, no ya de diputados, senadores, gobernadores o intendentes. Estamos hablando de elegir a la persona o proyecto de país que queremos para los próximos cuatro años. Tanto el acierto como el error será todo nuestro. Y la sociedad ya está suficientemente informada y madura como para escudarse en un chivo expiatorio para lavar culpas propias por decisiones erradas en momentos límites como el actual.
Ya no hay grises ni espacios tibios donde refugiarse, como en todo balotaje hay dos opciones (como dijimos aquí): Scioli presidente, Macri presidente.
Tanto el pueblo como el voto son libres y soberanos, pero la responsabilidad es individual y no transferible. Sepamos asumirla todos y cada uno de nosotros. En ello va la suerte de nuestro país para la próxima década… o los próximos veinte años, que no son nada pero en ellos se desarrollará nuestra vida.
Esperemos que no se haga realidad la letra del tango «Volver» de Carlos Gardel:
Sentir
que es un soplo la vida
que veinte años no es nada
que febril la mirada
errante en las sombras
te busca y te nombra.
(…)
Tengo miedo del encuentro
con el pasado que vuelve
a enfrentarse con mi vida.
Basurero Nacional.