(Nota del autor: la presente nota ha sido publicada en la revista de la JP La Matanza del mes de octubre)
El período K se ha caracterizado por la apertura de un inmenso escenario de disputa en el que florecieron numerosas discusiones de fondo respecto del diagrama de nación deseado. Peleas de fondo que había que dar, y que hay que seguir dando, en orden a generar una democracia mucho más profunda que la construida desde 1983, y una república que esté al servicio de los más (necesitados) y no de los menos. En ese marco, fue posible desafiar determinadas “verdades” impuestas por el neoliberalismo que supo imperar en Argentina desde el no tan lejano 24 de marzo de 1976: desregulación del estado de bienestar para favorecer a los sectores extranjerizantes, aniquilación de tejidos sociales y laborales, resignación de la soberanía nacional, muerte o convergencia de las ideologías, claudicación de las luchas populares. En fin, entierro del ser nacional argentino forjado desde la época del primer peronismo, que había sabido llevar a Argentina a ser país líder, con un proyecto nacional y popular de rumbo productivo bien definido.
Pero, ¿como fue posible lograr la aceptación, por parte del pueblo, de semejantes despropósitos? ¿Por que tanta resignación al relato de la derecha conservadora?