Por Agustina Grisolía.
Ayer Demi Lovato fue ingresada a un hospital por una sobredosis de heroína. Hace pocos días se cumplía un nuevo aniversario de la muerte de Amy Winehouse. Pocos meses pasaron del fallecimiento de Avicii. Muchos años del de Kurt Cobain. La juventud, la opresión del sistema, la sobreestimulación, el consumo y las adicciones. El pánico, la ansiedad y la depresión. El éxito y la frustración. ¿Cuál es precio que pagamos por ser, estar y pertenecer?
La historia se vuelve a repetir: una joven y talentosa artista al borde de la muerte exalta a los medios y reinstala un tema cotidiano y ya conocido por todos, el consumo de drogas. ¿Qué tienen en común Demi Lovato y un pibe de la villa? Si bien la heroína no es tan “cool” como el paco y al pibe de la 31 le faltan todos los millones, mucho más de lo que creemos. Y es que el aumento del consumo de opiáceos, de antidepresivos, de alcohol, de estimulantes y calmantes, están directamente relacionados con la aprobación o desaprobación dentro del sistema capitalista. La falta de oportunidades y las desigualdades sociales, y las normas que se nos imponen y su cumplimiento se etiquetan bajo los conceptos de éxito y frustración. El límite entre ambos términos termina siendo muy fino por las condiciones en las que vivimos, y en la mayoría de los casos, si no es cuidado, roto.
La fama y el “tenerlo todo” nos demuestran a diario que solo son una huida ilusoria de la cotidianidad, del sistema económico y nuestras actividades. Los artistas terminan exponiendo y encarnando lo más duro de esta lógica, a la cual, poco le importa el costo humano. Las giras, los shows, componer, vender y facturar. Ser querido mientras producís, ser olvidado cuando no.
La juventud y el inicio de la adultez se vive, en la mayoría de los casos, con la misma angustia y adrenalina que cualquier artista. Ser, estar y pertenecer. Una carrera por estudiar, un trabajo por obtener y una familia por armar. La ansiedad y el miedo que nos genera no adecuarnos a las normas, la exclusión y la soledad, terminan encaminándonos en hábitos y consumos de todo tipo. Y esta situación se encrudece aún más con la aparición de las redes sociales, encargadas de legitimar y reproducir la cultura hegemónica, actuando como lienzo sobre el cual el sistema delinea, dibuja y pinta, en diferentes colores y distintas texturas, las normas, prototipos y gustos que pregona el capitalismo. En cada publicación se presentan ante nosotros, disfrazados de filtros y hashtags, sus ideales de belleza, de amor y hasta de felicidad.
Las exigencias que se nos presentan se ocultan y desmienten. Y después, aparecen las sorpresas. Ashish Jha, profesora de la Escuela de Salud Pública de Harvard, lo evidencia en sus últimos dichos donde lamenta la situación que viven los jóvenes estadounidenses con respecto a las drogas: «Son personas que están en los años más productivos de sus vidas, los años en los que se supone que están criando hijos y convirtiéndose en líderes de la próxima generación«.
Por personas como Ashish, por poner solo un ejemplo ya que el mayor porcentaje de nuestra sociedad piensa de igual manera, la ingesta de sustancias aún no pudo ser encaminada y resulta. ¿Y si no quiero ser líder?¿Y si no quiero tener hijos?¿Y si no quiero abalar y contribuir a la reproducción del sistema?
Mientras se siga educando para el éxito y no se evalúe el fracaso, mientras se nos enseñe que el único reconocimiento válido es el ajeno, y mientras nos usen únicamente como máquinas productoras de bienes y servicios, sin importar qué sentimos y cuáles son nuestras limitaciones, el consumo de drogas, incluyendo las farmacológicas, no va a disminuir. No hay armas o plan de lucha válido que se pueda implementar mientras la sociedad es sobreestimulada y exigida, no hay solución posible mientras las palabras igualdad e inclusión sigan sin aparecer en las políticas sociales y económicas. Sólo una sociedad más humana nos ayudará a que ser, estar y pertenecer ya no duela tanto.