Leímos con mucho gusto en estos últimos días la polémica sobre el “viento de cola” entre Sirinivasa y Elemaco. La miramos de afuera, tratando de aprovechar lo que dicen los que saben.
Más allá de si la discusión quedó o no saldada, de si tenía razón uno u otro, tomo el debate a los fines de ir ensayando alguna explicación de qué significa esta etapa (kirchnerista) para la economía argentina.
Damos por descontado que el “viento de cola” realmente existió, y en todo caso lo asumimos como la posibilidad que, vía términos de intercambio, se le ofreció a la Balanza comercial argentina de ser ampliamente superavitaria durante seis años. Dejemos de lado la discusión acerca de si realmente este superávit se produjo nada más que por efecto precios (cosa muy difícil de sostener) o si hubo algunas medidas monetarias y cambiarias que pusieron a las fuerzas productivas internas en la dirección necesaria para que el “viento de cola” tuviera los efectos que tuvo (hecho, diría, innegable).
Haciendo, entonces, un montón de concesiones que no es del todo necesario hacer y hasta podrían discutirse y refutarse, encaramos de lleno la cuestión acerca de qué se hizo con el “viento de cola”.
La impresión que tengo es que el modelo kirchnerista tuvo un único objetivo claro, y todo lo demás se dispuso en torno a la concreción de este objetivo: el ordenamiento financiero del Estado.
Intentar una demostración final de lo que sigue comportaría un contrafáctico, de manera tal que nos manejamos en terreno hipotético, pero con varias certezas. El crecimiento del endeudamiento público, entre 1976 y 2001, fue un rasgo distintivo. Sobre todo endeudamiento externo y en dólares (que fue el más difícil de honrar en los momentos de restricciones). Incluso, para enfatizar, en el citado post de Elemaco, Olivera menciona, en un comentario, que el endeudamiento externo vía organismos internacionales de crédito por encima de la capacidad de repago de la deuda, fue el “viento de cola” de la convertibilidad. El modelo actual significó, sobre todo a partir de 2005 con la renegociación de la deuda en default, un giro copernicano en este aspecto. Y allí operó, mal que pese, la decisión política de saltear cualquier tipo de vínculo con dichos organismos que significara una continuidad en el proceso de incremento real de la deuda pública externa en dólares. Y no solamente eso, sino, finalmente, una reducción real importante de la misma (cuando digo “real” me refiero a su peso como porcentaje del PBI, en relación a los montos de las exportaciones, o en relación a las reservas del Banco central, y también en comparación con la deuda interna en pesos, e incluso intra-estado). Por supuesto que esto hubiera sido más complicado sin la ayuda de los altos precios de los commodities que permitían ingreso de dólares casi irrestricto para el tamaño de la economía argentina. De hecho, también se enfrentaron algunos “problemitas” con motivo de la catarata de dólares. Lógicamente, problemas agradables en comparación con los que se derivan de una restricción externa.
Pero allí radicó la decisión. A partir de una situación internacional dada, se operó sobre las herramientas que había a mano para lograr determinados fines, desechando otros. Y se eligió ir pagando la deuda recurriendo en la menor medida posible a nuevo endeudamiento. Tal vez, el punto de inflexión de esta política estuviera dado en 2012, año en que están previstos vencimientos de deuda muchísimo menores a los que se enfrentan en estos años, hasta 2011. A partir de allí, tal vez, se hubiese podido comenzar una etapa en que, de acuerdo a las condiciones coyunturales internacionales, se decidiera una u otra política, pero partiendo de un piso de endeudamiento que hiciera sustentable el repago y la refinanciación. Los desbarajustes internacionales cambian la situación antes de lo esperado, y es posible que la transición se adelante.
El otro aspecto importante del proceso fue la recomposición de las reservas del Banco central, hecho que permite la administración del tipo de cambio nominal en una banda que impide saltos y caídas demasiado abruptos (además, por supuesto, del auxilio financiero del Estado en momentos de onerosos vencimientos de deuda, como los de estos años que corren). Esta suavización de las curvas, en un país con la historia cambiaria que tiene Argentina, y con las secuelas psicológicas que esto dejó, sería una proeza poder volverla sustentable en el tiempo.
Todo lo demás, probablemente, no pueda analizarse con independencia de estos aspectos: sobre todo, del peso de la deuda heredada.