Diego Maradona esta nuevamente en una cancha de futbol argentina. Es entonces cuando se abren más preguntas que respuestas ante semejante mar de diversas valoraciones. Al momento de bifurcarse las preguntas, suenan fuerte las que intentan plantear como posiciones imposibles de coexistir las que tienen a Maradona como ídolo y las que se consideran feministas.
¿Qué queremos debatir? ¿Importa la construcción de pensamiento y el análisis de fenómenos sociales o simplemente se busca exacerbar el purismo que bloquea cualquier intento de todo lo anterior? ¿Buscamos repensarnos para generar nuevos paradigmas o es en nombre del “buen feminismo” que nos hacemos de una excusa para segregar a quienes, ni siquiera, dejamos expresar sus propias contradicciones? ¿Autoproclamarse portadores de verdades absolutas no replica el tutelaje hacia quienes, en ese esquema, consideramos inferiores?
¿Es imposible estructuralmente tener de ídolo a Maradona a la vez que somos feministas?
No tenemos las respuestas pero si un aproximamiento a encausar algunas de estas cuestiones. En primer lugar, precisamos no caer en el simplismo de sentenciar sin intentar realizar un análisis, sobre todo, cuando nos encontramos frente a una sociedad que es ebullición y permanente re estructuración.
En segundo lugar, cabe señalar que la creación de cultura (premisa feminista por excelencia) no nace de lo que piensan diez “iluminados” en la privacidad de una habitación. Si tratamos de modificarla, no podemos pretender conformarnos con las indicaciones de quienes creen que tienen la exclusiva autoridad para determinar quién es y quien no es feminista.
Concebir al feminismo como un tribunal que sentencia es, a priori, un intento por correr todo tipo de análisis que aporte ideas plurales, re significaciones y debates.
Los extremos de pensamiento funcionan solo para el grupo que los predica y que, con la misma entidad de quienes llevan la palabra de (cualquier) Dios, pretenden instaurar una única idea de las cosas como verdad absoluta, como un dogma que se vuelve singular e incuestionable.
Para poder explicar porque no estamos en condiciones de decir quien es o no feminista en función de su amor por Maradona, podríamos comenzar por decir que, si Maradona fuera Dios, tendríamos que proceder automáticamente a la deshumanización de su figura para ponerlo en un lugar celestial, y parece ser que aquí lo que está en juego son pura y exclusivamente sus actos humanos. Por otra parte, siempre me gusta recordar que las normas fundantes de nuestro ordenamiento establecen que para juzgar debemos tomar en cuenta las acciones y no la persona de quien las lleva a cabo.
Tampoco parece muy conducente morir en el endiosamiento o los lugares heroicos. Y no porque no sea válido que se despierten amores y odios, solo que esa lente hace que volvamos a debatirnos en un juego de extremos que anula el pensamiento crítico.
La polémica maradoniana se conforma de dos elementos que, según parece, no pueden convivir: el primero tiene que ver con lo que el ídolo representa en su arte y el segundo con los actos de su esfera privada que, debido a su altísimo nivel de exposición, se convierten en públicos.
La vuelta de Diego Maradona al futbol argentino disparó una vez más el debate acerca de su figura. Y también, una vez más, se volvieron a cruzar los elementos que operan a la hora de emitir juicios personales.
Indiscutido ídolo del futbol mundial. Para nosotros, el mejor del mundo. “Pelusa sacude el barrio, su magia vuela en el pasto. Un artista con un lazo de capitán que defiende”, dice la famosa canción de Los Cafres. Nuevamente una conjunción de elementos que a muchos enamora: el arte de jugar y de defender lo propio.
Eliminar el aspecto social de un análisis algo más profundo, también deja afuera un factor indispensable para tratar de entender que sucede cuando aparece: Maradona es la sociedad. Para dar una definición un poco más épica, Maradona es pueblo, y, como tal, representa en alguno o varios aspectos de lo que somos y lo que fuimos.
En plena dictadura militar, y mientras nos pasaba la guerra de Malvinas, Maradona, con 22 años y varios detractores en su contra, debutó en una copa del mundo. Cuatro años después, Diego convirtió el gol más memorable de la historia futbolística del mundo. ¿Quién no quisiera tener el coraje y la determinación de ese personaje?
Con él se emocionan hasta lxs pibxs que no llegaron a verlo jugar porque él es su – y nuestra – historia. Porque es leyenda, porque es el ídolo de una sociedad que también reivindicó (y naturalizó) un montón de características del Diego que, en realidad, un poco somos todos. Muchos de ellos nos resultan de una intensa valentía y otros imposibles de admitir en la sociedad actual Pero la figura del diez no nace en esta sociedad, ese dato tampoco puede volverse invisible a la hora de pensar qué es y qué representa.
En algunos casos, conocemos la historia social a través de productos de ficción que intentan plasmar realidades para tratar de entender los contextos específicos. La ficción nos muestra, por ejemplo, la naturalización de un femicidio y la dificultad para des naturalizar los distintos tipos de violencia. Nos muestra como fuimos una sociedad en la que el ídolo muchas veces le ganó por knock out al femicida.
Al purismo no le gusta que asome este costado oscuro, pero existió, existe y es constituyente de sentido colectivo.
No comparo los hechos, ni tampoco las figuras. Intento poner en debate la inconveniencia de hacer de cuenta que no somos una puja permanente de diferentes actos entre los que nos debatimos, o que no somos una sociedad que no se concibe a si misma siempre de la misma manera. Intento el ejercicio de despersonalizar de la figura puntual para reafirmar la noción de que somos lo que nosotros, como actores sociales, destruimos y construimos.
Esas contradicciones, esas que confluyen también en la persona de Diego Armando Maradona son el reflejo social de una época.
En efecto, endiosarlo o fusilarlo solo conlleva a eliminar el análisis que nos debemos, un análisis verdadero que nada tiene que ver con tomar la persona de Maradona para decirnos quien es o quien deja de ser feminista.
habría que preguntarse si pretendemos “ajusticiar” a representantes de la cultura, de la sociedad, de la política por ser, en ocasiones, la persona que replica actitudes típicas de lo que creemos que se tiene que terminar, o bien, si convendrá darle a esos actos el status de significantes, y tenerlos como ejemplos antagónicos frente a la nueva construcción cultural que perseguimos, sin necesidad de que el fin último sea colgar la cabeza de Cacho Castaña o de Diego Maradona porque a veces no nos gusta lo que representan.
Quizás no haya nada de malo en poder mirar este fenómeno como la foto de una sociedad con muchos valores dignos de reivindicar y que, a su vez, tiene una historia de naturalización de muchos otros elementos despreciables frente a lo que hoy deseamos en materia de vínculos y estructuras y referentes.
Por otro lado, quizás allá que retomar algunas discusiones que parecían haber sido zanjadas: ¿siempre podemos separar al artista de la obra? ¿Nunca volvieron a “pecar” y escucharon esa canción que adoran de ese músico o banda que habían cancelado? La biblia feminista nos dirá que es sacrilegio pero acá, en el terreno de los humanos, somos imperfectos.
Para poner de manifiesto lo que repudiamos no necesitamos colgar la cabeza de un Cacho Castaña desubicado y con un discurso impune, ni quemar a nadie en la hoguera. Esas prácticas de la inquisición no nos sientan bien, y además replican situaciones de desigualdad de poder (cuya eliminación se constituye como pilar fundamental de la retórica feminista), y ello es igual a no transformar ninguna cuestión de fondo.
Lo que si queremos es utilizar todos los dichos despreciable, las paternidades ausentes, las practicas abusivas de poder, para poner de manifiesto con total claridad lo que esta nueva construcción cultural va a deslegitimar de ahora en adelante.
En lo personal, no pretendo ser diosa. Le dejo ese espacio a lxs iluminadxs que incluso no me representan y elijo quedarme en la tierra de la contradicción, ahí donde también existe la doble vara. Elijo quedarme allí, no para hacer un uso indiscriminado de la misma, sino para intentar ajustar las tuercas al máximo, y reducir al mínimo la contradicción de los actos y los discursos. Pero de ahí a vivir como si ello no existiera, me resulta inclusive un acto irresponsable.