Hoy mucha gente está triste. Se fue Néstor Kirchner, el tipo en torno al cual giró la política argentina en los últimos años. Bajo la humilde óptica de este cronista, el mejor presidente desde el retorno de la democracia. No es poco.
Tampoco es menor observar una Plaza de Mayo llena, invadida por la congoja, en la despedida de un líder político excepcional, un «político abismal» como lo llamó Horacio González. Alguien que no es Menem, a pesar de algunas caracterizaciones que absolutizan sus análisis y no distinguen matices ni coyunturas. Que tampoco es Chavez ni Evo, eso está claro. Es, o mejor dicho fue, Kirchner, alguien que salió desde dentro del sistema para intentar clausurar el 2001, plantándose frente a una fuerte demanda de orden y normalidad y cuyas concesiones iniciales a una sociedad en tren de desmovilización (pero que aún latía con fervor) se irían convirtiendo con el tiempo en banderas rescatables – derechos humanos, Corte Suprema, recuperación del empleo – de un gobierno de sesgo progresista en lo discursivo y excesivamente pragmático en el plano de los hechos (¿post-neoliberal sin tanta audacia?), cuya gran deuda histórica es haber acentuado la desigual distribución de la riqueza entre los que más tienen y los que menos. Entre otras cosas, pero no es la intención del breve escrito desmenuzar con detalle aciertos y errores del kirchnerismo versión Néstor.
Vale una aclaración para ver desde donde partimos: quien escribe esto nunca fue kirchnerista ni tampoco está sobrecogido por la tristeza, ese sentimiento tan genuino, que sale de las entrañas y es necesario respetar. Sin embargo, sí está profundamente impactado por una noticia tremenda, que tendrá sus consecuencias políticas, hoy sólo incógnitas.
No creo que esté en riesgo la gobernabilidad. Sí es cierto que la derecha se relame, como bien lo demostró el vergonzoso artículo de Rosendo Fraga anteayer en La Nación, pero antes debería preocuparse por resolver sus problemas internos y por pensar un modelo de país que no tienen. Que no cunda el pánico entre la militancia afín al modelo actual ni entre aquellos que consideramos que al piso que pudo haber construido el kirchnerismo hay que darle un sustento de izquierda que lo trascienda – porque, como inesperadamente señala Jorge Fontevechia, hay tres grandes batallas de NK contra el status quo, triunfantes a nivel discursivo, que son necesarias llevar a la práctica de forma completa: que se acabe condenando a todos los ex represores, que se reduzca la exclusión junto a la mejora de la redistribución de la renta y que se concrete la desconcentración de medios de comunicación – a través de formas organizativas que rompan con vetustas estructuras que restan y que garanticen una mayor democratización, al estilo de las experiencias más avanzadas del continente, que tienen por horizonte la superación efectiva del capitalismo.
No creo que ese salto lo pueda dar el actual gobierno. Sin embargo, no dudo en comprender los profundos sentimientos de tristeza que atraviesan a amplios sectores de la población. Sería peligroso mostrarse ajeno a semejante demostración de cariño popular. Algo bien habrá hecho el Pinguino para que lo recuerden así. Sobre todo, politizar una sociedad apática y descreída que comenzó a protagonizar – aún de modo incipiente – calurosos debates sobre medidas puntuales o incluso más allá, acerca de qué país construir. Ese es un legado inestimable para lo que viene. Como diría el Flaco (Spinetta), mañana es mejor. A ponerse las pilas para que así sea. Estamos viviendo una hora latinoamericana.
El artículo escrito por Sebastopol, me resulta de un análisis socio-político de mucho respeto, calidad de investigación, excelente!!. Siendo una persona muy joven, un Licenciado en Sociología,merece mis Felicitaciones!!! por tan buen artículo.