Hablando con unos pibes mucho más jóvenes les decía que por primera vez ellos iban a vivir -con el comienzo del macrismo- un fenómeno muy especial: el de ver y vivir unos años teñidos por el cristal de una época, un estado de ánimo, unas certezas, un sentido común que sobrevuela las charlas y los gestos. Pueden compartirse o no, pueden sentirse como propios o no. Pero aunque sea para oponerse o repudiarlos, presiden la etapa.
En muchos casos, estos climas se resumen en un slogan. Me interesa sobrevolar rápidamente algunos slogans políticos, que en determinado momento se convierten en referentes de esa época y que como logran en cierto modo sintetizar las claves del momento son utilizados por interlocutores cotidianos en ambientes no institucionalizados. El origen de estos slogans es diverso. Pueden salir de la calle, pueden tener origen en el aparato publicitario del Estado y en algunos casos, son generados por los medios de comunicación, que los instalan a partir de su repetición permanente.
Sabemos que no siempre estos slogans terminan indemnes. Intentan crear un clima y generar adhesión, en algunos casos lo logran en cuanto muchas personas terminan adaptando sus ideas y opiniones a ellos para sentirse parte de una mayoría anónima y espontánea, y así la fuerza del slogan desparramandose anárquicamente a partir de la conversación cotidiana fortalece el “momento bajo slogan”. Como no surgen de debates institucionales, estos climas no caducan cuando son superados por otro, sino que se caen cuando pierden eficacia descriptiva de la realidad, o están hablando de algo que ya no existe.
En 1984 recién regresado del exilio de mis mayores, mientras escuchaba “Mil horas” o “No me dejan salir” en todas las disquerías del país -que en esos años recordemos, sacaban los parlantes a la vereda- pude imaginar lo maravilloso que fue el clima de época de fines de la dictadura, lo habíamos leído en México en las codiciadas revistas HUMOR. Envidié fuerte a todos los que habían llenado las calles y estadios en los actos y recitales de ese largo año que fue el 83, que por no estar acá, no sé bien cuándo empezó.
No sé tampoco cuando “Se va a acabar la dictadura militar” comenzó a crecer en las calles, cobró fuerza en las marchas, y se diseminó en las tribunas de la cancha, para instalarse como el slogan de ese año de transición.
En los comienzos de la democracia, percibíamos una alegría moderada en muchos vecinos o compañeros de la escuela. Los radicales exultantes, los peronistas dolidos, los del PI soñando con un futuro de éxitos, la izquierda en un registro más similar a lo que actualmente es, con consignas correctas pero incomprendidas (no al pago de la deuda externa, por ejemplo). Todos éramos democráticos, incluso los peronistas de derecha que cada tanto incendiaban un teatro. Ni siquiera ellos impugnaban “la democracia”. Era un consenso común.
El slogan rector de esos años no había salido de las calles. Fue propagado desde el Estado “Con la democracia se come, se cura y se educa”. No es que todos creyéramos que era efectivamente así, pero entendíamos que eran tareas pendientes del sistema político argentino y que si había un entorno en el cual hacerlo, sería el democrático. Pero pronto nos dimos cuenta que la democracia por sí sola no lo hacía.
A medida que avanzó el alfonsinato, con Semana Santa y las leyes de OD y PF, sumado a las grietas que comenzó a mostrar la economía, los paros con movilización de la CGT (a los que íbamos todos los que hacíamos algo social o político, salvo los radicales) la democracia comenzó a perder su valor cotidiano en las calles, como uno de esos pilares de la charla cotidiana. Terragno comenzó a hablar mal de Aerolíneas, de EnTel, de YPF, y a plantear la necesidad de las privatizaciones. Se estaba armando un clima nuevo, en el cual la inacción de los radicales comenzaba a preparar a la gente para votar a cualquier candidato que hiciera cosas intensas o “tomara cartas” en el asunto. Por eso Angeloz salió con su lápiz rojo a prometer el ajuste que terminó concretando Menem, que prometía la Revolución productiva en campaña, pero organizaba el ajuste entre bambalinas y no tan entre bambalinas.
Nuevo clima. Ahora todo(s) tenía(mos) que ser eficiente(s). De unos meses a otros, los empleados estatales ERAN TODOS VAGOS, algo que siempre estuvo en el discurso popular, pero por primera vez lo escuchábamos de boca del propio agente contratador.
Cuando Menem somete a Seineldín se ganaron dos certezas: la primera era que la democracia estaba consolidada, la segunda era que Menem jugaba fuerte. Ahora, se le podía perdonar cualquier pavada que hiciera porque “era parte de su estilo”. Y Menem tuvo mucho consenso en las urnas, pero también aceptación en sus modos. La fuerte idea de “El Estado elefante” al que había que achicar no salió tampoco de las calles. Con una usina fundamental en el programa de Neustadt y Grondona, la reforzaban todos los funcionarios en cada discurso oficial y la remachaban ofertas como las de las AFJP privadas que ofrecían el futuro venturoso que los que optábamos por el sistema de reparto envidiaríamos. Fue una idea que llegó a impregnar todas las charlas. Los opositores veníamos hablando de la burbuja del “1 a 1” desde que se impuso, pero la burbuja nunca explotaba y eso nos dejaba automáticamente fuera de la conversación.
Pero no fue tanto el desguace del Estado, las penurias económicas de las mayorías, o los hechos de corrupción lo que desencadenaron el nuevo clima de época, sino que tuvo que pasar lo de Embajada y AMIA -lo que fue asociado a los hechos que terminaron con la vida de Carlitos Jr.-, para que el clima comenzara a cambiar y hubo algo como “esto está dejando de ser divertido”. Se comenzó a asociar al Menem style con la corrupción y luego a culpar a ella de los males del país.
Si De la Rúa era aburrido o no, no fue un tema que interesara demasiado, más allá de que se haya beneficiado con un cambio de época, que ahora pedía decencia y honestidad. Pronto se supo que la honestidad o decencia declamada, tampoco era un valor que engalanara las vitrinas de la Alianza -Banelco, megacanje, comisiones, etc- también se supo que la economía era un desastre total, y finalmente se ratificó que los radicales nunca dudaron en salir a matar gente cuando se da la ocasión. El regreso de Cavallo y el corralito terminaron de crear un clima de desesperación y la canción “¿Cómo estamos hoy?” como cortina del programa de Lanata -que todavía conservaba un aura de periodismo independiente con muchas firmas históricas de Pagina/12- un ícono de esos días, con su clímax ascendente y su final apocalíptico.
Una vez más, la cancha fue el misal donde la calle fue a buscar sus oraciones, ahí el “Que se vayan todos” se convirtió en canción de marcha y en estado de ánimo. Así fueron esos días. Estábamos preparados para esperar cualquier cosa que pasara, salvo (más) muertes.
QSVT funcionó. Interpretó la etapa, y aunque era obvio que no se iban a ir TODOS, con que se fueran todos los cómplices del desastre nos dábamos por satisfechos.
A Duhalde -a quien se mencionaba como partícipe necesario del estallido 2001- se lo recibió con un “esto querías, hacete cargo”. Veníamos de tan abajo que lo que no fuera caos y destrucción nos iba a parecer un remanso.
En esos meses, el Estado dejó de ser el cuco que había sido durante la vicepresidencia de… ¡Duhalde! y los bancos volvieron a ocupar el lugar del eje del mal al quedarse con los ahorros de la clase media que salió a hacerles sentir su odio en la cara. Los pobres finalmente se hicieron merecedores de la ayuda social que el estado le prodigaba y por una vez en la vida no eran los culpables de la crisis.
Esta temporada de romance de la social duró poco, y estuvo representada por una frase efímera: “piquete y cacerola, la lucha es una sola”. Se supo pronto que en realidad eran dos luchas bien distintas que coincidieron en el tiempo. Mientras una reclamaba por los efectos sociales de los años 90, la otra se irritaba porque no se habían interrumpido un “modus financiandi” de aquellos dorados de ahorros. Los bonos provinciales eran el detalle decimonónico para recordarnos que sobre el fondo de las crisis las sociedades proyectan la película de su historia para hacer presente aquello que parecía perdido en el tiempo.
Los asesinatos de Maxi y Darío recordaron que había formas de resolver los problemas que aún estaban vigentes y Duhalde sólo pudo limitarse a elegir el rival de Menem.
A Menem se le facturó el 2001 y todos creímos que esa lección era definitiva. Entonces, si el mercado fracasó, será el Estado quien deba arreglar este desastre. Y resultó que durante unos años, el Estado no era tan malo; es más: durante el gobierno de Néstor Kirchner mucha gente llegó a pensar que incluso la política no era mala y que podía pensarse como una salida individual y colectiva. La pareja presidencial nunca abjuró de su pasado militante -aunque sí de otros pasados- y eso marcó a muchos jóvenes.
De algún modo el clima era de reparación. Tanto así que el gobierno consideró atinado lanzar un “para todos y todas” y no sonaba tan mal. Porque ese “todos” incluía a los más pobres, los demás componentes del todos, siempre estuvieron dentro; y aunque el PTyT marcó la época, no fue tomado por la mayoría. De hecho, cuando se lanzó Fútbol para todos (2009), fue denostado por muchas personas que consideraban que debía ser sólo para quienes pudieran pagarlo. Y el módulo “para todos” llegó a ser sinónimo de kirchnerismo. La imposibilidad de cualquier “todos” que fuera positivo había muerto en 2008, cuando la sociedad pasó a seccionarse en dos partes irreconciliabilisimas. No somos más todos. Fuimos ellos y nosotros.
Con el asunto de la 125 se inicia un clima social marcado por la confrontación. A favor y en contra del gobierno. Fuera quien fuera el que estuviera en contra, servía para polarizar contra CFK. Con la misma vehemencia se defendía a los Qom que al campo, o a quien fuera. De alguna manera, todos lo tomamos así. Y nos alineamos en contra y a favor. Un nivel de confrontación inédito porque englobaba a todos. Durante el alfonsinato y el menemismo había gente que podía prescindir de alinearse. No fue así en el 2008 y desde ese año en adelante, menos.
La respuesta sloganera del gobierno de Cristina a esa fisura fue “La patria es el otro”. Tampoco logró mayor repercusión, salvo entre quienes adherían a su proyecto. Desde la 125 y en adelante y con los medios haciendo periodismo de guerra, se construyó una rivalidad aguda, en la que no quedó nada que podamos hacer con “el otro”. El otro de Cristina se sacaba fotos haciendo “fuck you” y las enviaba al programa de Lanata, desde donde se difundía que su hijo era adicto a la PS4.
Aquí surge con enorme presencia la gran particularidad de estos años: todo esto fluye no solo “en la calle”, sino en esa otro resonador de opiniones que son las redes sociales, la internet. En la medida en que todos pasamos muchas horas frente a los dispositivos electrónicos, estamos siendo interpelados permanentemente por usinas generadoras de discursos. Durante la jornada laboral, el viaje en colectivo o antes de dormir, recibimos cientos de mensajes y esa misma repetición da idea de masividad, aunque sepamos que la capacidad de multiplicación de una idea por las redes no necesariamente representa soportes individuales convencidos. Para muchos compatriotas, la red es un legitimador; cuando comparten un post -de donde sea que lo tomen- creen que comparten una idea y a su vez el documento que ratifica su autenticidad (algo que en la etapa del corrillo oral era imposible, no podías llevar el archivo a cuestas)
De ahí a las elecciones de 2015, “se robaron todo” comenzó a circular fuerte en la calle. Pero “todo” es un concepto ambiguo, a alguien se le ocurrió decir “se robaron un PBI”. Y acá ya aparece un límite, un cierre. De todos modos poca gente sabe cuánto es un PBI, pero el estribillo ya estaba instalado.
El triunfo del macrismo no ha hecho más que reforzar la “grieta” nacida hace unos años, se apoyó muy poco en minislogans que refieren a la “alegría” y la “esperanza”, pero que no generaron rebote. El éxito relativo de “se robaron todo” se articuló con el correspondiente “hay que darle tiempo” tan escuchado en la cola del super y en el colectivo.
El “juntos” reemplazó al “todos” y pues claro, no es lo mismo. Se ha construido un enemigo preciso e impreciso a la vez: “no es el pobre, es el que no trabaja (y al que debemos mantener-con-nuestros-impuestos)” “no es el pobre, es el que no puede pagar porque no se esforzó”, “no es el pobre, es el que corta una ruta porque lo despojaron de su trabajo o tierra”, “no es el pobre”, aunque tenga todos sus atributos y cargue con sus estigmas
De los que yo recuerde, quizás este clima de época agrietado sea el primero en el que se observa una participación hiperactiva de los medios, incluso más que durante el período menemista. ¿Será infalible? o la sociedad logrará transformarlo a partir de la vida cotidiana, demostrando su ineficacia/insuficiencia como relato social. Hoy hay un clima “anti pobre” y “anti lo público” (este último aspecto recuerda mucho a los tempranos 90s) que se constituyó desde los medios y las redes, pero habrá que ver como funciona la economía. Si la crisis de este modelo termina catapultando a muchos ciudadanos del otro lado de la grieta, algunos volverán a mirar al Estado para que desarrolle acciones que equilibren la balanza.
Addenda 1: militancia
Quizás, para lograr cambios en la sociedad, a partir del voto u otras formas de participación haya que esperar -y trabajar para- que los slogans que sostienen la época se deshilachen en la opinión pública y comience a ser confrontado con sus carencias o su promesas no concretadas.
Mientras tanto, estar atentos a esos cambios es un foco del máximo interés para quienes hacemos ciencias sociales con vocación de transformación y de elemental obligación para quienes deseen generar transformaciones sociales desde los espacios de militancia.
No hay forma de entrar en diálogo fructífero sin registrar esos cambios. Confiemos en que nuestro sentido común construido cotidianamente va a ser un fiel reflejo de nuestras herramientas metodológicas y nuestras estructuras de pensamiento. Interpelar sin consignas y escuchar; chusmear y sentir el bisbiseo, analizar gestos y sobre todo, contextos. Como dicen por ahí: ¡Sí se puede!
Addenda 2: arriesgando
A partir de los sucesos del submarino ARA San Juan y los actuales días de la reforma previsional, laboral e impositiva, creo que hay un pequeño quiebre en el clima que el macrismo había logrado construir. Un votante se queja de los aumentos de precio, otro se queja de la rebaja en el índice de actualización de las jubilaciones, otro de que el aguinaldo pagará ganancias. Con el precedente que logró modificar el fallo del 2×1 a los genocidas, la enorme movilización de diciembre, agrega un personaje a la escena: gente -mucha gente- que protesta por razones consideradas “justas” por algunos votantes del macrismo -y su bastión generacional, los jubilados. Como nos pasa cuando cruzamos el río, a medida que nos alejamos del 15/12/2015, muchos miran más para adelante que para atrás. Y más de uno se siente en el medio del río.