Hoy en La Nación tenemos una nota de Beatriz Sarlo, y me parece que vale la pena hacer una lectura crítica, porque tiene densidad. Junta la sociología y la literatura, sus dos bastiones, nomás desde el título: La novela de la ideología. En pocas palabras, a ver qué sale, siempre vale la pena husmear en los argumentos que usan los guardianes del talón de Aquiles de la derecha, eso es, qué cuentan los más presentables de lo impresentable. Acá va una síntesis apretadísima… un posible análisis del hilvanado del texto… con mucho, mucho que queda fuera.
“El gobierno de los Kirchner ha tenido la virtud de introducir temas en el debate público”. Abre planteando una supuesta novedad. Pero lo que hasta aquí es virtud en instantes denota algo anómalo, porque “convierten todo en palpitante carne fresca”, esto es, lo dotan de lo que podríamos llamar, digamos, una épica. Y por si alguien venía distraído, abre juicio sobre el tema, planteando primero el interrogante de rigor “Es dudoso que todo esto mejore la calidad de la discusión pública”. La aparente indecisión dura poco, ya que escasas líneas después dice que “estos debates mal llevados indican pobreza (de la discusión) y desconcierto”. En un par de párrafos, lo que era una virtud, bueno, desbarrancó…
Luego, viene el interregno teórico, porque claro, esto no es simple opinión. La operación es denominada “uso instrumental de la ideología”, concepto que por suerte Sarlo define. Es utilizar, o mejor dicho, sería manipular “motivaciones elevadas”, valores de la sociedad, para cuestiones bien prácticas, como ser “el control de los recursos indispensables para mantener el poder”. El texto cierra con críticas también para la oposición, lo cual lo hace un poco más político-intelectualmente correcto, pero bueno, la macana ya está hecha.
A ver si coincidimos:
– La virtud de introducir temas en el debate público, más que virtud, es un logro, una victoria en la telaraña comunicacional: le dicen hacer agenda.
– Lo que se presenta como concepto, “el uso instrumental de la ideología”, no parece acarrear muchas novedades. Se parece bastante a la retórica, en todo caso, una retórica muy manipulada. En la era del marketing político, es una característica del sistema, del cual el gobierno argentino solamente forma parte. Es casi-casi te digo que inexorable para cualquier fuerza política contemporánea. Y mal de muchos no es consuelo de tontos, pero es así.
– Pero bueno, OK, supongamos lo que no es, démosle una mano al texto, digamos que la señora escucha el discurso presidencial y “se indigna por izquierda”, y está preocupada por el bastardeo de utopía setentista. Pero entonces, señora, qué le parece si pensamos que:
a) La agenda se viene politizando progresivamente.
b) Pedir calidad a la agenda sería desconocer que se trata de un proceso. No se pasó de la agenda de los 60 a la de los 90 sino en 30 años, y el viceversa tal vez lleve el mismo tiempo.
c) El análisis social si quiere transcender y permear el sentido común debe superar el umbral de la intencionalidad plana de los protagonistas, para adentrarse sobre todo en las consecuencias no necesariamente buscadas. Entonces, si en la agenda pública la política gana terreno a su verdadero rival, la “no-política”, si la cosa es política versus gestión (esa que no tiene ideología porque en verdad “es lo natural”, lo lógico) yo me quedo contento, porque vamos para adelante.
Y dentro del “para adelante” de esta agenda, está la Ley de Medios, que tal vez brinde la posibilidad de que las Beatriz Sarlo de mañana perciban que no vale la pena llegar así al final del camino, porque… debe ser tan lindo llegar al fin del camino corriendo al gobierno por izquierda… y no tener que andar escribiendo cosas tan feas…
Pero no se queden con estas torpes palabras, lean el original en: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1223447 y después me cuentan.
tema ya tratado en artepolitica,con el titulo»la novela de la ideologia»;solo que esta prpuesta defiende directamente al gobierno.
Es verdad que hay otra entrada similar, una pena. Sucede que la presente fue redactada el mismo día que la publicación de la nota que le da origen en el matutino (entiendo que la otra entrada también) pero al estar sujeta a revisión del moderador, por ahí pasan unos días hasta que se publica. Pero bueno, cosas que pasan, no fue adrede, gracias por comprender.
cuenta la leyenda,q durante la epoca sovietica estaba prohibidisimo q los subditos sovieticos miraran peliculas holliwoodenses (y si,»propaganda capitalista»,se entiende).
pero habia un pequeño problemita, a stalin le encantaban las peliculas de cowboys yankis,era un fan irredento de esa clase de peliculas contaban en su circulo intimo.
tal es asi,q en el kremlin y en su dacha en las afuera de moscu,habia un cine privado de exclusivo uso del jerarca,en q la KGB le hacia llegar las ultimas portentosas producciones holliwoodenses sobre vaqueros.
tb se sabe,q la nomenklatura sovietica (la oligarquia comunista digamos),pese a su compromiso con el proletariado,tenia en lineas generales un nivel de vida muy parcido al de su contrapartida oligarca capitalista.
y es asi como en una epoca en q tan facilmente se caratula a alguien de «derechoso reaccionario»,»cipayo destituyente» y demas yerbas.
tiendo a pensar,josef visarionovich,NO ESTA SOLO.
entre discursos «muy progresistas» y cuentas bancarias q crecen a ritmo «capitalista».
josef…you will never walk alone.
Gracias Gabriel por tus valiosos comentarios. Por lo que entiendo en tu texto, y el anterior de Isabel, la entrada se lee muy oficialista, pero en verdad no fue mi intención. Cuando puse «el análisis social si quiere transcender y permear el sentido común debe superar el umbral de la intencionalidad plana de los protagonistas, para adentrarse sobre todo en las consecuencias no necesariamente buscadas» más bien quiero decir que que debemos buscar, o por lo menos intentar buscar, más allá de la biografía de los que ejercen el poder, y por elevación, intenté no hacer juicio de valor sobre el gobierno. Sí hay juicio de valor sobre Sarlo, eso sí, porque lo que intenté hacer es en parte una crítica a cierta intelectualidad, digamos, bastante poco independiente, o bastante dependiente de ciertos grupos de poder, depende de qué lado se mire. Y ojo, que ser independiente no implica ser oficialista…
bie,Pou.