El pueblo ya se pronunció en relación a sus preferencias electorales en las internas de cada espacio político, ahora llegó el turno de los aspirantes a gobernar a partir de diciembre para atraer votantes en las elecciones generales de octubre. Inspirado en el contraste entre la nota de Carlos Pagni en el diario La Nación, titulada Los misterios que deben desentrañar Scioli y Macri y en la réplica de Abelardo Vitale, en su blog Mendieta el Renegau, titulada ¿En qué estanque tiene que pescar Scioli?, en las que se analiza qué deberían hacer ambos aspirantes a la presidencia con más posibilidades de triunfo para ganar en octubre, este humilde Basurero Nacional se atreve a aportar una breve reflexión al respecto. Pero primero repasemos extractos de ambas notas.
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Dice Pagni:
Macri está obligado a alcanzar dos objetivos: retener los votos de Sanz y de Carrió, e inducir a una polarización en la competencia contra Scioli.
Para el primer propósito necesita reinventarse. Macri ha sido hasta ahora el líder típico de un partido personal. El principal aglutinante de Pro es la adhesión a su figura. En las próximas semanas deberá despersonalizarse y tender hacia los otros un puente conceptual. Es lo contrario de la receta antipolítica que le ha inculcado Jaime Durán Barba. Debe elaborar una narrativa que trascienda su proyecto biográfico. Si no, no conservará a todos los simpatizantes de Cambiemos.
Es curioso, por ejemplo, que los candidatos de Cambiemos, sumados, no superaron en la Capital Federal los sufragios que habían cosechado Horacio Rodríguez Larreta y Gabriela Michetti, juntos, en abril. Quiere decir que Macri no logró, en el distrito que administra, fidelizar a los votantes municipales de su partido.
El otro reto que tiene Macri es la polarización. Para conseguirla debe remover una dificultad: la oposición sigue abocada a retratar a Cristina Kirchner, pero no consiguió caracterizar a Scioli como su continuidad.
La sociedad está fracturada a favor o en contra de la Presidenta, no de Scioli.
Balance provisional: Macri debe conseguir con instrumentos conceptuales o simbólicos lo que se negó a construir con la ingeniería electoral.
¿Fue una decisión correcta no acordar con Massa por lo menos en la provincia de Buenos Aires? Estas preguntas son, en esta instancia, retóricas. Pero desnudan el error estratégico que había detrás de la negativa a ligarse a otros. La hipótesis según la cual se levantaría una ola a favor del cambio que encontraría a su mesías en un Macri inmaculado de toda asociación política no se verificó. El candidato de Pro obtuvo, por sí mismo, 24% de los votos.
La pretensión de dividir al electorado en dos colores, naranja o amarillo, tendrá una dificultad: Scioli se alejará de Cristina Kirchner.
Scioli obtuvo buenos resultados en distritos donde el kirchnerismo ultra no despierta mucha simpatía. Ganó Santa Fe, por ejemplo, asociado al moderado Omar Perotti.
En la Capital Federal, mejoró la performance del kirchnerismo durante las internas en 71.000 votos.
En cambio, Scioli hizo una elección mediocre en su propio territorio, Buenos Aires, la base principal del kirchnerismo.
Este éxito obliga a poner el foco en el papel de Massa y De la Sota.
En la tarea de captar a quienes no los han votado, Scioli y Macri están sometidos al arbitraje de los votantes de esos dos peronistas disidentes. Casi el 21% de la elección. ¿Cómo se define ese electorado? ¿Por su antikirchnerismo, que lo inclina hacia Macri? ¿O por su peronismo, que lo asimila a Scioli?
Un corolario provisorio de las primarias indica, entonces, que Macri está obligado a romper el cascarón de su partido. Y Scioli deberá alejarse de la Presidenta, dando a entender que él también implica un fin de ciclo.
Más allá de no compartir algunas afirmaciones de este editorialista de la derecha conservadora, es paradógico que aconseje a Macri reinventarse, «despersonalizarse y tender hacia los otros un puente conceptual» y «elaborar una narrativa que trascienda su proyecto biográfico»; ¿no es eso acaso construir un «relato» macrista similar al kirchnerista; relato tan vilipendiado por la oposición como sinónimo de mentira? ¿No será eso lo que está intentando el «nuevo PRO» desde su magro triunfo en la ciudad de Buenos Aires? Veremos.
Y dice Mendieta:
Pasadas 48 horas de las elecciones, se van configurando dos hipótesis acerca de qué tipo de discurso debiera realizar Daniel Scioli para crecer en cantidad de votos en la próxima elección de octubre.
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Hipótesis 1: «Llegó la hora de deskirchnerizarse«.
Digamos que, brutalmente, el pensamiento detrás de esta hipótesis es el siguiente: el 38% de Scioli en las PASO es el «techo» que tiene hoy el kirchnerismo en la sociedad, y si querés crecer tenés que ampliar tu oferta hacia otros sectores sociales que se han mostrado refractarios al gobierno nacional.
Debilidad de esta hipótesis: el pensar que todo el que no votó a Scioli es «opositor» al gobierno y que para interpelarlo hay que girar el discurso hacia posiciones antikirchneristas.
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Hipótesis 2: «Scioli tiene que reforzar su kirchnerismo«.
Y esta hipótesis sostiene que el candidato del FpV no logró captar la totalidad del voto simpatizante del gobierno (dicen que hay estudios que hablan que hay un 2% de votantes kás que no votaron a DOS). También la sustentan con datos sobre imagen positiva del gobierno y de la Presidenta (según Poliarquía actualmente el 51% aprueba la gestión gubernamental y un 45% tiene buena imagen de CFK).
Debilidades de esta hipótesis: la más obvia es confundir «imagen positiva» con «intención de voto».
Porque «imagen» es como darle un «like» a un político, algo hasta superficial. Pero votar a alguien es entregarle un cheque en blanco por cuatro años.
¿Y entonces? Porque las hipótesis son, estrictamente, contrapuestas ¿Qué tiene que hacer Scioli si quiere más votos?
Fácil: no darle bola a ninguna de las dos y, al mismo tiempo, hacer las dos. Porque la trampa, en los dos casos, es tener como premisa que los votantes, o el pueblo, o la gente (…) tienen pre-configurado de fábrica su «escucha». Y no. Eso les pasa a los hiperpolitizados.
Una minoría intensa, pero minoría al fin. Y las elecciones se ganan construyendo mayorías. Y para construir mayorías (…) hay que salir a hablarles a todos.
Visto este contrapunto, comencemos con nuestra modesta reflexión.
Aún partiendo de polos ideológicos contrapuestos, ambas propuestas tienen algo de razón según nuestro humilde y leal saber y entender. Coincidimos más, por cierto, con la visión de Mendieta, por lo tanto profundizaremos un poco más su sugerencia. Pero antes, démosle un marco socio-histórico al tema, lo que nos facilitará explicar mejor lo que queremos decir.
¿Alguien se imagina a Perón escuchando los consejos de un consultor, periodista, editorialista o de Durán Barba? ¿Qué diría Yrigoyen si su asesor de imagen le dice que no tiene que proponer nada, no decir lo que va a hacer y hablar de su familia ante los electores? ¿Qué le respondería Néstor Kirchner a un asesor de imagen que le recomendase no usar mocasines o su traje abierto, o visitar a un profesional para mejorar su dicción para enfrentar las cámaras de TV? Y no nos remontemos al siglo XIX de Alem, Rosas o Dorrego…
Por supuesto, debemos considerar las enormes diferencias entre la política o los políticos de esos siglos y el actual, pero deberíamos centrarnos en qué hizo que esos enormes políticos fuesen seguidos por multitudes y que, además, nunca hayan sido sacados del gobierno mediante elecciones libres sino tan sólo mediante la violencia del autoritarismo antidemocrático de cada época.
Sólo aportaré un par de datos para contribuir a contestar esos interrogantes:
Hipólito Yrigoyen partió desde el llano, dentro del partido político fundado por su tío, Alem, para construir su carrera política, nunca habló en público (y menos concedió reportajes) pero iba de pueblo en pueblo hablando cara a cara con sus posibles seguidores o votantes, algunos de los cuales se convertían prácticamente en sus apóstoles, sembrando su dogma político por toda la Argentina; el que luego cosecharía en forma de un aluvión de votos en cada elección. Su prédica contra el «régimen» conservador lo llevó al gobierno, gracias a que el mismo régimen le concediera la ley del voto secreto y obligatorio debido al temor a su poder de movilización y sublevación popular, y porque subestimaba su poderío electoral.
Finalmente, su método para predicar su modelo de gobierno resultó exitoso y convirtió a su partido en el primer movimiento político histórico que reinventó la política de su época, y que llegó hasta nuestros días, más allá de la sangría que sufrió en el siglo pasado. Hasta que Ernesto Sanz «logró» diluirlo en el frente Cambiemos…
Juan Domingo Perón partió desde el gobierno (de facto) al que pertenecía para construir su carrera política, desde un puesto menor y considerado sin importancia por la clase política del momento (la ninguneada, por entonces, Secretaría de Trabajo) y fue escalando hasta llegar a ser también vicepresidente. Pero cuando su estrella opacó a las principales figuras del momento y amenazaba con quedarse con los frutos de ese movimiento militar fue echado a patadas del gobierno. Ya todos sabemos lo que pasó aquel 17 de octubre cuando el subsuelo sublevado lo llevó al cenit del poder. Pero Perón sí dio discursos y reportajes, muchos de ellos memorables, y construyó su propia teoría y práctica política abiertamente e incluso las difundió en escritos y video-clips prehistóricos, vistos desde este siglo. Y su movimiento político histórico impregnó las décadas siguientes. Sin embargo, no abundaré más en estas historias ya conocidas por todos… o por algunos.
Néstor Kirchner comenzó su carrera siendo militante en una pequeña provincia de la Patagonia, hasta llegar a ser intendente de Río Gallegos cuando sobraban los problemas y faltaba el dinero en las arcas oficiales. A fuerza de caminar la provincia y hablar con todos logró llegar a la gobernación de su provincia en pleno régimen de convertibilidad, el funesto 1 a 1, para luego, en medio de la mayor crisis económica y política del país y llegar a la presidencia (pactar con el capo político del momento, Duhalde) venciendo en la práctica a quien sacó más votos que él, el expresidente Menem. Lo que sigue ya lo conocemos bien, y el movimiento político historico que él fundó junto a su esposa gobernó durante un tiempo similar al que lo hicieron Perón e Yrigoyen. Sólo agregaré que fue derrotado en las urnas sólo dos veces, en sus primeros comicios para presidente (por Carlos Menem) y en los últimos de su vida, para diputado nacional (por Francisco de Narváez). Y que la historia recordará en forma muy diferente a él y a sus vencedores…
A su vez, Cristina Fernández acompañó, co-fundó y co-dirigió el kirchnerismo desde el principio, poniéndole su impronta luego a sus dos gobiernos propios, profundizando el proyecto de país que comenzó en 2003.
Como vimos, los métodos y comienzos de estos líderes son bien diferentes, sin embargo, todos comparten algo que hizo poderosos a sus movimientos: la gestión, los logros y el reconocimiento del pueblo que disfrutó los resultados de sus acciones de gobierno.
Entonces, volvamos a la pregunta inicial: ¿qué debe hacer Scioli o Macri para triunfar en octubre? Por razones obvias, sólo me referiré al candidato del oficialismo y no al representante del neomenemismo.
Para empezar, Scioli no debería hacerle caso a ningún «Durán Barba». Este humilde servidor público diría que debe «hacer política». Sí, hacer política como lo hicieron Hipólito Yrigoyen, Juan Domingo Perón, Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Es decir, caminar, escuchar, hablarle y brindarle soluciones efectivas a todos, no a la «gente» sino a la mayor cantidad posible de miembros del pueblo. Desde el llano o desde el gobierno, personalmente o desde los medios de difusión.
Como hemos visto, no es un método nuevo en nuestro país (ni en la región), y ya ha sido utilizado exitosamente en la práctica.
Más allá de la descalificación, subestimación o estigmatización que suele hacerse del término «populismo», eso es lo que hicieron los líderes mencionados. Pero, aclaremos desde ya que ese populismo que recomendamos no es al que hace referencia el término despectivo utilizado por la derecha y la izquierda minoritarias para denostar a los movimientos populares mayoritarios y para justificar su propia ineficacia para cosechar votos, lo que podríamos caracterizar como un «procedimiento político (demagogia o «estilo plebeyo»)» y que tendría «ciertos rasgos característicos, como la simplificación dicotómica, el antielitismo (propuestas de igualdad social o que pretendan favorecer a los más débiles), el predominio de los planteamientos emocionales sobre los racionales, la movilización social, el liderazgo carismático, la imprevisibilidad económica, el oportunismo, etc.«.
Por populismo nos referimos, en cambio, a «la corriente ideológica que sostiene la reivindicación del rol del Estado como defensor de los intereses de la generalidad de una población a través del estatismo, el intervencionismo y la seguridad social con el fin de lograr la justicia social y el Estado de bienestar«. Hablamos de los movimientos que «se han basado en las ideas políticas de la cultura autóctona sin necesariamente reivindicar el nacionalismo, y oponiéndose siempre al imperialismo». Y, más aún, a lo que definió en forma ejemplar Ernesto Laclau como «la mejor forma de organización política pues da mayor lugar y representatividad a clases que hasta el momento estaban relegadas«. Y recordamos que Laclau afirma que «el populismo es, de las formas republicanas, la mejor posible debido a que permite la participación de mayores grupos sociales en la pugna de poder y recursos. El populismo no deja de ser una mera expresión de la política que enriquece la vida democrática«.
Ese populismo es al que debería apelar Scioli para concretar un triunfo del Frente para la Victoria en octubre, similar al asociado no sólo a Yrigoyen, Perón y los Kirchner, sino que también se lo relaciona con jefes de estado de más allá de nuestras fronteras:
Roosevelt en campaña |
El New Deal del presidente Franklin Delano Roosevelt y la Nueva Frontera del presidente John F. Kennedy han sido considerados iniciativas del «populismo progresista». En cambio, la BBC ha calificado el gobierno del presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, como «populismo conservador».
En 2007, Paul Krugman ―ganador del Premio Nobel de Economía en 2008― sostuvo que Estados Unidos precisaba un «contragolpe populista» (populist backlash) para revertir el aumento de la desigualdad social.
En el Cristianismo han sido calificadas como populistas la teología de la liberación en general y la teología del pueblo, una corriente teológica surgida en Argentina perteneciente a la teología de la liberación, de considerable influencia en el pensamiento del papa Francisco. El propio papa Francisco ha sido calificado como populista.
Para más datos sobre las definiciones sobre populismo utilizadas, ver aquí.
Para concluir, digamos que la utilización del método populista al que hacemos referencia no es nada nuevo en nuestra región en general y nuestro país en particular, como hemos señalado; y que se basa en satisfacer una cadena de demandas populares heterogéneas que no pueden ser integradas orgánicamente, pertenecientes a grupos diferenciados de miembros del pueblo que carecen de una conexión y de un referente político en común, como señala Laclau. Scioli debe aspirar a ser ese referente compartido. En definitiva, debe intentar convertirse en el nuevo aglutinador de esos grupos diferentes de demandantes de una contención política, como han sido en su propia época Yrigoyen, Perón, Néstor Kirchner y Cristina Fernández.
Daniel Scioli, como miembro del Frente para la Victoria desde su nacimiento, no necesita conseguir «instrumentos conceptuales o simbólicos» ni «elaborar una narrativa que trascienda su proyecto» (lo que le prescribe Pagni a Macri). El propio movimiento kirchnerista tiene sus propios instrumentos y narrativa para aportar. Además, el 38% de votos de agosto no es el techo del kirchnerismo, ya que quienes no votaron al vicepresidente de Néstor Kirchner no son por default opositores al kirchnerismo, porque algunos no sienten rechazo hacia él o incluso ya lo votaron más de una vez para que gobierne sus destinos. Y más aún, como reconoce el propio Pagni, la referencia política alrededor de la cual gira la sociedad sigue siendo Cristina Fernández, y no Massa ni Macri ni inclusive Scioli.
Del propio gobernador de Buenos Aires depende, entonces, utilizar todos los medios que tiene a su alcance, provenientes de su propia experiencia política de proselitismo y gestión, más los poderosos recursos políticos y simbólicos equivalentes del Frente para la Victoria a nivel nacional para pescar en mar abierto y no sólo dentro de los límites de las costas kirchnerista, opositora o independiente.
Podemos sintetizar, para concluir, que Scioli debe convertirse en lo más parecido posible a la «Cristina Kirchner» que venció en 2007 (o, de máxima, a la de 2011 o la actual).
Nadie pone en duda hoy que si la candidata fuese Cristina misma, el debate se centraría en definir por cuántos puntos ganaría en primera vuelta. Como tampoco se duda al afirmar quién será el conductor del mayor movimiento político histórico de este siglo a partir de diciembre, pero esa es otra historia o, a lo sumo, otro capítulo de la misma…