La primera vez que lo vi ocupar los tres palos fue en el repechaje de la Copa Libertadores de América del año 2006. Fue 6-0 a Oriente Petrolero en el Monumental. En el campeonato local debutó a los pocos días, jugamos contra Tiro Federal en Rosario, y ganamos con un 5-0. Mejor imposible.
Con el correr de los partidos me fui enamorando de este arquero que se mostraba como el dueño del arco. Personalidad, destreza, reflejos, gran pegada, seguridad y un apellido épico.
Por River pasaron muchos arqueros desde que tengo la capacidad de disfrutarlos, yo recuerdo a Angel David Comizzo, a Oscar Passet, Miguel, Sodero, el gran Germán Burgos, Irigoytía, la fallida gran promesa , Roberto Bonano, Costanzo, Buljubasich, Lux, Ojeda, Daniel Vega y Nicolás Navarro, entre otros, algunos mejores otros no tanto, sin embargo ninguno mostró las condiciones de Carrizo, porque Carrizo, creo, es un arquero distinto, revolucionario, pero no uno de esos que quiere imponernos un mundo nuevo a la fuerza, porque sabe que lo suyo es una ola, o dos como mucho, no. Carrizo además de ser un jugador excepcional, es un estratega de estilo con una táctica innegociable (como su abuelo o el loco Gatti).
Carrizo fue mostrando lo que debe ser un arquero completo, distinto, y lo fue mostrando de a poco, como debe ser, nunca se mantuvo en el sereno camino de la tranquilidad y el reconocimiento. Siempre dio un paso más. Rápidamente se cansó de jugar solo con las manos. Comenzó parando la pelota con el pecho, costó asimilar en este fútbol mediocre, donde la sola insinuación de querer hacer algo distinto es percibido como una deshonra y castigado con una plancha a la cabeza, que ese gesto no era una cargada al tiro del rival, sino un recurso táctico y estético. Con el correr de los partidos comenzó a tirar esa gambeta corta que lo distingue entre tantos. La cosa funciona más o menos así: Pase atrás de algún defensor, el delantero contrario corre para bloquear el despeje del arquero, Carrizo amaga pegarle con la derecha pero la mete para adentro, por atrás de la otra pata y logra que el delantero pase de largo, ya con el campo despejado, la toca al pie, segura, al defensor que sale jugando. Esa jugada que me vuelve loco, y me genera el terror adrenalínico propio de una montaña rusa a la que te subís mil veces para disfrutar en tu propio sufrimiento, la hizo muchas veces, con distintas variantes, por derecha o izquierda, nunca terminaron en gol del contrario, nunca.
Carrizo habla con cada una de sus intervenciones, Carrizo es una declaración de principios que, además, ataja.
Con el tiempo comencé a notar que su seguridad en el arco comenzaba a molestarle, sus descollantes actuaciones eran minimizadas por sus propias declaraciones “me fue al cuerpo” “sólo tuve que poner las manos” como entre aburrido y decepcionado ante la pregunta o el elogio evidente, con el correr del campeonato comencé a sentir que sobraba los partidos, el fenómeno que encendió todas mis alarmas fue el hecho de darme cuenta que Carrizo no se tira si sabe que no llega, por más que la jugada termine en gol, fíjense, es así. Ese descubrimiento me heló la sangre. Imaginen, ya no sólo ataja bien, sino que en una milésima de segundo debe determinar si la pelota entra o se va, y además si él llega o no y si vale la pena el trastorno de la tirada solo para hacer lo que cualquier arquero hace, resguardarse, demostrar que hizo todo lo posible, Carrizo es distinto, El no necesita demostrarle a alguien que hizo todo lo posible, el sabe que lo hizo y punto.
Pero apareció un temita: Carrizo se equivoca. Y aquí está el gran problema, porque a diferencia de cualquier arquero, el error, la sola posibilidad de errar, en Carrizo supone una falla integral en el sistema, el error de cálculo rompe con una lógica de juego que funciona sobre una plataforma de infalibilidad absoluta, si el evaluara la posibilidad de enredarse con la pelota, difícilmente se anime a la gambeta mortal.
Es por este detalle diferenciador que creo que es un momento crítico en el esquema de juego del mejor arquero argentino de los últimos veintilargos, en el peor momento del club que tanto lo disfrutó, a cuatro fechas del final de un campeonato bisagra en la historia de River, con el descenso oliendo la sangre del herido. Es ahora o nunca, la historia de River está atada indefectiblemente a la de Carrizo, por eso lo banco hasta el final, Carrizo necesita repensar el software que lo hizo grande, y como a él le gustan los desafíos, eligió el peor momento posible. En sus manos estamos todos los hinchas de River, pero con la tranquilidad que son, sin lugar a dudas, las mejores manos del mundo. Y será amado y odiado mil veces y mil más, y el volverá a sacar pecho, como siempre, como nunca.
Que doliniano esto! pero no te hagas problema, lo peor que puede pasar es que siga sacando pecho en el Nacional B.
Hace unos días me preguntaba uno de mis hijos qué es un dilema. Le di un ejemplo teórico, pero acá hay uno práctico: si lo dejan y se manda otra macana se van a la B; no hay nada que garantice que no se la va a mandar. Pero si lo sacan y no encuentran otro que ataje bien, se van a la B también. Cualquiera de las dos soluciones es peligrosa, y ninguna es mejor que la otra. Por una vez, el fútbol se parece un poco a la vida real, en que uno tiene que elegir entre malas opciones que no dan ninguna seguridad de que no sean peores que lo que parecen. Suerte.
M
Jamás nos iremos a la B! Y si lo hacemos renaceremos de nuestras cenizas como el gato Felix (el mufa dixit).
¡Viva la gloriosa Banda!
¿El mejor arquero argentino de los últimos veintilargos años?. Dejate de joder, no podés decir semejante estupidez.
Ojalá los canallas entren cuartos en la B, así Central entra en la promoción y la juega con River. Más o menos como Barcelona vs el United, un choque de galácticos.