Hoy, el curso oficial de la vida del país se detendrá para celebrar los 196 años de, dícese, independencia, dícese, nacional. En conmemoración de los sucesos de Tucumán de 1816.
Acá, discrepamos, respetuosamente, con esa lectura histórica.
Celebramos, en cambio, el pasado 29 de junio, a propósito de los 197 años que se cumplieron del Congreso de Arroyo de China (actual Concepción del Uruguay) de 1815, cuando Artigas convocó a los llamados Pueblos Libres del litoral: la Banda Oriental (hoy Uruguay), Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba, Corrientes y Misiones; a los fines de declarar, por fin, la independencia de las entonces denominadas Provincias Unidas del Río de La Plata de la tutela, ya no sólo de España, sino de cualquier otra dominación extranjera. Congreso que rechazó, pese a haber sido invitado, el centralismo porteño.
La historia oficial, de corte liberal-conservador, contada por Mitre y sus sucesivos discípulos, siempre tuvo problemas para resolver la explicación de por qué si atribuyeron propósitos independentistas a la Revolución de Mayo de 1810, fue necesario esperar seis años más para declarar la independencia. Inventaron aquello de la «máscara», el supuesto engaño a Fernando VII: digamos, no se podía ser revolucionario tan rápido. Falso, de falsedad absoluta.
En 1810 hubo una revolución democrática como las que había en todas las provincias propiamente españolas, no contra la pertenencia a España en sí, sino contra la forma de gobierno. Fernando VII, se creía por entonces, iba a favorecer el tránsito del absolutismo monárquico a la monarquía republicana, como ocurría entonces en toda Europa.
Las que eran colonias pasarían a ser también provincias, en un esquema que, manteniendo la figura del rey, abriera paso a la posibilidad de que las entidades que formasen parte de los distintos Estados pudieran gobernarse con autonomía. Entre 1810 y 1816, Fernando VII venció a Napoleón, pero traicionó los ideales republicanos, restaurando los absolutismos y encarando la reconquista de los territorios revolucionados en América. Simple y sencillo: para salvar los ideales democráticos, no quedaba otra que independizarse, aún cuando no había sido ese el objetivo primigenio de las revoluciones, tampoco de la de Mayo de 1810.
Artigas, que era más lúcido, la vio antes. Pero en la misma senda que él, los mejores cuadros del Congreso de Tucumán declararon, como Artigas, la independencia, no de Argentina: de toda Sudamérica.
Lo que siguió fueron 197 años de mayoría de equívocos entre los que rankeó altísimo el falseamiento de todo lo antedicho para que abundara el fracaso nacional.
Una vez más gracias!!!! por tu claridad meridiana y «bajarla» a pobres mortales como un servidor.
Si la ve muy difícil, siempre puede quedarse con la historia de Mitre.
Al contrario mi amigo, esta es más bien facíl, ese es el problema.Bien posmoderna
Una vez harías bien en no chicanear. Esto no es más fácil, tiene lógica simplemente, y además no es mío. Lo otro no era dificil ni fácil, no tenía sentido simplemente, porque si en 1810 la idea era independizarse, ¿por qué 1816? ¿Por qué está en silencio el Congreso de Concepción del Uruguay que fue un año antes y por lejos más representativo –en términos de cantidad de habitantes–? ¿Por qué la bandera es celeste y blanca?: por los borbones, clara muestra de que acá no había voluntad de separarse, sino de ganar la autonomía propia de un federalismo.
Pablo D:
Tu lectura del 25 de Mayo de 1810, fue elaborada por vez primera por Juan Manuel de Rosas, en el discurso pronunciado el 25 de Mayo de 1836, donde expresare:
«¡Qué grande, señores, y qué plausible debe ser para todo argentino este día consagrado por la Nación para festejar el primer acto de soberanía popular, que ejerció este gran pueblo en mayo del célebre año mil ochocientos diez! ¡Y cuán glorioso es para los hijos de Buenos Aires haber sido los primeros en levantar la voz con un orden y una dignidad sin ejemplo! No para sublevarnos contra las autoridades legítimamente constituídas, sino para suplir la falta de las que, acéfala la Nación, habían caducado de hecho y de derecho. No para rebelarnos contra nuestro soberano, sino para conservarle la poseción de su autoridad, de que había sido despojado por un acto de perfidia. No para romper los vínculos que nos ligaban a los españoles, sino para fortalecerlos más por el amor y la gratitud poniéndonos en disposición de auxiliarlos con mejor éxito en su desgracia. No para introducir la anarquía, sino para preservarnos de ella, y no ser arrastrados al abismo de males en que se hallaba sumida España»
El texto completo aquí:
http://www.lagazeta.com.ar/rosas_discurso_del_25.htm
Esta acertada visión, es la que luego desarrollará más extensamente Juan Bautista Alberdi, uno de nuestros más lúcidos intelectuales (*) y posteriormente fue en gran parte levantada y sostenida por autores como Federico y Carlos Ibarguren, Vicente Sierra, y otros enrolados en el nacionalismo de derecha. Tanto el liberalismo como el marxismo compartieron la visión del Mayo revolucionario, que es la que parece compartir nuestra Presidenta, con las referencias que hiciere recientemente sobre French y Berutti.
(*)La recientemente publicada, en edición definitiva, «Historia del Pueblo Argentino» de Milcíades Peña(EMECE. Bs. As. 2012)participa de esa visión y cita profusamente a Alberdi.
Galasso contaba en un texto que publicó en febrero en Tiempo que Alberdi lo caracteriza a todo, a Cadiz, a Mayo también, como parte de la Revolución Francesa. Un agregadito sería.
No hay dudas de la influencia de la Revolución Francesa en los procesos revolucionarios americanos, aunque no fue la causa de los sucesos de la semana de Mayo, salvo en lo que se vincula con la invasión francesa a la península y la abdicación de los borbones ante Napoleón y la posterior disolución de la Junta Central de Sevilla, hecho este último detonante. No hay que perder de vista que la Revolución Francesa no tenía buena prensa en estas tierras y que no necesitábamos a Rousseau cuando lo teníamos más cercano a Suárez para hablarnos de la soberanía del pueblo.
Por supuesto el tema de Mayo no es simple, y puede confundir la existencia de diversos grupos que buscaban la independencia desde antes, aunque no fueron los que prevalecieron en esos días.-
Uno de mis preferidos es el colorado Ramos en el volumen 1 (Las Masas y las Lanzas(1810-1862)) de su monumental Revolución y Contrarrevolución en la Argentina.
Los nacionalistas católicos son muy buenos también.
Ya que estamos, Roberto H. Marfany, con sus libros: El cabildo de Mayo; Vísperas de Mayo; El pronunciamiento de Mayo; y otros, supo aclarar bien el sentido de los hechos de la semana de Mayo, tan agrandados y anacrónicamente reelaborados, tanto por la historiografía liberal como por la marxista.