Dado que lo publicado por Miradas al Sur no puede leerse por Internet, copio el texto de Carlos Girotti que hoy aparece en ese semanario y que poco antes me llegó en un mail titulado «Carta Abierta, la anomalía en la democracia alambrada».
La aguda observación que el Espacio Carta Abierta hiciera de la emergencia de la nueva derecha en la Argentina, no debería ser tomada sólo como una radiografía o una imagen estática de un fenómeno novedoso. Tampoco alcanzaría con considerarla como una acusación genérica a quienes “trazan un nuevo destino conservador para la Argentina”. Lo que hay, en verdad, es una interpelación radical a los límites del modelo democrático y a los fundamentos de la cultura política vigente desde su restauración en 1983 que, en definitiva, se han mostrado como frágiles diques de contención de la escalada destituyente. Se trata de una democracia alambrada, privatizada, que recién repara en sí misma, en sus límites y en su propia fragilidad cuando sus argumentos últimos son expropiados por quienes, combatiéndola y cuestionándola, habrán de usarlos para su exclusivo provecho sectorial.
Si nos atenemos a las intervenciones públicas de Carta Abierta, es ineludible lo paradojal de las mismas: defender la institucionalidad democrática desde la intuición que ésta –y la cultura política en la que se asienta- jerarquiza la representación en desmedro de la participación. Claro que, en términos constitucionales, el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus legítimos representantes. ¿Pero qué pasa cuando los mandatarios requieren del apoyo explícito y protagónico de los mandantes? ¿Cuánto de la representación sucumbe, en tiempos de crisis, si la participación ha venido siendo confinada a los laberintos de la retórica, ahogada en el cálculo preelectoral, sometida a una opción bianual en un cuarto oscuro y oscurecida a su vez cuando se apagan las luces de las cámaras televisivas? ¿Cuánto de la teatralización, inherente a toda representación, convence a los actores de que el público, en efecto, es un sujeto pasivo, una nada en las sombras, sin rostro ni contornos definidos, que apenas cobra vida en el aplauso o en la fría estadística de la taquilla?
La sola posibilidad de formular estos interrogantes desde adentro mismo del actual dispositivo democrático, es decir, sin renunciar a su defensa frente a la agresión pero cuestionando el alambrado de púas que lo circunda, convierte a la paradoja de Carta Abierta en una anomalía. Esta irregularidad, esta sospechosa y sugestiva intervención política escapa a lo normado y aceptado. De repente, una parte del público se pone de pie, irrumpe en la escena y es otro actor, un actor inesperado que redefine el libreto, que extiende el proscenio más allá de las habituales penumbras.
En cierto sentido no es ésta una anomalía única. Lo anómalo ahora está en el antiguo patio trasero imperial, ese otro teatro planificado por el Consenso de Washington y construido a sangre y fuego por el terrorismo de Estado. Allí aparecieron nuevos actores y nuevas obras que interpelan al espacio en el que se han constituido como lo nuevo e irreverente mientras, por doquier, todo y todos se afirman en el rumbo contrario, esto es, en un rumbo de colisión.
Suponer entonces que es posible sostener lo incipiente y germinal de esta hora latinoamericana con el fraseo balbuceante de una democracia amordazada equivale, de hecho, a tender un hilo más en el cerco perimetral. Desde luego que tampoco sirve el clisé “hay que profundizar la democracia” que, usado a guisa de antídoto contra las tentaciones superestructuralistas, se complementa mágicamente con la mera enunciación de la “democracia participativa” como objetivo plausible. Aquí hay una disputa cultural que compromete a la política y en ésta, como instrumento de cambio y como realización de futuro, al futuro mismo. Pero, para acometer esa disputa, es imprescindible un examen profundo de la actual matriz democrática y de los porqué de la indiferencia que campea (perdón por la palabra) en buena parte de la ciudadanía. Si las presiones nacidas en y al calor de la crisis hicieran derivar al Estado y a la sociedad hacia la derecha; si primara en estas horas la mezquina convicción de que todo se puede arreglar con un arreglo bien entendido, con señas y mohines, la batalla cultural estará irremisiblemente perdida. Si, por el contrario, cobrara encarnadura, peso y volumen la conciencia de que lo anómalo es el camino; si de esta imperfección latinoamericana y argentina reconstruyéramos nuestra identidad de lucha bicentenaria, entonces estaríamos en curso hacia un rumbo emancipatorio.
¿Hay otras claves, acaso, para entender a la democracia como sinónimo de justicia social, o habrá que aceptar que todo es puro espejismo, ficción e impostura y que la memoria histórica de nuestro pueblo ha sido definitivamente anestesiada? Cuidado, porque quienes se inclinen por esta última opción carecerán del lenguaje necesario para ponerle palabras al conflicto, a la tensión irremediable entre la representación y la participación. Y de esto, como es sabido, no hay retorno, sólo pura conspiración.-
Volver a leer a una amigo y encontrarlo lúcido a pesar de los años,es una gran satifacción.Me quedé pensando.Muy buena elección Balvanera.
Tot altijd !Abrazos,’Tala»
Open Brief van Amsterdam,