A ver, será todo, advierto, muy a grandes rasgos. Muy precario, si se quiere. Convengamos que hubo un 50,07 que votó a favor de Cristina, el 14 de agosto; y un 49,93% que votó en contra. Números que, hoy, prima facie, es muy difícil que se muevan, para uno u otro lado, de acá al 23 de octubre (o que, y no al decir de este bloguero oficialista, precisamente, presumiblemente pueda anticipar un nuevo triunfo de la Presidenta, pero aún mayor –insisto, esto al día de hoy-). Dos bloques cuasi homogéneos, numéricamente hablando: sí, pero.
Hay que bucear un poco para ver que las composiciones estructurales de ambos bloques no son igualmente homogéneas, a sus respectivos interiores, de lo que lo son en cantidad, comparados el uno con el otro. Veamos.
Dentro de la oposición, advierto tres grupos distintos: uno decididamente antikirchnerista (acá ubicaría a la casi totalidad del voto a Duhalde y El Hijo de Alfonsín, al cien por ciento del de Carrió y un cachito del resto del de todos los demás), un segundo cuyo lema sería “estoy de acuerdo con el fondo de lo que propone el kirchnerismo, pero no con las formas (acá encuentro la casi totalidad del voto Binner, y un pedacito de los que optaron por El Hijo de Alfonsín y Argumedo); y, por último, los que lo acusan de falso: falso progresismo (habrán votado por Binner, Argumedo, Altamira); falso peronismo (Duhalde, El Alberto).
También pero para examinar los 10.363.319 sufragios que obtuvo CFK. No expresan, todos –y creo que está entendido, esto, por una persona cuyo primer reflejo después de semejante triunfo fue “yo no me la creo”- un kirchnerismo militante: números gruesos –y redondeando-, entiendo que eso puede haber sido, máximo, un 60% ideológico y otro 40% que denominaré conveniente (votaron a Cristina porque les va bien, o mejor que antes, o porque entienden que asegurará gobernabilidad/estabilidad, porque creen que todos los demás son peores, etc.).
Digo, intento decir que existen, sí, divergencias conceptuales, y bastantes, en nuestra sociedad. Y del mismo modo, y como se viene sosteniendo en este espacio hace tiempo, el crecimiento que efectivamente ha experimentado nuestro pueblo en términos socioeconómicos (cuestión que ni Jorge Lanata se atreve a negar) genera nuevas demandas, reformateadas, complejizadas, distintas. Que muchas veces asoman suplementarias entre sí. En definitiva, desconocidas, que llaman a que el Estado se de, también, una nueva concepción de gestión e interpelación para encarar esos renovados requerimientos ciudadanos.
Ahora bien, la representación política debe servir –en mi concepción, al menos- para encauzar las demandas ciudadanas. Instrumentarlas en propuesta política. Y en el caso en particular del que venimos hablando, volverlas complementarias.
El kirchnerismo, y voy a tomar para esto una definición que le leí a Alfredo Zaiat en el Página 12 del último sábado, ha encarado una gestión de tipo adaptativo. Que tomó en cuenta la correlación de fuerzas existente en cada momento, privilegiando, invariablemente, al más débil de cada uno de esos momentos. Estrategia que obturó, en cierta forma, el largo plazo por el que se clama desde las tribunas conservadoras. Ha ofrecido un trazo proyectivo de gestión, ha recogido demandas nacidas en el seno social, ha gestionado contradicciones sociales, ha instrumentado un relato que articule todo lo anterior. En fin.
Dije hace poco que, en las últimas semanas, le oí a Alberto Fernández algo muy piola. Decía, sobre la cumbre anti Bush de 2005 en Mar Del Plata, que ellas son típicas de cualquier cumbre de jefes de Estado, y que el kircherismo simplemente se dedicó a sacarla de la calle. Es decir, el Estado enmarcó todo ello. Diría que eso se espera del mismo. Es, claro, lo que molesta del kirchnerismo: que meta al Estado, que luego se convierte en “escudo de los débiles” (le robé la definición a José Batlle Ordoñez, dos veces presidente socialdemócrata uruguayo a principios del siglo XX, el que rumbeó a ese país por la senda de los Estados de Bienestar, que recién nacían por aquellos años).
¿Y del lado opositor? Nada. No hay una efectiva identificación entre representante y representado, antes bien existe algo parecido a lo que se podría denominar como opciones útiles antikirchneristas. No hay marco que atienda a esas expresiones ciudadanas.
Entonces, una sociedad que ha crecido y tiene reclamos renovados, mueve a debates también inéditos (al tiempo que recupera otros que parecían adormecidos), en el marco de una gestión de Estado que se ha propuesto no mirar para el costado y vehiculizarlos (también, no hay por qué ocultar esto, como método de construcción y acumulación política) a favor de los sectores más postergados, situación, esta última, que pone de la cabeza a los sectores del poder fáctico que se habían acostumbrado a capturar la conducción de la agenda del Estado, en dos sentidos: a) que la política se haya decidido a recuperar su lugar de representante de los rumbos decididos popularmente; y b) que las respuestas generadas por esta nueva concepción afecta su lugar de predominio social; al tiempo que ambas, combinadas, determinan un nuevo tiempo cultural, que si hay algo que garantiza es que el tiempo de interpelación de las desigualdades llegó para quedarse.
En resumidas cuentas, es todo tan simple como decir hay choque de intereses, sólo que no todos ellos están debidamente representados. Y en ese marco, es ilusorio pretender que no haya discusiones acaloradas, si partimos de la base de que una puja -cualquiera ella sea- de por sí las provocaría, más si gran parte de los que intervienen en ella no encuentran portavoz adecuado para sus demandas, siendo que recien por estas horas asumen no haber entendido nada de lo que estaba pasándoles por delante de sus narices. He dicho: y ya desde antes, no recién a partir del 14/08/11, uno de los mejores cumpleaños de mi vida.