Tradujimos el artículo «Fundamentalist wrath» publicado en el Washington Post, del politólogo Ron Hassner, co-director del programa Religión, Política y Globalización de Berkeley. Aquí el original que es conveniente leer, en una discusión que a veces también es semántica.
Furia fundamentalista
Las respuestas a los ataques terroristas en París corrieron en dos sentidos, tal como lo hicieran luego del 9/11, alrededor de la pregunta “¿tiene que ver esto con el Islam?”
Mientras algunos analistas de un lado del debate identificaron al Islam como la causa principal de la violencia, sus interlocutores ofrecen un análisis en el cual el cálculo político es el factor que movilizó a los atacantes. Ninguna de las dos posturas termina de convencerme. La violencia religiosa combina las lógicas religiosas y políticas y no se pueden comprender una sin la otra.
Es cierto que, en el siglo 21, el Islam ha ejercido el monopolio de las respuestas violentas a la publicación de imágenes blasfemas. Pero tales respuestas han sido la excepción, no la regla, lo cual exige una explicación acerca de cuándo y cómo dichas publicaciones terminan en actos violentos. No menos importante, como argumentaré luego, resulta que como grupo los musulmanes son verdaderamente insignificantes en cuanto a respuestas violentas contra ofensas religiosas. Puede ser también cierto que los atacantes de París hayan tenido relación con organizaciones terroristas que tienen objetivos pragmáticos de escalar un conflicto de este tipo en Europa, pero eso tampoco explica los incentivos de los atacantes y sus partidarios, ni sus propias motivaciones.
Un precedente puede echar luz sobre el debate. Esta no es la primera ronda de violencia política en respuesta a una caricatura que se burla de Mahoma. El antecedente más significativo ocurrió en enero y febrero de 2006, en respuesta a la publicación de caricaturas de ese estilo por un periódico de Dinamarca. Esas imágenes condujeron a protestas y disturbios en todo el mundo que terminaron en 200 muertes y cerca de 1000 heridos. Hubo incendios en las embajadas danesas en Siria, El Líbano e Irán, ataques a las embajadas de Noruega y Austria en Damasco, oficinas de la EU en Gaza, el consulado italiano en Benghazi, Libia. En Nigeria, Pakistán, Libia, Indonesia y Afganistán, las manifestaciones anti danesas se enfrentaron con fuerzas policiales.
La gama de respuestas a las caricaturas danesas ofrecen una oportunidad única para el análisis comparativo en torno a una simple pregunta: ¿por qué estas imágenes provocaron violencia en nueve estados de mayoría musulmana pero no en otros 43 estados que también tienen mayoría musulmana?
Traté esta pregunta en un artículo que apareció en el International Studies Quarterly en 2011. Encontré que esas protestas fueron movilizadas por movimientos islamistas radicales que vieron a las caricaturas como una amenaza directa a sus identidades. Los regímenes autoritarios capitalizaron las protestas si políticamente les convenía o las suprimieron. Pero los estados de mayoría musulmana con libertades políticas y civiles permitieron las protestas en contra de los dibujos y estas terminaron en disturbios violentos. La religión ofreció el motor de agitación: los musulmanes radicales concibieron los dibujos como una transgresión peligrosa. La política le dio la forma: la violencia ocurrió en un ambiente político que permitió las protestas pero falló en proteger la sensibilidad religiosa de aquellos extremistas.
Aunque lo ocurrido en 2006 tuvo amenazas de muerte, intentos de asesinato y amenazas terroristas en Europa, no terminó en un ataque como el que sufrió la revista Charlie Hebdo. Sin embargo, puede ofrecer algunas ideas respecto a los ataques en París.
1. La ofensa religiosa de la que se trata no es profanación (maltrato a una persona u objeto sagrado) sino blasfemia (hablar mal de un objeto sagrado o persona). Hay una fuerte norma contra representar a Mahoma en muchas (aunque no todas) tradiciones musulmanas, pero no hay una prohibición explícita en el Corán. La blasfemia, sin embargo, es un pecado grave, particularmente cuando se dirige al Profeta. Esa sensibilidad puede rastrearse en las primeras experiencias de hostilidad contra el mensaje del Corán por los opositores a Mahoma, a quien ridiculizaron y acusaron de lunático. El tabú que transgredió la caricatura danesa, así como los que transgredieron los “versos satánicos” de Rushdie, fue la prohibición de insultar al Profeta, no la de representarlo. Las caricaturas despertaron indignación porque eran irreverentes, no porque eran dibujos.
2. La reacción del mundo musulmán frente a las caricaturas es una reacción desesperada a lo que se percibe como un ataque a los fundamentos morales de una sociedad. Como muchos sociólogos de la religión argumentan, las normas y tabúes religiosos apuntalan el orden social y moral. Su función es darle sentido a la experiencia humana, clasificar y organizar la vida social y establecer sus límites. Las acciones creadas para prevenir o castigar la profanación sirven para aclarar y afianzar esas reglas. Los grupos seculares tienen esas mismas reglas: rechazan el incesto o el canibalismo porque ofenden los principios fundamentales de su orden social. El rechazo que provocan ese tipo de crímenes es similar al aborrecimiento con el que los fundamentalistas musulmanes ven los dibujos de Mahoma. En ambos casos, los grupos ven esas transgresiones como ataques al cuerpo social perpetrados por bárbaros que desean aniquilar los valores civilizados.
3. La reacción musulmana en respuesta a la blasfemia no representa ningún desafío a los regímenes que pueden suprimir la protesta islámica (como Egipto o Sudán en 2006) o aquellos que la pueden usar con fines políticos (como Irán o Siria en 2006). Representa un verdadero desafío para regímenes democráticos o en proceso de democratización (como El Líbano, Indonesia o Nigeria) que permiten las expresiones públicas de descontento y también la libertad de expresión y prensa. Ahí es donde los islamistas se sienten más amenazados: el mismo gobierno que se encarga de defender sus valores en vez de defender los derechos de los que blasfemaron. Eso lleva al planteo del el filósofo John Kekes en Disgust and Moral Taboos, sobre el temor a que un horror no pueda ser mantenido a raya e invada la vida privada.
4. La trayectoria histórica de un movimiento fundamentalista determina a qué tipo de provocaciones se va a ver más sensible. Pero si va a actuar o no contra eso depende no sólo de sus valores religiosos sino también de sus supuestos sobre el rol del gobierno, la naturaleza de la sociedad y su lugar en esa sociedad.
5. Por lo tanto, lo que es desconcertante acerca de la ira fundamentalista es no sólo por qué algunos fundamentalistas musulmanes y no otros deciden recurrir al terrorismo contra los dibujantes sino también por qué no hay ese mismo tipo de terrorismo islámico contra clínicas de aborto, por ejemplo, una preocupación primordial de los fundamentalistas protestantes. Por razones ancladas en la teología, la historia y la política, esos cristianos nunca considerarían reaccionar por la fuerza contra una caricatura que se burle de Jesús así como un dibujo burlándose de Moisés provocaría sólo indiferencia en un fundamentalista judío. Pero quizás sí provocarían revueltas violentas en el fundamentalismo judío si se profanara el Sabbat o restos arqueológicos de esa tradición, dos temas en los cuales ni musulmanes ni cristianos tienen mucho interés.
6. El rompecabezas de la ira fundamentalista es, entonces, de dos partes. Primero, ¿por qué algunos movimientos fundamentalistas desarrollan una preocupación especial sobre algunas ofensas religiosas y no sobre otras? Y segundo, ¿por qué lo hacen en determinadas condiciones políticas pero no en otras? ¿Por qué fundamentalistas judíos en Jerusalén arrojan piedras a los autos que manejan durante el Sabbat pero fundamentalistas judíos en Brooklyn o Golders Green no lo hacen? ¿Por qué no han habido disturbios en respuesta a los dibujos blasfemos en Estados Unidos?
No podemos explicar por qué el fundamentalismo ataca sin estudiar la religión y no podemos explicar cuando y por qué atacan sin estudiar la política. Este punto se pierde tanto en las voces anti-musulmanas como, que buscan forjar un vínculo esencial entre Islam y violencia, como en las visiiones postcoloniales que se esfuerzan por poner la responsabilidad de la violencia en cualquier lugar excepto sobre los hombres de los atacantes. (Una reciente “contra-caricatura” supuestamente apuntando a provocar a los no musulmanes se pierde ese punto dos veces: falla en identificar y transgredir los tabúes apropiados pero además falla en admitir que simplemente las caricaturas no son el gatillo que dispara la violencia para esas audiencias. Dado que hay una gran diferencia entre discriminación y transgresión, y dado que esa postura no representa ningún riesgo para la vida del caricaturista, esas “contra caricaturas” son simplemente cobardía, no provocación.
Deberíamos tener cuidado en aplicar las lecciones de 2006 a los ataques del miércoles pasado. Aquellas fueron en su mayoría motines, levantamientos populares, no ataques orquestados profesionalmente. Mi argumento también arroja luz en una de las principales características de los ataques en París, su naturaleza antisemita, la culminación de una serie de crímenes sobre objetivos judíos en París en las últimas semanas.
El derramamiento de sangre en ambos períodos obliga a reforzar el conocimiento para encontrar respuestas al rompecabezas de la violencia religiosa ahí donde el estudio de la religión se encuentra con el estudio de la política.