Violencia e Inseguridad: el bisturí necesario (Ensayo)
La inseguridad y la violencia que vemos y padecemos en Argentina son temas que están en el tope de las preocupaciones de mucha gente. También es una de las acusaciones favoritas que hace la oposición al actual gobierno, o a los actuales gobiernos, pues los provinciales también tienen sus responsabilidades y son interpelados por las oposiciones locales que no siempre coinciden con las nacionales.
Al mismo tiempo, quienes se defienden de las críticas dirán que el problema viene de antes o que existe pero está muy magnificado, y traerán a colación datos ciertos que muestran que la sensación de inseguridad es mucho mayor en Argentina que en otros países que están evidentemente peor que Argentina (caso México, Colombia, Brasil, por mencionar sólo algunos). O que están haciendo esto y lo otro para mejorar las cosas, lo que también suele ser cierto en muchos casos, pero lamentablemente sin obtener los resultados esperados.
Ninguna medida parece dar en la tecla como para empezar a bajar la tendencia y muchas de las contrapropuestas que aparecen -bajar la edad de imputabilidad, penas mayores, mano dura en la calle- suelen ser ineficaces o peor que la enfermedad; o parecen realizadas para incrementar cierto tipo de negocios -cámaras de video por todos lados, policía privada, barrios protegidos.
Lo cierto es que estamos en presencia de un fenómeno global, que no afecta sólo a la Argentina o a cierto tipo de países, y cuya tendencia creciente no parece haber alcanzado aún su pico máximo. Y es un fenómeno peligroso no sólo en sí mismo, sino porque más tarde o más temprano es un buen caldo de cultivo para las tendencias políticas e ideológicas que bajo la consigna “la ley y el orden” históricamente han suprimido derechos civiles y sociales, e interrumpido procesos democráticos, sea por vía de facto o por vía “legal”.
La BBC comenta una encuesta sobre la preocupación de la inseguridad en 42 países, que ubica a Argentina en segundo lugar, sólo superada por Sudáfrica.
“Mientras que en el resto del mundo únicamente un promedio del 7% de los habitantes se manifiestan preocupados por la inseguridad y en América Latina el 17%, en Argentina esa cifra alcanza el 24%.” (ver cita BBC)
La tabla adjunta muestra en qué situación está la Argentina respecto a otros países.
Muchos diagnósticos, pocas nueces
Desde la vereda opuesta dirán que el problema es la falta de mano dura para reprimir, juzgar y condenar; la apertura de las fronteras a bolivianos, paraguayos, chilenos, etc; la proliferación de ideas y valores foráneos al sentir nacional; y que todos son demasiados permisivos (la familia, la escuela, el Estado, las leyes) y reclamarán más policía, más mano dura y que la Justicia sea inclemente y severa. Añorarán a los gobiernos militares y pedirán su vuelta.
En el medio estarán quienes la atribuyen al narcotráfico y al incremento del consumo de la droga y alcoholismo , o a la displicencia del Estado de involucrarse decididamente y realizar las limpiezas necesarias en las fuerzas de seguridad, en el no combatir la corrupción político-burocrática y del poder judicial. Que antes había un servicio militar que disciplinaba; que no existen buenos mapas del delito y la violencia, etc.
Dejando de lado las afirmaciones marcadamente xenofóbicas y trogloditas, la mayoría de los causales atribuidos al tema de la inseguridad y la violencia tienen algún asidero con la realidad, pero sólo terminan dando explicaciones que no explican demasiado, confundiendo muchas veces efectos con causas, o por demasiado generales más que nada sirven a efectos propagandísticos o agitativos, pero muy poco para encarar prácticamente un problema tan complejo. Y lo que es peor: muchas veces, y sin quererlo, terminan fomentando la impotencia o la impunidad.
Pero antes de comenzar a usar el bisturí sobre el problema, algunos comentarios no tan al margen.
Hace pocos años tuve que ir a una escuela en el norte de la provincia de Santa Fe. Llegué a eso de las 16 hs y en la vereda y la calle, había decenas y decenas de bicicletas y algunas motos. Ninguna con cadena, lleve o candado. Al atardecer caminé por las calles, buscando llegar al lugar donde iba a alojarme, y en el camino encontré bicicletas apoyadas en el muro o con el pedal en el cordón de la vereda, tal cual dejaba la mía cuando era chico, en Concordia. Y me acordé que en mi niñez las casas tenían casi siempre la puerta sin llave, lo mismo que los autos. Más reciente aún, en una ciudad más cercana, Colón, Entre Ríos, hace dos años había una gran noticia en el diario local, con un importante espacio: alguien se había robado una bicicleta y algunos vecinos creían haberla visto en tal zona. Y pensé irónicamente: ya está llegando la civilización a Colón. Obviamente el robo de una bicicleta era algo atípico, sino no hubiera sido noticia en el diario.
Esto que relato evidencia que no en todo el país existe el mismo grado o nivel de violencia e inseguridad. Pero tampoco significa que todo tiempo pasado fue mejor. Según épocas y lugares, habrá otro tipo de violencias e inseguridades. En aquella ciudad del norte santafesino, por ejemplo se habían descubierto casos de corrupción y prostitución de menores, probablemente para miembros de la “alta sociedad”.
Viajando con los recuerdos, en mi casa, esa de la puerta sin llave, hubo momentos que yo sentí que había mucho miedo, inseguridad. Recuerdo, sin entender entonces por qué, mi mamá me ponía un pequeño sobrecito de tela con un alcanfor adentro, prendido con un alfiler de gancho a mi camiseta, en el pecho, y me rogaba hasta las lágrimas que por nada del mundo me lo sacara. Y me imagino el terror que deben haber tenido los porteños en 1871, cuando de golpe, como en las películas de terror, caían fulminados el 8% de los habitantes. En mi niñez era la poliomelitis; en 1871 era la fiebre amarilla. O en 1955, el temor por mis abuelos, que vivían frente a la estación de trenes de Alta Córdoba, y cuando fuimos en el verano tuve la oportunidad de ver los agujeros de las balas en todo el vecindario, además de la estación.
Existían también otras violencias, que se podrían atribuir al empobrecimiento, a la exclusión social, a las injusticias. O a la defensa de los privilegios, si pensamos en la brutal violencia de todo tipo e inseguridad de muchos tramos del siglo pasado o de este en distintos lugares del mundo.
También hay otras inseguridades y violencias que no se registran como tales, como son los robos de guante blanco o negociados que nos afectan a todos, como una simple “disparada del dólar” provocada por los mismos de siempre. O la violencia que encierra un simple telegrama, avisando un despido en una fábrica, que golpea más que un garrote y hace llorar más que el gas lacrimógeno.
Advirtiendo entonces las limitaciones que tendrá este trabajo, y la imposibilidad de producir generalizaciones que abarquen todo el fenómeno, intentemos ir un poco más lejos y más profundamente. (Excluyo en este análisis el tema de la violencia en general, más complejo y que abarca aspectos donde es inevitable o justificados, como por ejemplo la guerra de la independencia Argentina, donde no había otra alternativa, ver Nota 1 en anexo)
Dejar de mirar sólo afuera o de buscar chivos expiatorios
Antes de pensar en un diagnóstico, preguntémosnos de qué violencia e inseguridad estamos hablando.
Sin embargo muchos hechos de violencia e inseguridad se producen en otros lados y por otros motivos además del robo, y no suelen tener atención de la prensa salvo casos demasiado extremos, como cuando el cónyuge prende fuego a su pareja o se viola a una hija por muchos años. O cuando el embarazo de una nena de trece años, o menor aún, producido por un familiar.
Cualquier médico de hospital y más aún si es de hospital infantil, reconoce los síntomas y se cansa de verlos, impotente aún aunque pueda dar un parte a la policía o a la asistencia social. ¿O acaso buena parte de los hechos de violencia e inseguridad no están producidos entre familiares y conocidos?
Si queremos enfrentar verdaderamente el problema de la violencia y la inseguridad hay que ver un poco más lejos que las fotos instaladas por el consumo televisivo y mediático (que rara vez lo hace por alguna conspiración contra el gobierno de turno, generalmente lo hace porque es lo que más vende). Y ver más lejos y profundo de lo que enciende la indignación popular que se expresa en la calle -indignación justa, por otro lado-.
Campañas psicológicas: entre la verdad y la manipulación
Tampoco tenemos que confundirnos con la magnificación que se hace del tema de la inseguridad y de la violencia. Las cifras expuestas al principio, donde Argentina era el segundo país del mundo en porcentaje de gente angustiada por la inseguridad y la violencia, cuando en realidad está dentro del selecto grupo de los países donde el flagelo existe pero es mucho más bajo que la mayoría, muestra a las claras el papel de la instalación del tema por los medios. Pero también la saludable exigencia de no tolerar o acostumbrarse siquiera esos porcentajes “bajos” de violencia.
En este sentido hay que distinguir varias cosas.
En primer lugar, que la prensa para vender favorece o estimula la violencia (dando detalles por ejemplo, de cómo los criminales hicieron tal o cual cosa, ayuda a darles ideas o a ser más cuidadosos o a enterarse que vienen a buscarlos o a quién están buscando).
Siempre recuerdo aquel ejemplo de que se descubrió que pasaban droga con valijas. Pero no con el contenido de las valijas, sino con la valija en sí, que estaba hecha con cocaína, (dentro de la materia prima de la valija estaba la droga), y en dos páginas completa, con muchos dibujos y gráficas, Clarín (27-05-2005) explicaba cómo se hacían esas valijas, y también como hacían para luego disolverlas y recuperar la droga). Antes esa conducta “periodística” era propia de los medios amarillistas, con su público fiel en regodearse con hechos macabros. El problema es cuando la prensa no sensacionalista, auto llamada «seria», de mucho mayor poder de penetración e imagen de responsabilidad, por los motivos que fuera, entra en la misma dinámica del sensacionalismo y el amarillismo.
En segundo lugar, como existe una fuerte puja de intereses y ciertas corporaciones, incluyendo sectores políticos, se ven afectadas o creen que pueden ser afectadas por un gobierno que se asemeja al demonio que exorcizaron en 1955, intentan buscar los puntos débiles para golpear allí, tanto para debilitar al gobierno nacional como para crear los climas que suponen mejor para sus intereses. Y es sabido que hay temas que ningún gobierno, por muy buena voluntad que tenga, puede eliminar, porque justamente vivimos en una sociedad con grandes desigualdades y demasiadas carencias de todo tipo. Uno de esos temas, caballito de batalla que pretenden usar como “bala de plata” es el de la violencia y la inseguridad (otro es la inflación, al respecto ver el libro “La Inflación, Caballo de Troya del Neoliberalismo«, que se puede descargar gratuitamente aquí).
Así, los medios hegemónicos, mediante el spot, la prensa o el set televisivo super instalan el tema -que ya de por sí está instalado por la vida misma- y una simple repetición por horas en diversos canales de un mismo hecho violento, más la permanente crítica a que no se hace nada (lo que no es cierto, incluso si hoy tenemos aquel 5,5 de homicidios por 100,000 habitantes hace diez años teníamos el 9,2), y el festín de afirmaciones exageradas y hasta mentirosas que con total caradurez realizan ciertos políticos -olvidando su pasado-, buscando mayor exposición mediática, van creando no sólo mayores climas de inseguridad, sino que hasta terminan seduciendo a futuros criminales: tal es la impunidad, tal es la facilidad para cometer crímenes, tanto paga el crimen, que se terminan embarcando en un negocio que parece muy exitoso.
Y en esto no podemos ser ingenuos u olvidadizos: ¿acaso no proliferaban las amenazas de bomba en ciertas épocas preelectorales para “ayudar” a los indecisos para que voten las opciones que garantizan “la ley y el orden”. En época de Menem era un clásico, como la aparición de ovnis décadas anteriores cuando se tomaban medidas económicas que nos perjudicaban grandemente.
Pero nada de lo anterior debe confundirnos. Más allá de que la realidad es menos mala de la que pintan, la violencia y la inseguridad existen, tienen causas, y hay que atacarlas. Y en todo caso hay que poner de manifiesto como ellos, planteando las cosas así, contribuyen a que se perpetúen las condiciones de inseguridad y violencia, o como tapan sus propias responsabilidades en la actual situación, o sus propias historias de corrupción, violencia y promoción de la inseguridad. Pero no sólo eso. Lo más grave que hacen ciertos políticos y medios de comunicación es que tapan muchas otras formas de violencia, incluso la que ellos mismos practican violentando la verdad, manipulando, o defendiendo la premisa que el fin justifica los medios o que ellos son superiores, o que sus negocios están por encima de todo.
La violencia que se soslaya y apaña
Si intentamos ver a fondo el problema de la violencia y la inseguridad, encontraremos que lamentablemente hay una violencia cotidiana, repetida, permanente, que no se registra en estadísticas, salvo casos graves; que no produce mayor indignación ni es tapa justamente por eso, por ser cotidiana, repetida, permanente, es decir, porque se considera “normal” o peor aún: “natural”. Nadie se extraña, nadie se escandaliza, en todo caso lo considera lamentable. Y la mayoría de las propuestas de mano dura, de mayor policía, de más cámaras, etc. no le hacen ni un ápice a la misma, porque no ocurre a la salida de un banco o de un cajero, ni cuando se está caminando por la calle, ni al entrar el auto en el garaje.
Analicemos una trágica noticia de días atrás: “Se suicidó un alumno de 12 años por acoso escolar”. (ver aquí o aquí).
Su funesta decisión fue atribuida a no soportar el maltrato que recibía de sus compañeros de clases de educación física y la falta de respuestas de las autoridades de la escuela a las cuales le pedían que exceptuaran al niño de asistir a esas clases, incluso existiendo antecedentes de tener que ir al hospital por golpes recibidos allí. El estudiante -abanderado el año anterior- fue a su casa y en ella no se dieron cuenta cuando tomó un revolver de su abuelo, y, frente al televisor que estaba en su cuarto, se mató.
Es improbable que su decisión tuviera solamente dicho motivo, y habría que saber mucho más para realmente determinar qué pasó. Pero ninguno de nosotros puede ignorar que la conducta de burlarse de otros, de “agarrarlo de punto”, “de queso”, como se decía en mis épocas de adolescente, es algo frecuente y he participado de ello sin pensar demasiado en las consecuencias que le estábamos produciendo al blanco de nuestras reiteradas burlas y eventuales agresiones.
Es recordado el caso en La Rioja, el año pasado, cuando un adolescente, Carlos Nicolás Agüero tomó igual decisión, presuntamente por el hostigamiento que le hacían: lo tildaban de puto y lo marginaban por su supuesta o real homosexualidad.
Ahora bien ¿de dónde salen esas conductas violentas, agresivas, discriminatorias, que suelen tener muchos chicos y adolescentes (incluso contra animales)? ¿tenemos algo que ver nosotros con esos suicidios o con muchísimos casos más que no llegan a tanto pero marcan toda o gran parte de sus vidas?
En estos días gran parte de la población argentina conmemoró Semana Santa y sin dudas una de las convocatorias más numerosas se hizo en Rosario, por parte del Padre Ignacio. Personaje muy querido y respetado, ejemplo de valores éticos y morales. Su palabra pesa mucho en mucha gente.
A nadie se le ocurriría vincularlo con aquellos suicidios o con hechos de violencia. Bueno, a nadie no. A mí me parece que algunas de sus conductas es responsable, no de esos, claro, pero sí en general, probablemente sin darse cuenta, pero aquí necesitamos darnos cuenta. Porque si queremos ver nuestras propias responsabilidades, es bueno no mirar para otros lados.
Los otros días, el Padre Ignacio afirmó que la homosexualidad es un problema psicológico. En una entrevista, “Yo sé que tengo un don especial de Dios que no puedo explicar” (ver) cuestionó la educación sexual que se enseña en las escuelas, el reparto de profilácticos, se manifestó en contra del aborto y de lo que cierta prensa despectivamente llaman “divorcio express”.
Por siglos la homosexualidad se ha condenado, los homosexuales perseguidos, incluso asesinados -a veces por quienes con sotana la practicaron ocultamente hasta violando a menores-. ¿No contribuye esa afirmación a crear marginación, a discriminar, a estigmatizar, aún cuando se haga “desde una actitud caritativa”?
Pensemos qué da origen a la violencia, a la inseguridad. O si no el origen, al menos qué las fomenta.
Sabemos algo: no es un problema de instinto. El ser humano no es violento por naturaleza, no es su “origen animal” el que promueve la violencia que estamos hablando. Los animales usan la violencia fundamentalmente para alimentarse, subsistir en su territorio y reproducirse, o defenderse de otros depredadores y no son los casos de la violencia que tratamos. Y si tiene dudas sobre lo que afirmo, piense en algo muy simple: ningún animal tortura.
La violencia e inseguridad asociada que estamos tratando es algo producido socialmente.
La violencia es algo que se aprende
La lista sería larguísima, y en todos los casos encontraremos un desprecio por la vida de los demás, incluso a veces por la propia.
¿Y de dónde sale ese desprecio por la vida, ese absoluto maltrato al diferente, ese racismo encubierto o descubierto, ese tobogán que merodea la anomia?
Quienes atribuyen esto al tema de la pobreza, de la miseria, con ánimo de condenar una sociedad injusta, en realidad están exonerando a los que pretenden condenar. Porque la violencia no es patrimonio de sectores pobres necesitados, por el contrario, encontraremos mayores y más graves ejemplos de la violencia de sectores pudientes tanto sobre sus pares como contra los demás. Lo mismo desde el punto de vista del agredido.
Quien piensa que los principales destinos de la violencia son sectores medios o pudientes (el que saca mucha plata del banco, el que tiene un buen auto, una buena casa) también se equivoca. El flagelo afecta a todos los sectores sociales y resultaría odioso hacer comparaciones sobre a quién más. Además no existe un único tipo de violencia.
Si admitimos entonces que, salvo algún caso raro de enfermedad, no nacemos violentos y que al mismo tiempo encontraremos casos de violencia, de desprecio al otro, en todos los estratos sociales debemos concluir que es algo aprendido o reproducido en todos los estamentos sociales.
Y si al mismo tiempo percibimos que lejos de resolverse parece que se va agravando, tal vez no tanto en cantidad, pero sí en grado, no es descabellado suponer que estamos haciendo algo cada vez peor, como sociedad y como individuos, para dar aquel resultado.
Y digo “qué estamos haciendo” pues sin pretender tapar diversas responsabilidades -económicas, políticas, sociales, institucionales- no creo que podamos encontrar la punta del ovillo si lo vemos como algo que está por fuera de nosotros, creyendo que no tenemos nada que ver, que jamás se relaciona con lo que hacemos, apoyamos o aceptamos.
Si la violencia es un comportamiento social adquirido, y al mismo tiempo encontramos mandamientos religiosos, contenidos educativos, declaraciones políticas, leyes, etc que cuestionan la violencia ¿en dónde y cómo se aprende? ¿cómo se promueve? ¿cómo se justifica? ¿cómo y dónde se refuerza? ¿en dónde debemos buscar las principales responsabilidades?
Por supuesto podemos tapar esas preguntas y sin pensarlo demasiado, guiados por nuestros prejuicios, odios, antipatías y simpatías, dar una rápida respuesta condenatoria contra xx. Tal vez nos tranquilice, pero no sirve para nada y sólo contribuimos a tapar los verdaderos problemas y responsabilidades.
Es evidente que si hacemos un mal diagnóstico sobre la violencia y la inseguridad no podremos construir soluciones. Y menos aún si por violencia e inseguridad entendemos sólo algunos tipos de ella.
Pero antes de seguir, otra acotación “metodológica”.
Así como hay quienes su situación de pobreza los lleva a robar, la mayoría de los que están en situación de pobreza no roban. Lo mismo pasará con la violencia: que se adquiera socialmente, que se promueva o que se justifique, no significa que todos y cada uno de quienes conviven en una sociedad que enseñe, promueva o justifique la violencia la van a ejercer, al menos no en los grados extremos. No creo que nadie de los que lea este blog vaya a quemar a su pareja o llegue al extremo de torturar a alguien para arrancarle alguna información, ¿pero ello significa que estamos excluidos de ejercer cierto tipo de violencia y discriminación contra algún semejante?
Es decir, vivir en una sociedad super racista -hoy “solo” racista- como fue por muchos años EEUU, no significa que todos y cada uno de los habitantes fueran partidarios o militantes del Ku Klux Klan. Pero el que la mayoría condenara al KKK, no significaba que en esa sociedad no se educara, promoviera y admitiera el racismo, lo que afecta e influencia a todos, aunque la mayoría crea que no y en su fuero íntimo estén convencidos de que son antirracistas.
Los anteriores comentarios son para que tengamos en cuenta que la sociedad humana no se mueve como los cuerpos físicos, ni sus acciones son susceptibles a ser representadas por fórmulas matemáticas y previsibles como que a nivel del mar el agua hierve a los 100° centígrados. Por lo que lo que sigue sólo pretende ser una mera aproximación, incompleta y sesgada, al problema.
La “matriz cultural” que promueve o justifica los comportamientos violentos.
Lo que intentaré postular aquí es que existe una especie de matriz cultural, preexistente al propio capitalismo y a otros ismos anteriores, con hondas apoyaturas en rasgos estructurales comunes a diversos modos de producción, que es la que nutre, apoya, promueve, justifica y reproduce las condiciones para la aparición, proliferación y crecimiento de la violencia y la inseguridad en general, y que, según situaciones, coyunturas y otros componentes, toma la forma con que se nos presenta en diversas épocas. Matriz que no afecta a todos por igual, ni es internalizada de la misma forma; además siempre se encuentra atravesada por múltiples factores, dispositivos, incluso otras matrices más específicas.
Recordemos aquella frase de Reynaldo Bignone que nos hizo erizar la piel y mordernos de impotencia: “a los subversivos se lo puede matar pero no robar el reloj”
Más allá de que subversivo podía ser cualquiera, lo que dijo el último general presidente no era un pensamiento inventado por estos genocidas. Es más, aunque parezca extraño lo que voy a decir, era todo un avance “progresista” decir eso respecto a la matriz cultural que le daba origen. Y si no pregúntenle a otros subversivos, los indios, a los cuales se los podía matar y robar con total impunidad.
Hoy aquella frase de Bignone parece propia de un asesino, porque fue un asesino. Pero él no inventó la concepción moral que encierra su afirmación. Ni esas ideas nacieron de los militares ni de un repollo. Forman parte de la base cultural judeo-cristiana que nos ha parido.
Poner la propiedad por encima de la vida no es algo inventado en 1966 o en 1976: lleva siglos y siglos de vida, constituyendo una de las argamasas del armado social.
En la propia Argentina, rastreando en la historia, uno de los pocos que supo oponerse fue Juan Bautista Alberdi, con su condena a la guerra con Paraguay, al crimen de la guerra. Y es el diario La Nación -Mitre- quien se encarga de desacreditarlo, de impedir que editen sus obras. Ya desde aquel entonces el diario hace presión en el parlamento para que el senado no vote por la propuesta que había de nombrarlo embajador en Francia y por supuesto lo impide. Como no puede ser de otra manera, Alberdi sigue el camino de San Martín, se va autoexiliado y muere en un suburbio de París.
Y aún así, él tampoco rompía con la matriz cultural que estamos tratando de definir, y si no por qué diría
Aunque pasen cien años, los rotos, los cholos o los gauchos no se convertirán en obreros ingleses… En vez de dejar esas tierras a los indios salvajes que hoy las poseen, ¿por qué no poblarlas de alemanes, ingleses y suizos?… ¿Quién conoce caballero entre nosotros que haga alarde de ser indio neto? ¿Quién casaría a su hermana o a su hija con un infanzón de la Araucanía y no mil veces con un zapatero inglés?”
Lo que debe quedarnos claro es que si hasta un simple reloj tiene más valor que una vida, quien hoy está dispuesto a robar un reloj, ¿qué puede importarle quitar una vida?
Ahora bien, ¿cuáles son algunas de las proposiciones importantes en aquella matriz?.
Sin orden de importancia y sólo considerando tres de una larga lista:
- Hay seres humanos que están por encima de los demás y tienen sobre los demás derechos, prerrogativas, poder, atribuciones, sea por color de la piel, posición social, patrimonio, sexo, tamaño físico, edad, aspecto o lugar de nacimiento.
- Se puede usar la fuerza (agredir, matar) cuando la propiedad o el poder -económico, militar, territorial o religioso- está en juego.
- El fin justifica los medios.
Pregunta: ¿Es posible combatir o disminuir la inseguridad y la violencia manteniendo al mismo tiempo la defensa de las anteriores afirmaciones?
Y voy a ir un poco más lejos: la familia, el sistema educativo y los medios formadores de opinión y culturales, así como diversas instituciones, públicas y privadas, las avalan, muchas veces la promueven, enseñan y fomentan a través de diversos dispositivos y sin que nadie se escandalice o se de cuenta. No hay peor ciego que el que no quiere ver.
Tomemos la primer proposición, de la cual tenemos infinitos ejemplos en lo macro y en lo micro.
La escuela ha enseñado por decenas de años -ya desde mediados del 1800- que hay seres humanos superiores a otros por la raza. ¿O acaso no se celebraba el 12 de octubre como Día de la Raza o del Descubrimiento de América? Nadie descubre algo que ya ha visto otro ser humano. Si este continente fue descubierto es porque los más de 100 millones de habitantes que vivían en él eran inferiores, a los cuales se les podía despojar de las tierras, los cuerpos y la vida. Y fue el democrático Hipólito Irigoyen quien instituyó tal Feriado Nacional con un racista Decreto de apología de la sangre española por sobre las demás. Sí, el mismo radical que ordenó masacrar a miles de obreros en la Semana Trágica en Bs.As., a peones en La Forestal (Chaco y norte de Santa Fe) y a obreros rurales en la Patagonia también trágica, conocida como Patagonia Rebelde. Claro, los podían matar y no era necesario que se advirtieran que no podían robarle relojes porque la mayoría no los tenían…
Como comentario al pasar, ningún gobierno radical posterior eliminó ese decreto, por el contrario, festejaban el genocidio indígena y el día del racismo como la mayoría. Recién bajo el gobierno de Cristina Fernández se elimina el ignominioso decreto (en gran parte gracias a la visibilización de los Pueblos Originarios conseguida y propiciada en estos últimos años y cuyo momento cumbre fue probablemente cuando los festejos del Bicentenario, nada es casual)
¿Con qué argumentos EEUU y los principales países europeos se repartieron África a fines del siglo XIX, y luego lo siguieron haciendo en el siglo XX?
Es que los negros no eran seres humanos de igual nivel que los blancos.
Como las clases poseedoras de Argentina, o como durante la colonización española, se apoyaron en la religión y en la Biblia para avalar sus decisiones. Claro, además de la Biblia, y en primer lugar, en las armas y poderío económico. Y aún hoy hacen lo que se les ocurre en lugares que no son suyos y con poblaciones que no los ha ni votado, ni elegido, ni siquiera entienden su idioma. Me rectifico, sí entienden -y padecen- su idioma principal: la metralla, las bombas, los bloqueos económicos, la extracción -expoliación- de sus riquezas.
Pero no nos vayamos tan lejos ni en el tiempo ni en la distancia. Pongámosnos una capa que nos vuelva invisible e ingresemos en cualquier casa de la ciudad en que vivimos, de cualquier condición social. Permanezcamos un tiempo en una docena de ellas y no tardaremos en percibir como aquella primera proposición se encuentra vigente en muchas personas.
La supremacía de unos sobre otros, la exigencia de subordinación, la imposición, la prepotencia, los daños físicos y/o psíquicos a algún miembro están presente en muchas familias, tal vez también en la nuestra.
Humillaciones, insultos, intimidaciones, amenazas de todo tipo -incluso de muerte-, chantaje económico o emocional, estados de cuasi servidumbre, uso del poder económico para imponer ciertas conductas del otro o para perjudicarlo, violaciones a la propia pareja, a los hijos, hijastros, sirvientas, conductas cuasi delictivas sobre los bienes gananciales y no gananciales, incumplimiento de deberes, hurto, golpes, relaciones de sometimiento, son moneda corriente y quienes más lo sufren son las mujeres, en segundo lugar las niñas y niños y en tercer lugar los ancianos. También los hombres adultos, claro, aunque son los menos o pueden defenderse mejor.
¿Acaso en la familia argentina las relaciones tradicionales son simétricas, todos con igual poder?
Por supuesto que en los últimos años la situación de la mujer avanzó muchísimo, lo mismo los avances en leyes de protección a la mujer, a la niñez. O con poblaciones aborígenes. Y son valiosos los esfuerzos que hace el INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo), y organizaciones no gubernamentales. Pero no nos engañemos: aún sólo estamos afectando la cáscara del sexismo, del poder “familiar” de unos sobre otros, de la discriminación, del abuso de todo tipo. La violencia que ejercen contra los pueblos descendientes de los aborígenes en el norte (expulsándolos de sus tierras, golpeándolos, matándolos), son claros ejemplos de lo mucho que falta.
Por supuesto que aquella violencia existente, y la inseguridad asociada, no aparece abiertamente, salvo contadas ocasiones.
Ninguna la familia puede sobrevivir expuesta a una absoluta transparencia. Y desde la propia familia se fomenta cierta opacidad, el “de eso no se habla”, pues hace a su propia imagen como persona y consideración de los demás. A nadie le gusta ser golpeado o humillado y menos aún que se enteren los de afuera. Tampoco esos hechos de violencia física o psíquica figuran en las estadísticas, salvo los pocos casos en que por su repetición y nivel de violencia llegan a ser denunciados. (Además pocas denuncias por el miedo a las represalias y la inseguridad -justificada- con respecto a la policía y a la Justicia).
Es en esa violencia solapada, sutil, natural, normal, oculta y de la cual en todo caso aparecen sólo puntas como el iceberg, transcurre la niñez y la adolescencia de buena parte de nuestros conciudadanos y conciudadanas.
Tampoco podemos subestimar cómo afecta esa violencia incluso a quienes no la viven directamente, pero la notan como meros testigos, o la deducen del compañero de banco por el moretón que tiene y la ausencia de una explicación creíble.
Y es una violencia que se funda, se apoya, se justifica, se defiende y se fortifica en la primera premisa que hemos presentado.
Guste o no, ese es un lugar básico de aprendizaje de ciertas conductas. Incluso aunque no se las practique, se las termina por considerarlas naturales o inevitables. También allí se aprende el sometimiento, la sumisión, la impotencia. En definitiva, la propia experiencia de la vida cotidiana -en la familia, la vereda, la escuela, el trabajo-, es quien enseña la validez de la primer afirmación que estamos analizando, y contribuye a su reproducción.
Podríamos decir que las tres proposiciones se encuentran en la Biblia y en numerosos documentos de cualquiera de las religiones del tronco judeo cristiana y que aún hoy ninguna de esas iglesias se ha rectificado de ellas y siguen insistiendo en que es la Palabra de Dios o en intentar darle alguna interpretación más digerible en la actualidad. Pero no debe confundirnos que los asesinatos y matanzas fueran un mandato de Dios (está en la Biblia), y así infinidad de conductas promotoras de la violencia -la propia historia de las diversas iglesias da cuenta de el uso y abuso a niveles inconcebibles que hicieron de la violencia.
Aún cuando fue la Iglesia Católica quien redactó el mejor manual del torturador (Torquemada), que orientaba a la Santa Inquisición y sus torturadores, no es un problema de lo que pasó en el pasado. Sólo lo pongo a título de ejemplo de que existe un hilo que une diversas épocas.
Hoy existen novísimos e innumerables dispositivos e internalizaciones por los cuales incluso un ateo se verá afectado y puede transformarse en mejor propagandista y defensor de aquella matriz, porque no es un tema religioso. Así como trasciende a las orientaciones políticas, trasciende a las cuestiones religiosas. En realidad más que trascender, atraviesa todo.
La mayoría se cansará de hablar de la necesidad de ser honestos, de ser éticos, sin embargo la mayoría institucionaliza la mentira, por ejemplo. ¿Cómo nos podemos quejar que los chicos mientan si nosotros, los adultos, somos los primeros en mentirles una y otra vez? Y claro, en algún momento, más tarde o temprano, lo sabrán. Y así son educados: que la mentira es algo normal, necesario y hasta justificable.
¿Acaso es inocuo mentir que el Niñito Dios les traerá regalos en el arbolito, que escriban a los Reyes Magos -y que dejen agua y pasto a los camellos- para que les traiga regalos? Ah!, pero no debemos decirla la verdad, pues pierden la inocencia… ¿Acaso no la pierden con nuestras mentiras?
Y pongo eso como ejemplo, poco significativo y que sólo dura unos pocos años, o podía poner otros pequeños ejemplos de sobornos a agentes de tránsito, usar software ilegal en vez de pagarlo o de usar software libre y gratuito, o la todavía festejada “La Mano de Dios”. Los ejemplos los hay por millares, y también más graves que los expuestos.
¿Tampoco tienen que ver todas estas cosas con la gestación o mantenimiento de violencia?
Seguramente puede aparecer algún cura o católico practicante que me diga: No es cierto, en el Evangelio enseñamos el amor al prójimo, la igualdad, y estamos en contra de que el fin justifica los medios.
No dudo que hay mensajes distintos y contradictorios en el Nuevo Testamento con el Viejo Testamento, con un Dios demasiado sanguinario y desalmado. Pero ambos son para la Iglesia Palabra de Dios y no han renegado de nada de ambos documentos.
Por otro lado, no necesitamos ir a otros textos oficiales, que los hay y muchos justificando, avalando, promoviendo o ejecutando las tres proposiciones que estoy analizando. Está la propia historia de la Iglesia Católica para demostrarlo. O de la Iglesia Protestante. O de la Judía. O de otras.
Cualquiera que lea los distintos documentos de sus máximas autoridades en el transcurso de los siglos podrá reconocerlo. ¿O acaso no defienden “la infabilidad papal” para temas del dogma y la fe o cuando habla “ex cathedra? ¿Acaso la frase de que el fin justifica los medios no viene de un manual de ética escrito por un jesuita en 1645 (Hermann Busenbaum), cum finis est licitus, etiam media sunt licita (‘cuando el fin es lícito, también lo son los medios’).?
Y practicada y bendecida hasta el cansancio por el clero oficial…
En realidad la doctrina de “La Razón de Estado”, “Del Bien Superior” y de tantas denominaciones similares es muy vieja, incluso de puede encontrar en los griegos de hace más de 2500 años y seguramente encontraremos derivados de entre casa en cualquier aspecto de nuestras vidas (amorosa, económica, política, social, cultural, deportiva,vecinal, escolar).
Lo que no se admite en la práctica es que en realidad ciertos fines imposibilitan el uso de cualquier medio.
Si se usa cualquier medio (“el fin justificaba cualquier mal necesario”, decía Sófocles en “Electra”, 2430 años ha), en realidad el medio transforma el fin, hace perder el fin original. El tema da para mucho, pero es obvio -supongo- que si admitimos que el fin justifica los medios, dejamos abierta la puerta a las peores violencias. “¡Libertad, Libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre”, diría la heroína de la revolución francesa, Madame Rollan, antes de ser decapitada en 1793.
Cuando en las conmemoraciones del Sábado de Pascua, el obispo de Oberá (Misiones), Santiago Bitar, dijo que “los que están a favor del aborto son genocidas y hay que echarlos de esta Patria” (cita) está haciendo una grave apología de la violencia y mostrando lo peor de la Iglesia Católica. Porque si se presta atención, no dijo quien aborta (quien hace). Dijo quien está a favor del aborto, es decir, quien tiene una opinión sobre el tema distinta a la suya, es un genocida, desvirtuando totalmente el concepto de genocidio.
Estar a favor de que la mujer pueda disponer de su cuerpo y decidir interrumpir su embarazo, es decir, eliminar un embrión de una semana, quince días, un mes, no es lo mismo que eliminar cientos de personas, miles de personas o ser cómplices de ello como fue en su momento la Iglesia Católica con sus máximas autoridades, incluso contra muchos de sus curas y obispos. Además el castigo que propone esta alta autoridad de la Iglesia Católica a quienes opinan distinto que él no es la cárcel, o una ley que los castigue, es echarlos de Argentina, si, seguramente para quedarse con sus tierras y propiedades como siempre hizo el poder temporal de la Iglesia (el que pueda visitar el museo del Vaticano podrá ver una pizca de la magnitud del robo en todo el mundo, pero lo peor es que robó y eliminó culturas, gente, etc).
Naturalmente, si sabemos que a pesar de ser ilegal se practican más de 450,000 abortos inducidos por año, no es descabellado suponer que unos cuantos millones de argentinos y argentinas están a favor del aborto, por lo que este buen obispo seguramente quiere superar a Hitler. No nos encerrará en cámaras de gas, no, simplemente nos “exportará” quién sabe dónde y de qué forma.
Dicho sea al pasar, frecuentemente encontramos a curas, obispos, etc., hablar mal de la política, pero ellos cuando dicen esas cosas o hacen otras, están haciendo política, son políticos con un disfraz de cura, no otra cosa. Y son justamente lo peor de los políticos, pues hacen política de manera ladina, disimuladamente, ocultando sus verdaderos fines y métodos tras un aura de bondad, «equidistancia» o «poder superior». Como decían algunas pintadas cuando vino el Papa a Argentina, refiriéndose a ese tipo de curas: “los curas bajo la sotana esconden la picana”. Otros curas, en cambio, están en la senda opuesta, eligieron no ayudar ni ser sirvientes del César. Estos se creen o son César.
Cambiando un poco de tema, nótese que hasta aquí no nos hemos referido al papel de la televisión, en particular cierto tipo de programas, incluso noticiosos, en la proliferación, propaganda o defensa directa o indirecta de la violencia y de la inseguridad. Es que si bien tienen un peso muy grande en la formación de opiniones, conductas, modas, actitudes, no son causantes. En todo caso reproducen, promueven o fortalecen tanto la violencia en sí como las tres proposiciones que estamos mencionando.
Lo mismo que la TV podríamos decir de letras de canciones, mensajes agresivos por internet, ciertos chistes, expresiones populares, formas de conducir vehículos, actitudes de ciertos medios “informativos” y de “comunicación”, u otras instituciones de la sociedad que suelen pasar desapercibidas, pues la costumbre es remitirse al Estado, (ejecutivo, judicial, parlamento, fuerzas armadas y de seguridad) o a la Iglesia -entendiendo esta sólo la católica, debería decirse Iglesias-, pero se salvan otras instituciones que juegan un papel muy importante en la defensa o promoción de las tres proposiciones que estamos hablando: instituciones empresarias, culturales, educativas, sindicales, políticas, la propia familia como institución, y por supuesto, nosotros mismos. Además de todo ello, existen numerosos dispositivos que sí producen y reproducen las tres proposiciones, sin que ello nos sea evidente.
Podemos aquí agregar deportes directamente super violentos, como el boxeo, que quien mejor gana es quien logra desmayar más rápido al oponente a fuerza de golpes, o el uso de animales también con fines violentos. O “deportes” que ponen permanentemente en riesgo la vida. ¿en qué educa todo eso? ¿qué fomenta? ¿no tiene nada que ver con la violencia y la inseguridad de las que nos quejamos?
Meditemos la proposición “Hay seres humanos que están por encima de los demás y tienen sobre los demás derechos, prerrogativas, poder, atribuciones, sea por color de la piel, posición social, patrimonio, sexo, tamaño físico, edad, aspecto o lugar de nacimiento.” ¿no está presente de una forma u otra en todo el cuerpo social? ¿Cómo se expresa en concreto? ¿Podemos identificar ejemplos de ello en la escuela, en la universidad, en el club, en el café, en una salida con amigos, por poner algunos lugares?
Lo mismo las otras dos proposiciones.
Y el asunto es, si las detectamos ¿qué hacemos con ello? ¿qué política nos damos? ¿qué actitud promoveremos?. Y si no las detectamos ¿no deberíamos hacerlo, pues como dije, nada viene de un repollo, salvo el repollo?
Reclamar al Gobierno -a los distintos gobiernos- o a la Justicia o al Parlamento, que haga algo respecto a la inseguridad y a la violencia, está bien y es necesario (ver Nota 3 en anexo). Pero también nos deberíamos preguntar qué debemos hacer nosotros con independencia de dichos poderes o reclamos. O de lo que deberían hacer otras instituciones, incluso la educativa y la propia familia.
Aunque primero de todo deberíamos preguntarnos de qué violencia estamos hablando o queremos atacar. Y si estamos dispuestos a perder privilegios, o a cambiar conductas para lograrlo. No de los otros, los nuestros, nuestros privilegios y conductas.
Recuerdo haber leído, hace unos años, un escrito de una mujer, que entre otras cosas, se mencionaba a sí misma como lo más bajo de la sociedad, lo más discriminado en el mundo. Decía: soy mujer, soy negra, soy obrera y soy pobre. Y peor aún aquella que además de todo eso es lesbiana. Y más aún peor si tiene alguna discapacidad o deformidad física. Y peor aún si vive en un país muy racista o en medio de una crisis económica. Y peor aún si pierde su trabajo. Y así podría seguir agregando.
Concluyendo
- Hay que aprovechar la hipersensibilidad con el tema de la violencia y la inseguridad para poner en el tapete las otras violencias e inseguridades, que no sólo son mayores en número y que por comunes están invisibilizadas, sino por el papel que tienen en educar para la violencia y en la proliferación de la violencia que sí se cuestiona.
- El incremento de la criminalidad no proviene de la pobreza, pero la exclusión social, el empobrecimiento, la injusticia social y el mantenimiento o incremento del abismo de los que lo tienen todo y los que carecen cuestiones básicas, es el caldo de cultivo para que proliferen decisiones y conductas que suelen terminar en el delito o que debilitan y destruyen los lazos solidarios.
- Mientras se admita, aún en pequeños gestos o señales, que hay seres humanos que están por encima de los demás y tienen sobre los demás derechos, prerrogativas, poder, atribuciones, sea por color de la piel, posición social, patrimonio, sexo, tamaño físico, edad, aspecto o lugar de nacimiento, no podrá realmente combatirse la violencia y la inseguridad.
- Mientras haya lugar para que se puede usar la fuerza (agredir, matar) cuando la propiedad o el poder -económico, militar, territorial o religioso- está en juego, no se podrá erradicar la violencia y la inseguridad,
- Mientras se tolere, premie, festeje o de cabida a que “el fin justifica los medios” toda prédica contra la violencia y la inseguridad es meramente eso: una prédica, no una vocación real de transformación; y por el contrario, con esa concepción se fomenta la violencia.
- La impunidad es el marketing de la violencia y su reaseguro. Mientras grandes crímenes que han tenido lugar en Argentina sigan impunes, los comportamientos violentos tendrán su apoyatura y estímulo. La Conquista del Desierto, las diversas matanzas de trabajadores, las bombas en Plaza de Mayo, los fusilamientos del 55, los crímenes bajo el plan Conintes, entre tantos hechos, no sólo han permanecido impunes, sino lo que es peor, han sido y son festejados o ensalzados. Por supuesto que el fin de la impunidad de esos casos no será algo vinculado la Justicia -salvo pocas excepciones, desde el punto de vista de la Justicia esas causas prescibieron-. La clave es que sea la propia sociedad quien reconozca y condene aquellos hechos como criminales. Y no es remover el pasado hablar de ello, es construir otro presente.
- La violencia y la inseguridad tendrán el combustible necesario mientras siga existiendo impunidad para los ladrones de guante blanco, para los que saquean a través del control del mercado y precios parte de los ingresos de la población, para los que se apropian desmesuradamente de las riquezas del suelo y de su producido a sabiendas que sus posesiones provienen de situaciones de privilegio, de robos “legales” que produjeron sus antepasados, o grandes negociados realizados bajo regímenes de facto o corruptos.
- Mientras el Poder Judicial siga siendo el único poder que no depende de la voluntad popular expresada en el voto, seguirá existiendo el refugio para la impunidad, la corrupción y el reaseguro para las imposiciones al mercado, y a toda la sociedad, de las grandes corporaciones. Si hoy no existe la posibilidad de cambiar la forma de elegir los jueces y funcionarios del poder Judicial, al menos que sus cargos sean por tiempo limitado, por ej. seis años con una reelección -el presidente tiene menos y el cargo es más importante-. O algún tipo de reválida cada 5 años sin poder continuar en el cargo más de 15. ¿Por qué el Poder Judicial debe tener tantos privilegios? Si bien esta medida no garantiza nada en sí misma, y debe ser complementada por otras, sabemos que la forma en que hoy se eligen -y se sacan- eternizan el tráfico de influencias, la corrupción judicial, su ineficiencia y la apoyatura para las posturas más reaccionarias y obscurantistas que hay en la sociedad. Saber que hay jueces probos, honestos, y que no se dejan presionar por el principal poder real, no quita que el Poder Judicial es el gran ausente del banquillo de acusados de las últimas dictaduras militares.
- Así como es preferible que un culpable esté libre a que un inocente esté en la cárcel, no puede ser que del total de delitos contra las personas sólo el 1,78% tenga sentencia condenatoria, que de los delitos contra la integridad sexual sólo lo tengan el 12,76% y contra la libertad el 1,44%. Tampoco que de los más de 55,000 presos más de la mitad aún estén procesados, sin condena firme. De esto y mucho más es responsabilidad en primer lugar del Poder Judicial, que como sabemos, es independiente de los otros poderes. Y resulta curioso que jamás se actúe de oficio contra los ladrones de guante blanco o contra promotores de la inseguridad laboral y social y sí algunos actúen rápidamente para defender intereses de grandes corporaciones o no tengan problemas de tiempo para conceder entrevistas a Clarín, Perfil, La Nación y otros. Todo esto hace descreer de la justicia y da señales a futuros criminales de poder obtener un camino libre e impune. (En Nota 2 -al final del texto- un caso concreto)
- La corrupción policial es algo que trasciende a cualquier gobierno y viene de lejanas épocas, no sólo con conexiones con el hampa, sino con sectores políticos, económicos, judiciales y de diversas instituciones tal cual se transparentaron en épocas de persecuciones y represión política. No será fácil terminarla pero no hay otra alternativa que enfrentarla a fondo, pues se constituye en combustible y paraguas protector de la criminalidad de todo tipo. Mientras alguien crea que por tener un uniforme o usar legalmente una pistola u otro arma tiene un poder sobre los demás, no puede ser policía. La prevención y la disuasión deben ser privilegiadas, así como que sean en primeros en respetar los demás y en rechazar las tres proposiciones que mencionamos, como condición para ejercer su cargo.
- Buena parte de los hechos delictivos importantes no son improvisaciones individuales u obra de aficionados. Hay atrás una “industria”, capitales, capacitación, políticas de reclutamiento, mercados para lo robado, vías de distribución. El mapa del delito es algo necesario pero insuficiente. Es necesario superponerlo con los mapas del la logística, de la inteligencia, de la “cobertura”, del “aguante”, del reclutamiento y capacitación, de la defensa legal, de la distribución y venta de lo robado y también de la demanda, entre otros “mapas”.
- También es necesario distinguir los distintos tipos de criminalidad: no es lo mismo el crimen organizado que cierta delincuencia juvenil. No son lo mismo los delincuentes sexuales, los psicópatas, las mecheras, los vendedores de droga, los traficantes de droga, los estafadores, los traficantes de personas, etc. Cada caso debe ser tratado como corresponde. Incluso en el caso de la delincuencia juvenil no es lo mismo si es una acción esporádica, una bandita ad hoc estimulada por el alcohol, que menores al servicio de mayores. Y realizar priorizaciones de intervención. También debe estudiarse en mayor profundidad el régimen carcelario y lo que pasa en las prisiones respecto a los dos extremos: ni escuela del delito y lugar de reclutamiento, ni violación de los derechos humanos, lugar de mal trato, humillación y violencia.
- Debemos negarnos a renunciar nuestros espacios de libertad en favor de una supuesta mayor seguridad y no entrar en la paranoia que se promueve, como el arzobispo de Rosario, José Luis Mollaghan que en su homilia manifestó que “la gente tiene miedo de salir a la calle”, (ver) una muy buena forma de crear más miedo para sus fines ideológicos y políticos. Es cierto que hay gente con miedo, generalmente más por lo que cree que le puede ocurrir que lo que le va ocurrir. Muchas otras, es cierto, tienen temor -que no es lo mismo que miedo-, cuando piensan el tema o tienen que andar con algún valor. Pero la mayoría sale a la calle y a la mayoría no le pasa nada, dicho sea al pasar, aunque sí es cierto que la mayoría conoce a alguien que le rompieron un vidrio del auto para robarle o le manotearon una cartera o un celular. La paranoia es fomentadas por los adictos al control, eternos promotores de prohibiciones que sólo sirven para promover lo que se quiere prohibir. Para un control total de las conductas ciudadanas vaya a vivir al Mundo Feliz de Huxley o con el Hermano Mayor de George Orwell (“1984”). Lamentablemente en sociedades que tienen una base tan injusta es imposible erradicar las causas de la violencia: Se puede y debe trabajar sobre muchas de ellas y sus peores manifestaciones, pero es un largo proceso por lo que el miedo o temor nunca debe llevar a la parálisis o al aislamiento y deben transformarse en todo caso en ciertos cuidados y prevenciones.
- Y ya terminando, no porque la lista no pueda ser mucho más larga, sino porque este escrito ya es largo, señalemos que hay una violencia muy violenta, valga la redundancia, que es lo que llamaría “violencia de clase” y es aquella que promueve, genera y se guía por un odio muy grande frente a quienes pueden afectar sus intereses. El “viva el cáncer”, los bombardeos a Plaza de Mayo, las masacres a trabajadores, la “triple A”, muchas actitudes que se vieron durante el conflicto de la 125, las mentiras sistemáticas alevosas en centenares de medios son ejemplos de ese odio, de esa promoción de la violencia que dudo que pueda erradicarse y que deberemos tener siempre presente pues será la que ponga en alto y defienda como banderas aquellas tres proposiciones y muchas más de similar tenor.
- En definitiva, hasta ahora la bandera contra la violencia y la inseguridad suele ser patrimonio de la derecha, de los partidarios del status quo, de los que defienden privilegios, de los que reclaman mano dura y pretenden que nuestra libertad sea la del cuartel. Es hora que la lucha contra la violencia y la inseguridad se haga bajo las banderas del cambio hacia mayor justicia e igualdad, bajo las banderas de terminar con los privilegios, de tener mayor libertad y de mayor respeto hacia nuestros semejantes, bajo la bandera de ser absolutamente intolerantes contra toda forma de racismo o supremacía de un ser humano contra otro; bajo la bandera de privilegiar la vida digna de ser vivida por todos, por sobre los negocios y las posesiones. Y a diferencia de aquellos, ser coherentes en la defensa de que el fin no justifica los medios.
c) Qué dispositivos son los más eficientes para defender y reproducir dichas proposiciones
Anexos:
Nota 1: Limitaciones de este trabajo
En este pequeño ensayo no se pretende analizar el tema de la violencia en general, que debería incluir a los casos inevitables de su uso (la independencia Argentina es imposible de pensar o de lograr sin las guerras por la independencia), o el análisis de afirmaciones de que la violencia es partera de la historia. O a la legítima defensa propia, que incluye cierta violencia. O a muchos otros casos en que la violencia no sólo es inevitable sino necesaria, como darle un palazo a alguien que se encuentra electrocutándose porque al estar colgando la ropa toco el alambre que estaba electrificado, y que no podemos separar con nuestras manos porque quedaríamos rendidos y moriríamos con él. O las formas de protestas legalmente reconocidas que afectan a terceros impidiéndoles hacer o no hacer algo por imposición indirecta y que para el tercero es violento (no lo dejan pasar con el auto hasta que no pase la movilización, por ejemplo). No nos referiremos a la violencia política o contra las luchas sociales o gremiales, venga la violencia de la patronal, del Estado o de ambas -o de parte de la comunidad-.
En este trabajo nos circunscribimos a cierta violencia. La física, psíquica o mental como maltrato, como agresión, como el uso continuo de la fuerza (física, económica, moral, etc) para imponer costumbres, actitudes, defender privilegios, lograr beneficios, robar, etc, etc, etc
Nota 2: Un caso concreto de lo que es la Justicia
Para el tema del papel del poder judicial, resulta interesante leer las declaraciones de un funcionario del gobierno provincial santafesino publicadas por el diario La Capital (aqui), lo que es raro y saludable, dada la convivencia del socialismo con una parte de lo peor de la justicia santafesina.
«La falta de respuesta judicial favorece la trata de personas»
Tal cual lo publicó La Capital en su edición de el viernes, tres chicas, de 19, 14 y 12 años, denunciaron en la Comisaría de la Mujer de Vera haber sido partícipes de reuniones en la casa de una empleada judicial de esa ciudad, quien las invitaba a divertirse y les presentaba, una vez en su domicilio, a hombres a quienes presentaba como sus «primos». Los adultos les ofrecieron dinero para tener sexo con ellos; incluso uno les puso una tarifa de 300 pesos a dos de las niñas para vivir con él un «vale todo».
«Sobre este caso tomamos conocimiento a través del Ministerio de Seguridad por las denuncias realizadas ante la Comisaría de la Mujer de Vera. Lo primero que hicimos fue coordinar el accionar con la Subsecretaría de Niñez, Adolescencia y Familia y el Centro de Acceso a la Justicia para proteger a las niñas y brindarles asesoramiento jurídico, porque seguramente las volverán a citar para declarar», explicó Coutaz.
Según el funcionario, la causa relacionada con ese hecho aún está en la comisaría. «El juez tomó conocimiento pero solicitó que se la remitieran recién el lunes, situación que nos preocupa profundamente», sostuvo.
Plan de acción. Desde el primer contacto con las menores, las reparticiones provinciales diagramaron un plan de acción para contenerlas y protegerlas. «En las causas iniciadas el año pasado en Vera —en las que también se procesó a un empleado del fuero judicial local y a otros seis hombres por delitos sexuales contra menores—, ya hubo intentos para lograr que las chicas se desviaran de sus declaraciones originales. Vemos que en la provincia, la situación vinculada con las organizaciones que cometen delitos sexuales es muy grave por el bajo o nulo accionar de la Justicia», lamentó el funcionario, y agregó que además «se acumularon antecedentes del año pasado que aún no se resolvieron por lentitud o falta de respuestas concretas de parte del Poder Judicial».
«Además de trabajar en los casos individuales nos preocupa qué hacer con la problemática de fondo, pero siempre encontramos el obstáculo de la Justicia. Por ejemplo, en los sucesos denunciados el año pasado en Reconquista por delitos sexuales contra menores se presentó como querellante el Centro de Acceso a la Justicia, pero hace seis meses que la causa no se mueve y ni siquiera se puede ver el expediente», denunció.
Archivadas. «No se a qué se puede atribuir la falta de respuestas, pero vemos que hay atraso en esta y otras causas y que incluso muchas de ellas terminan archivadas. También hay procesos en los que hacen declarar cuatro o cinco veces a los menores contraviniendo así todas las cuestiones relacionadas con las buenas prácticas y protocolos de actuación, que son de aplicación imprescindible cuando se trata de resolver casos de menores víctimas de delitos. Esto lleva, indefectiblemente, a que dejen de declarar o cambien sus dichos», remarcó.
Esta situación preocupa «sobremanera» a las autoridades, que ven en esta lentitud una actitud casi cómplice, aunque sea involuntariamente. «Las causas avanzan con mucha lentitud o directamente no hay condenas a los culpables. El hecho de que no haya preocupación judicial ante estos casos aparece como un mensaje muy claro que facilita el accionar de las organizaciones que promueven la prostitución, la trata de personas u otros delitos similares», remató Coutaz.
Nota 3: Amplicación de un ejemplo
En el 2002 la tasa de homicidios cada 100,000 habitantes era del 9,2. De entonces bajo casi a la mitad, y hoy ronda el 5,5.
Un caso típico que produjo indignación y reclamos al gobierno fue por la nena Candela Rodriguez, de 11 años, desaparecida varios días. Rápidamente conmocionó el país, y varios se colgaron al hecho para usarlo electoralmente -incluso algunos pidiendo la renuncia de la presidente-. Un grupo de deportistas y actores conocidos, entre otros el que hizo un spot propagandizando a Clarín y la buena película “el secretos de sus ojos”, Ricardo Darín. Pero así como está mal utilizar una tragedia para algo electoral, es también malo ver en cada reclamo justo una oposición. Es bueno que famosos se involucren en casos de violencia, aunque sólo sea en algunos casos y no en otros.
Luego la encontraron muerta -asfixiada- y todo pareció indicar una mezcla de tramas familiares y ajustes de cuenta (el padre preso por pirata del asfalto) entre conocidos.
Nota 4 – Anexo
Tabla
la violencia es cuestion de educacion y de politica.Evitar los prejuicios,hacer de la familia un grupo democratico,avanzar en el logro de un sistema sociopolitico que genere existencias con sentido y con satisfaccion de las necesidades que el propio sistema reconoce y fomente.